“Me gusta entender la escritura como una tecnología que interviene sobre el cuerpo de uno mismo y lo transforma, como un lugar posible de reformulación de la subjetividad y el deseo. Escribir es una labor física. Escribimos con todo el cuerpo, incluso ahora”.
Beatriz Miralles de Imperial (Madrid, 1985) es poeta y editora. Dirige el proyecto editorial Ad minimum. Ha publicado la plaquette de poesía Y todo es silencio (2013) y los poemarios en volúmenes colectivos 500 micrometros: El lugar del cuerpo en vano (2008) y La soledad del hombre isla (2010). Sus poemas han aparecido en antologías como Anónimos 2.1 (Cosmopoética, 2013), Desdoblando (Editum, 2014) y Ni pena ni miedo: Poesía 3.0 (Universidad de Alicante, 2015); también en revistas como El coloquio de los perros, Josefina la Cantante, Ovituario o Seconal. Sus libros de poemas publicados son Oscura deja la piel su sombra (Balduque, 2016) y El viento sopla donde quiere (Libros Canto y Cuento, Colección de poesía 22; 2020).
Beatriz Miralles es una poeta del silencio, de todo aquello que no se dice y que se sugiere a través del lenguaje. Su poesía esencial es fruto de un proceso lento de depuración, de casi des-escritura, que llega al papel como un alumbramiento laborioso; una construcción tranquila y sosegada que nos coloca ante un diálogo interior que busca la palabra justa.
“ME OBLIGO A ANOTAR estas palabras que esta noche escribo para nadie, para llegar a la orilla de este día con su silencio. ¿Qué me guarda este hallazgo? Algo de mí se oculta, aprende a callar”.
El viento sopla donde quiere es un libro poco convencional que nace de impresiones, ideas, reflexiones y lecturas durante una etapa concreta, posterior a su anterior libro Oscura deja la piel su sombra, que la autora comenzó a escribir a mano, en forma de falso diario. Después, algunas de estas entradas fueron publicadas en su blog Cuaderno Portátil bajo el epígrafe Un cuaderno de notas.
A pesar de la brevedad aparente de sus poemas o de sus prosas poéticas, lo textos encierran un largo recorrido de indagación, de contemplación celebrativa que se percibe al leer, más que por la extensión, por la duración. Y es que su palabra es el balbuceo tras la sublimación, la concreción de algo que traspasa lo matérico y nos eleva haciendo propio el momento; el presente flota y se reafirma en cada lectura.
“MIRA DE QUÉ manera va cayendo la tarde. Qué breve signo de un solo día. ¿Cómo podré callarme esta hora, esta entrega de estar solos bajo el sol de invierno? Es gratitud la tarde que acaba y va marchándose. Una a una, a cada instante, su luz se dice en cada cosa”.
Aunque la autora no busca el sentido último de la mística, su escritura contiene un fuerte calado espiritual a través de la reflexión y en un espacio silencioso desde donde mirar la vida. El vacío, la nada, tienen tanta significación que solo hay lugar para encontrarse con uno mismo, para reencontrarse y ser consciente; para mirar la luz de las cosas e identificarse en ella.
“EN LA TARDE ES domingo, sedimenta la luz sobre los campos, a cielo abierto, entre las cosas y es abril esta calma quieta un momento antes del vuelo de los vencejos, antes del canto que pasa y queda y, como las huellas del pájaro en la orilla, habrá de desaparecer”.
Sentir o presentir antes de nombrar, abrirse a las posibilidades del lenguaje, son pilares que se descubren en cada página de este libro contenido, de este ejercicio de síntesis natural tan característico de Beatriz Miralles. Su voz resuena en lo cotidiano; en el milagro de las cosas, en el tiempo detenido, en la singularidad de lo que nos rodea, en los libros. El sentido de la vida, todas las preguntas y todos los porqués se abren paso entre las letras.
“RICARDO PIGLIA DICE que uno escribe porque está desajustado con la vida. Últimamente casi no apunto nada. Igual hasta se trate de una buena racha. En una entrevista Mircea Cârtârescu cuenta a propósito de la escritura diarística que cuando está desesperado o infeliz se da con la frente contra el diario, como si fuera el muro de las lamentaciones. Por el contrario en los días mejores no toma ninguna nota. Me pregunto si se puede expresar por escrito la felicidad o si es en la elipsis de la escritura, en sus huecos en blanco, cuando sucede”.
Beatriz Miralles nos muestra en El viento sopla donde quiere esa serenidad necesaria para abrir la mente y ser parte de todo lo que nos rodea. Las prosas crean un universo personal transferible a cualquier ser que mira la belleza al margen de la vorágine externa, que participa de la inmensa riqueza de las cosas pequeñas y de la trascendencia de lo aparentemente intrascendente. Es así como el lenguaje se convierte en reflejo y sombra de todo lo que no se ve; de lo que se ilumina con la mirada atenta. Dice la autora:
“ESCRIBO A MANO. Pienso en la materialidad y la condición física de la escritura: la inscripción de un cuerpo sobre una superficie. Quizá sea esta la dimensión de la escritura. Quizá quede ahí nuestro auténtico retrato, su registro sucesivo. Algo así me enseñan estos apuntes. ¿Cuántos días escribiendo habitualmente estas notas? ¿Le importarán a alguien? ¿Me importarán a mí cuando las lea pasado un tiempo? Me pregunto cómo habrían sido las páginas que estuve a punto de escribir y no hice. Los libros llevan dentro de sí una historia de posibles”.
Seamos parte de esa historia. Leamos.
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