“¿Qué se puede decir / de los hijos de la sal y la tierra yerma / de los dueños de la piedra blanca / de días vivos en sueños secos? // ¿Qué podemos hacer nosotros / que caminamos por senderos / de polvo y alquitrán / y sentimos / la austera azotea y el árbol de artificio?”.

Antonio Soriano Santacruz (Alicante, 1991) es musicólogo. Pasó sus primeros años entre naranjos, rosas, hierros oxidados y piedra. A los once años empezó a tocar el piano y, fascinado por Chopin, continúa con la carrera musical, el análisis musical y los supuestos dorados de la ópera de la Edad Moderna. Se mudó a Madrid para dedicarse a la investigación. Actualmente, reside en Alicante y realiza un doctorado sobre teatro musical del siglo XVIII madrileño. Nuevas especies de óxido (Boria Ediciones, 2020) es su primer poemario publicado.

Antonio Soriano es un artista cuya expresión alcanza diversas disciplinas que se abrazan y se seducen a la hora de manifestarse.  Quizá por eso su ópera prima, Nuevas especies de óxido, tiene una estructura teatral bien definida, cuya puesta en escena nos invita a vivir una aventura dramática en tres actos. En ella, el protagonista se disfraza, sueña y se desnuda para convertirse en poesía; muere y renace con la intención de caminar hacia otro mundo desconocido en el que ser él mismo y aventurarse.

“Soy demasiado joven para no vender / mis ojos, leyendo, / demasiado joven para no ofrecer mi cuerpo a todo / y a todos. // Ya que ahora / después de remendar fracturas de coraza / me he dado cuenta de que soy demasiado joven para / la renuncia / el amor / y el todo”.

Desde la metáfora del óxido, el autor nos invita a visualizar la corrosión del propio yo y a reflexionar sobre lo inoxidable. Así, en esta unión del metal con el oxígeno, se produce una reacción química natural que sirve de símil para la resistencia y la necesidad de sobrevivir. Nos encontramos ante el dolor, la insatisfacción y la búsqueda que solo puede curarse a través del viaje inminente. Una partida (huída) que el poeta vislumbra como alquímica.

“Más allá de la herrumbre hay todo polvoriento / más allá de la herrumbre hay grito sosegado / hay sueño que da miedo. / Más allá de la herrumbre hay nada / y la nonada es todo. // Duerme y pasea por los campos tóxicos y oxidados. /Duérmete y sueña con la muerte. / Duérmete y sueña con un siempre. / Siempre. / Sueño. / Muerte”.

La búsqueda de la felicidad, el poder de lo onírico, fuerza al poeta a descreer de todo lo que le rodea. La visión de la realidad es derrota, pero al mismo tiempo es semilla de una marcha casi obligada. Entran aquí el juego del anhelo, el espacio donde manifestar su íntimo sentimiento y el deseo de dejarse ver sin tapujos: la ciudad, el alquitrán, el hierro, los bares, el sexo, el amor, los pájaros que no vuelan porque necesitan de otro aire más bohemio para extender sus alas.

“Acomódate y mira el final de ti en mí mismo / olvida mi locura / y cásate con ese o el otro o el otro / me da igual, pero sé feliz. / Y cuéntale a quien le interese / que una vez / como quien tiene un perro enfermo / tú tuviste un loco que no hacía sombreros / pero que escribía cosas como esta / pero que nunca debió escribir / nada como esto o aquello. / Pues nada es lo que debió asumir”.

El arrebato, el dolor por la pérdida, la necesidad de olvidar, se convierten en un escenario-cicatriz. Un escenario para la despedida en el que la línea del horizonte lo cubre todo. Aquí, el héroe tiene decidido ir al encuentro de la salvación y sonreírle al mundo; gritar y saciarse; coger una bocanada de aire y crecer en el propio acto de respirar. La fragilidad del ser humano ante los monstruos del averno, la identidad sexual como bandera y la fuerza revolucionaria salen de su pecho para hacerse oír y reafirmarse. Un tornado se acerca, entramos en una espiral que nos devora.

“Espiral. / Maricones que son Ícaros acercándose / demasiado al sol. / Trans que son penitentes / en los acantilados del Aquerontes. // Espiral. / Heterosexuales que creían que serían de oro / y se rompieron como ídolos de barro cocido. / Enfermeros que comunican exclusión y muerte / como Torquemadas con un trabajo muy aburrido. // Espiral. / Nadie les dijo nada sobre el sexo. / El sexo da vida. / Espiral. / El sexo os da la muerte. / Espiral”.

Antonio Soriano Santacruz vive la noche en toda su dimensión semántica. Su lirismo se desarrolla entre el claroscuro de la juventud y la necesidad de expresar todo el arte que lleva dentro. La música, las lecturas, crean un paisaje idóneo para fluir y ser testigo de un tiempo que no obedece a ninguna estructura temporal. En una especie de locura, arde por dentro y necesita caminar, no mirar hacia atrás ante el peligro de convertirse en piedra. Así emprende el viaje, a sabiendas de que dice adiós a lo que ama, “ahora sin cobardía / sin broma / sin falta”. Porque tal y como él afirma es “el loco / que ama todo lo que nadie tiene / y decide perderlo. (…) el loco / que lo tiene todo y que jamás / jamás en su casa tiene miedo”.

Se cierra el telón. Entonces, una se va a casa y piensa en el óxido, en el viaje, en el poema…, en que todo final es principio de algo. Vivamos el teatro. Leamos.