“Todo nos llevó a la aflicción; / a la salida de un cuerpo astado / por el desplome del mundo / de esta punta que por tristeza / ha perdido su origen. // Contra las caídas y las escaleras / que se rieron del borde y sus anchuras. / Grité: ¡soy yo, soy yo! / Y ya nadie reposaba cerca de mí”.

Cleofé Campuzano Marco (Archena, 1986) es educadora social y gestora cultural. Inició sus estudios universitarios en Filología Hispánica. Posteriormente, se graduó en Educación Social y se especializó en la vertiente sociocultural a través de estudios de posgrado en Antropología Social y Cultural y en Educación y Museos, por la Universidad de Murcia y Zaragoza. Ha colaborado en diversos medios con trabajos científicos y reseñas. También ha participado en revistas de poesía y espacios literarios como: La Galla Ciencia, Empireuma, El coloquio de los perros y Círculo de Poesía, entre otros. Actualmente compagina la producción literaria con trabajos de investigación, la intervención socioeducativa y el comisariado pedagógico de arte contemporáneo. Ha sido incluida en la antología Encuentros con la poesía en la Casa Natal de Miguel Hernández. 27 poetas. (Fundación Cultural Miguel Hernández, Orihuela, 2019). Sus libros publicados son: El ocho de las abejas(Devenir, 2018), Paz Primaria (Devenir, 2021) y A aquel remanso le debo una isla (Sapere Aude, col. Ad-Versum; 2021).

Acercarse a una flor y descubrir su lenguaje es algo extraño, un acto que necesita tiempo y dedicación y atrapa al subconsciente en el intento de la lógica. Desde la extrañeza encontramos aquello que parece eterno pero que da fe de la fugacidad de la vida, descubrimos el tiempo que no se detiene y la certeza de la muerte. Sentimos la belleza y el ímpetu de la Naturaleza que nos atrapa en el dolor y nos abre el pensamiento. Así llegamos a la poesía de Cleofé Campuzano, a un remanso en el que disfrutar de los símbolos y la divagación.

“A aquel remanso le debo una isla. / Un lugar donde la exuberante naturaleza haya perdido el juicio / y sea capaz de recordar. / En aquel distrito habitable, sobre una flor, la duda ya no es, / está fuera de término; ahora abastece tu fuerza y te levanta / sobre ti y el temor es desértico, lejano como los ojos que no / miran, como un volcán victorioso al eclosionar ajeno a las cosas”.

El lenguaje es transpirable, deja que los significados traspasen los versos para crear emoción donde la realidad solo es huella. La poeta siente el pasado y nos hace acomodarnos en él, sintiendo la herida que nos define y afincándonos en un presente ya vivido, que no quiere saber de futuros por temor. La palabra es intemperie, paisaje que deslumbra y acontece a través del pensamiento. Un juego expresivo y cerrado que deriva en el transcurrir de la vida.

“La comprensión no es suficiente. / Otra palabra para un significado nuevo. / Pero no la hay, no la hay y retorno / a mi lugar viejo, a aquel lugar seguro, / al remanente inalterado, al dolor / que nos interpreta y me interpreta; / al pasillo intermedio como interlocutor / de la verdad creada. / Y empiezo a enarbolar… otra palabra. / Otra palabra. Resplandor: mismo lugar viejo”.

La fuerza de la memoria queda en la llaga, en el sentimiento profundo que nos hace ser y da sentido a la existencia. Como una fuerza invisible surge el acto de escribir, la serenidad del vacío que trasciende todo lo que ocurre. Es inexplicable el acto poético y ante él surge la extrañeza, el milagro de la existencia más allá de lo visible. El no-ser se encuentra en el camino con el origen, con otro yo que es tú, con lo viejo que se acomoda en el intento de sobrevivir.

“Circundan esta corriente / los hijos de la matriz pélvica, / entre el yo y el tú, entre la ruina / y la incorruptible torre / de esta casa, del cíclope constructor / y deudor de ciudades. / Los candados, en la fijación / de ocultar la luz. / Los candados, en la fijación / de ocluir el horizonte”.

La inestabilidad y el desasosiego marcan un territorio íntimo e insalvable. El temor mueve el mundo y convierte la felicidad en un acto fugaz frente a lo cotidiano. Pero ante la perplejidad y lo extraño siempre está la esperanza, el seguir consciente y vivo ante las conjuras que atentan al ser desde su propio subconsciente. Un distrito que habitamos en soledad y que ejerce de amplificador ante el silencio.

“Algo distinto a todo / serás; una agrupación de existencia / asistiendo a un tiempo infrecuente: // la triste venida / del acontecimiento más raro / irrisorio por inadmisible; / el descendimiento del mundo después / de su desaparición. / Algo distinto. / Algo que se precipite”.

En A aquel remanso le debo una isla, Cleofé Campuzano Marco acompaña sus textos con ilustraciones de Ferran Lega. Sus imágenes acentúan lo efímero, el dolor, la soledad y la existencia, todos temas recurrentes en la obra de la poeta. Entre la perplejidad y la mirada hermética, existe un acento expresivo que acompaña cada poema y que rebusca en lo profundo para sentir cada acontecimiento. El olvido no existe y lo viejo aparece cómodo ante la incertidumbre del futuro. Dice el poema que cierra el libro: “En tu cabeza, / la claridad que se gasta con el reflejo que prestas. / Casi por un azar preso de teología / empiezas a orar tu víspera. / La moneda cambiada por un tiempo sin precio, / la ganancia de una manera más opaca de entenderse. / En tu cabeza, / la fragilidad de estar aquí. Una palabra se esplende / y te transfigura en una muerte abierta”. Ante la finitud de la existencia, lo eterno de la poesía. Vivamos. Leamos.