“Más allá de la piel, existe un universo inabarcable, cuyas razones se confunden y las palabras tan solo llegan a rozarlo muy levemente. Por más que intentamos acercarnos y comprender lo que la epidermis protege con tanto celo, no podemos alcanzar el misterio que guarda. // Y así vivimos, ignorando lo que habita más allá de la piel”.

Rosa María Marcillas Piquer (Barcelona-Alicante, 1964)es maestra y está vinculada a la animación escritora y lectora. Publica reseñas de libros infantiles, juveniles y sus propios escritos, a través de su blog Cuentos para crecer, en las redes sociales y en páginas culturales de diversas webs. Además, elabora actividades sobre cómo acercarse a la poesía y a los álbumes ilustrados relacionados con las emociones y los valores. Es una enamorada del haiku y el tanka.

Ha colaborado en la publicación Entre mots i versos III (Universitat d’Alacant, 2020). Sus libros publicados son Doscientos haikus de amor y una canción encadenada (Olélibros, 2020), Deja que el viento pase (Amazon, 2020), ambos escritos a cuatro manos con el poeta Pedro Villar, y Más allá de la piel (Abismos del Suroeste Ediciones, 2021), su primer poemario en solitario.

A veces, la poesía se convierte en un haz de luz que serpentea por nuestro interior e ilumina todos los vacíos, en un camino íntimo que nos permite indagar en las emociones y avanzar con decisión hacia el corazón. Es en ese momento cuando la valentía de escribir, de enfrentarse a lo desconocido, alcanza su sentido último. El lenguaje va más allá de la piel y es capaz de convertirse en herramienta de conocimiento, de elevación, de conexión. Rosa María Marcillas abre una grieta en el universo y nos invita a traspasarla con la delicadeza y la sutilidad de unos versos libres de ornamentos innecesarios. La sencillez y la humildad trascienden las sombras.

“Tus ojos me traspasan, / como raíces tocan los rincones / oscuros que jamás vieron la luz. // Buscan el agua con tal insistencia, / retorciéndose en giros imposibles / descubren las corrientes subterráneas, / sustentando frondosos árboles. // Y en las grietas más finas pueden / fragmentar duras rocas / y nutrir un oasis”.

Su voz atraviesa un laberinto que examina el propio yo, que siente y aprecia la vida. Es en ese vértice de descubrimientos donde el poema emerge. El alma se escucha en un ejercicio contemplativo, abierto para salir y caminar hacia el horizonte con sorpresa y alegría.

“Ser horizonte encendido, ser manantial, agua sedienta, pájaro, nube… en el otoño gris, en el frío invierno, es ser esperanza, alegría que renace, es ser el aire que nos deja respirar en el camino. // A veces, la niebla no nos permite ver y andamos inseguros, con el temor de errar en nuestros pasos, buscando la luz, un horizonte certero que nos guíe. Reconocerlo, tal vez requiere: abrir la ventana, salir a su encuentro, dejarse sorprender por el paisaje y las luces del nuevo día, y andar sin miedo, respirando hondo”.

Los recuerdos nos devuelven el pasado, pero también nos aferran al presente. Y es en la distancia, en las ausencias, donde el tiempo busca las raíces de lo que fue. La importancia de nombrar, de no perder la palabra y reencontrarse, alienta a la poeta. Así, aparece el amanecer, la proyección del ser tras el abismo, la inocencia que confronta los miedos con la realidad.

“Volvió a ocurrir / y volviste a cruzar / la leve línea / imaginaria. / Y tan a ciegas / me miraron tus ojos / desde el vacío, / desde una fría sombra, / impenetrable, / a tomar / caminos sin retorno”.

En este trayecto limitado, las heridas llenan los arcenes y nos identificamos en el otro con la esperanza, quizá certeza, de que no estamos solos. Los deseos nos ayudan a sentir la existencia como un elemento cambiante y lleno de nostalgias. Sentimos el vértigo y cantamos a la vida. Todo es hermoso y puro tras el velo imparable de nuestra respiración.

“Llevamos en la piel todos los besos / escritos en las noches más remotas, / posándose en los pliegues tan ocultos, / definen el contorno, nuestra umbría. // Algunos que jamás vieron la luz / dejaron en el aire su perfume, / como el rumor del agua en el silencio. // A veces su memoria sigue cerca, / tan lejos del olvido, acariciando / las horas de nostalgia, las ausencias. // ¡Cómo duelen los besos que furtivos, / y casi sin rozar, como si nada, / mudaron nuestra piel!”.

Entre las grietas del silencio, entramos en lo desconocido, en un vaivén de sombras y claridades que nos descubren lo que hay bajo la piel. Las referencias del mar, que nos acompañan a lo largo del libro, se convierten en refugio, en el calor espiritual que cierra el círculo vital.

“Escucha en estas olas el rumor / del tiempo a la deriva, su oleaje, / desde esta arena blanca, mi refugio, / la claridad cegando los sentidos. // Ahora que la luna nos contempla / en la noche ya poco nos da miedo, / sus luces derramadas en la orilla, / sobre la piel del agua las ausencias. // Llegamos a esta playa y se diluye / en un minuto todo de repente, / y aquí somos los náufragos del miedo. // ¿En dónde el equipaje de mi pena? / Solo mi propia voz, mi sombra solo / devolviéndole al aire / lo que es del aire, nada”.

Rosa María Marcillas Piquer, en Más allá de la piel, abre un diálogo lleno de levedad y arrullo, de vacío y silencio contenido que nos acerca a la perspectiva de la filosofía oriental. Ser para no ser, para concienciarse de lo invisible que existe en la propia naturaleza. Los misterios, la luz del instante, la claridad que abre el paisaje y el Amor en mayúsculas. Y es que, “después del día llega la noche, y es cuando, bajo la luz de la luna y su reflejo en la piel, la vida cobra otro sentido”. Dejémonos llevar por la emoción, por el seísmo que sacude nuestro aliento bajo el influjo de la poesía. Leamos.