“El primer lanzamiento / no la asustó, / ni aquella sucesión / de flechas flameantes / que apuntalaron y alumbraron / sus cráteres con vivos colores. / Ramales, / despliegue de palmas, / estirpe de abejas a la deriva”.
Ada Soriano (Orihuela, 1963) se ha sentido atraída por la literatura y la música desde siempre, especialmente por la poesía. De niña se refugiaba en los libros y soñaba con otros lugares, viajaba a otras épocas, comenzaba a hermanarse con las palabras de escritores que ya empezaba a admirar. A los 21 años, se integró en la revista de creación literaria Empireuma (editada hasta 2015), de la que fue redactora y codirectora junto a otros poetas. Asimismo, en 1991, fue miembro fundador de la revista socio-cultural La Lucerna.
Ha publicado relatos y poemas en diversas revistas nacionales e internacionales como El cardo de bronce, Lunas de papel, Nieve y cieno, Cuadernos del matemático, Opticks, Licencia Poética y Ágora. También ha aparecido en multitud de antologías y ha participado en numerosos recitales de poesía. Actualmente colabora con reseñas y entrevistas en los medios digitales Mundiario, Frutos del Tiempo, El Cuaderno y Las nueve musas. Recientemente ha publicado el libro de entrevistas literarias No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas (2019) y ha colaborado, junto a José Luis Zerón, José Manuel Ramón y José María Piñeiro, en la edición del libro El corazón del claroscuro. Poesía reunida, del poeta Miguel Ruiz Martínez (2019).
En poesía, ha publicado dos plaquetas: Anúteba (1987) y Alimentando lluvias (2000), y seis libros: Luna esplendente o sol que no se oculta (1993); Como abrir una puerta que da al mar (2000); Poemas de amor (2010); Principio y fin de la soledad (2011); Cruzar el cielo (2016) y Dondequiera que vague el día (2018).
Ada Soriano es una mujer tierra, una mujer subterránea que recorre su mundo a través de la poesía. La naturaleza se desliza en sus dedos y se posa en cada verso para dar vida a todo lo sensible, para recrear un paisaje lleno de símbolos que despiertan el lado cognitivo y la percepción de todo aquello que no es fácil de advertir.
“En el camino enjambrado / prende una llama. / Me pierdo en esta tierra / de árboles preñados / -corolas / bajo el rubor del cielo- / y me oculto en la espesura / de sus entrañas / para ser sustancia que abastece, / savia que renueva. / Oh flores aéreas. / Oh fruto del futuro”.
Dondequiera que vague el día (Ed. Ars Poética), es un viaje interior y sublime; un recorrido por distintos estadios de la emocionalidad de la autora que desembocan en la figura triangular de la mujer como fuente creadora de vida, como origen y destino, como fuerza capaz de transmutar lo que le rodea. Así, hija, madre y tierra forman un todo que gotea a lo largo del tiempo y reclama sus espacios.
“Así, / recostada, / soy parte de una explosión / que brota de la tierra. / Surcos, / grietas fecundas / con punta de lanza, / dardo que abrasa. / Así, / tendida, / soy miembro de una hermandad. / No somos tan diferentes. / También yo soy tallo, / cáliz, / caro perfume”.
La belleza y la ternura se muestran con un velo metafórico pleno de erotismo e imágenes llenas de ardor. Los amantes y la conmoción de los encuentros amorosos dan forma a la vida, pero también a la espiritualidad y a lo sagrado. Una elevación que llega a mostrar la mística apasionada de la autora y el trasfondo emocionado de su poética.
“Aquella noche, / bajo la mirada impasible / de la luna creciente, / se entregaron como ave / que acude a su nido. / Colisión de caderas / y dinámica de fluidos / mientras de sus bocas emergía / una pulsión de alientos, / la innecesaria vocalización”.
La luz, el sol y la luna son figuras constantes que nos llevan al poder omnisciente de la belleza; a la observación y al reconocimiento de que todo es fugaz. La celebración nace de las entrañas, se despliega en la interpretación de lo femenino como un divino espejo en el que mirarse para decirse la verdad.
“Ese empeño en rondar / a la gloriosa Amaterasu / con su deslumbrante aureola / de rayos lacerantes / para sentir un vuelo abrasador / de mariposas por dentro. / En el jardín umbrío, / junto a los blancos claveles, / la reverencia de un ramo de lilas / desde su fondo de piedra / y ese empeño en deshojar / el alma de la rosa”.
La fascinación que entra por los sentidos nos hace bucear por las interioridades de la poeta, por los miedos que se revelan y nos conciencian sobre quiénes somos y cuáles son nuestras experiencias. Nos acercamos así, a través de cierto surrealismo, a un estado de reflexión que abre las puertas de la sentimentalidad.
“Hasta aquí llega el rumor / de un trote que estremece / como estruendo de tormenta. / Inmersa en un miedo ancestral, / soy consciente de esta invasión: / una carrera desenfrenada, / un concierto improvisado / de cuerpos desnudos que galopan / a toda prisa y sin mirarme. / Me uno al movimiento de sus crines / que bajo la cálida luz de las farolas / parecen de fuego”.
Ada Soriano nos acerca a un enigmático intimismo, hace que la luz se condense tras las palabras con la naturalidad de quien ve salir el sol y mece sus ojos ante la hermosura que le ofrece el mundo. Desata el deseo y lo transforma en lenguaje, en elevación carnal y regocijo. “Es cierto que la lluvia resplandece / al tiempo del relámpago”, por eso su voz es también colectiva y tiene esa fuerza cósmica que nos une: “Oh vientres maternales / que danzáis cerca de los arroyos. / No permitid que el hombre / os arrebate vuestro brillo. / No os rindáis ante la luz / impostada de las ciudades”. Entremos en este invernadero, en está cúspide rodeada por altos precipicios. Leamos.
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