«Perdimos la inocencia / el día en que por azar / descubrimos / que como los yogures / teníamos asignada / nuestra fecha de caducidad».

Eduardo Boix (Elche, 1980) es escritor, poeta, performer, crítico literario y gestor cultural. Miembro del grupo poético “Abril 2005”, en 2007 realizó una exposición de poesía visual titulada “La Magnitud de la tragedia”. También fue comisario de la exposición “Con Tacto Visual” de la artista eldense Adriana Erades Pérez (Bubalú), en la sala Lanart del Centro de cultura contemporánea L´Escorxador, de Elche (2009).

Es subdirector de la revista digital de cultura y tendencias letrasenvena.com. Ha colaborado en diversos medios de comunicación como El Heraldo de Aragón, La verdad, El diario de avisos, la revista literaria “Qué leer” y actualmente, en el suplemento “Artes y letras” del diario Información de Alicante. Obtuvo el 2º premio del II certamen de microrrelatos Ciutat D´Elx con la obra “Borges”, en 2006, y fue finalista del Premio de poesía Hermanos Argensola con el poemario Prozac, Trankimazin y otros parques infantiles, en 2010. Además de realizar talleres relacionados con la escritura creativa, ha participado en numerosos encuentros poéticos entre los que destacan el I Encuentro de Poesía Experimental (Bilbao, 2006), el festival NOSOMOSTANRAROS.COMO?? I Festival de Poesía??, de Elche, o Bello Público (2020), en Alicante. Es coeditor de Fif%ty, en Ediciones Frutos del Tiempo.

En narrativa ha publicado Mi funeral (La Fea Burguesía, 2015), Los confinados (Frutos del Tiempo, 2020) y Columna del miedo (Eolas; Colección Leteo, 2020).  En el ámbito de la poesía, participó como autor en la antología Primer paso, grupo poético abril 2005 (Asociación Cultural Tres Estaciones, 2006) y como antólogo, junto a David González, en la antología Heterogéneos: Al otro lado del espejo. Narrando contracorriente (Escalera, 2011), una selección generacional de poetas desarrollados en la democracia, entre 1970 y 1987.

En solitario, sus poemarios publicados son Estas son nuestras ruinas (Frutos del Tiempo, 2004), Últimas jornadas en el paraíso (Eclipsados, 2010) y Prozac, Trankimazin y otros parques infantiles (Huerga y Fierro, 2012).

A Eduardo Boix le encanta escuchar historias. Observa, curiosea, agudiza el oído y empatiza con todo aquello que le rodea para convertirlo en germen potencial de sus escritos. Desde su interés por la conducta humana, percibe la fría realidad y la recrea con el fin de transformarla y reafirmarse en la idea de que la esperanza existe.  A partir de la voz interior del niño que fue y que, de alguna manera, sigue siendo, su obra hace un recorrido autobiográfico y pone un especial énfasis en su paisaje personal, junto a aquellos acontecimientos que rememora.

“Me remonto años atrás / para recobrar las sensaciones / perdidas de la infancia; / en ella tendemos a mitificar, / lo que no existe, / lo que se ha ido definitivamente: / Yo, fantasioso e inocente, / quise creer que eras Meryl Streep / o Cher / en aquellos viejos films / de los sábados por la tarde. / Mi madre, siempre sonriente / me seguía el juego / para no quitarme la ilusión. // Recuerdo aquella escena / en que Cher con chupa de cuero, / sonreía, apoyada, deteniendo el tiempo / en su mueca. / ¡Qué feliz se es en la ignorante / inocencia de la infancia!”.

Prozac, Trankimazin y otros parques infantiles refleja la narrativa de su poética. Es un libro que nace de la reflexión sobre el origen de las enfermedades mentales y las prisas a las que estamos sometidos en el día a día. La añoranza de los años en los que todavía se podía jugar en la calle, y la época de descubrimiento que significa la niñez, sirve como cristal de aumento para describir un entorno de barrio, en el que la emigración y el olor a cola de las fábricas de calzado marcan una manera de sentir el mundo.

“Así era la libertad en los ochenta. // Jugábamos en descampados / al fútbol, con ratas y piedras / haciendo imposible la existencia / a quienes nos negaban el paso. / Gritábamos al mundo / con el convencimiento pleno / de que la vida valía la pena. / Hoy treinta años después, / de aquel primer día de colegio, / solo queda algún aroma / y unas cuantas cicatrices / en las piernas”.

A través de referencias cinematográficas, musicales y literarias, el autor nos sumerge en un realismo impertinente y costoso, en una cotidianidad de familia trabajadora donde los esfuerzos por salir adelante forjan el carácter. Así, sus poemas-crónica proyectan una mirada inocente, pero también la ironía de un adulto cuya sensibilidad sabe avivar la memoria de quien lee.

“Mis padres vivieron a plazos / y dejaron sus vidas / pendientes de cajas y bancos. / Mi padre se casó con mi madre / y con Balay, / Zanussi, Seat, Iberdrola, Corberó / y un largo etcétera de empresas / que según ellas / te hacen la vida mejor. / Así pasamos sin apuros / de seis en seis meses, / sin peligro ni intereses, / pudiendo comprar, un horno, / un coche, una tele… / No sabíamos / qué era nasdaq, ibex, o nikkei, / pero no importaba / si los goles de Santillana / eran en color. / Y así me enseñaron a vivir / la vida a plazos, / a seis meses sin intereses, / atrapado en el bucle infinito / del comercio”.

Los sueños de la infancia, y las fantasías que traen consigo los tebeos y el cine, son piedra angular en un discurso de denuncia social cuyo decorado es la propia casa, el colegio, el prostíbulo que funcionaba debajo de su casa, las drogas que arrasaron en los ochenta o los bocadillos de Nocilla que todos hemos disfrutado de pequeños. Con las ansias de un justiciero de cómic, Boix nos hace partícipes de esas ganas de cambiar un universo hostil y pone de relieve sus gustos personales sobre el género negro. La conciencia del tiempo nos salpica.

“Desde que tuve uso de razón, / siempre quise ser un gánster / o un simple atracador de bancos / que con una careta de Casper / entrase al grito de: / ¡Quieto todo el mundo / Esto es un atraco! // Huiría en un coche robado / pilotado por Bugs Bunny, / Porky, cenicienta o el lobo / burlando a la policía / al girar la calle treinta y cuatro / con la quinta avenida, / pero cuando creces, comprendes / que eso solo vale en la infancia / y que no hay crimen perfecto, / que el cine es solo un sueño / y que las facturas / nos mantienen siempre despiertos”.

Otro de los temas recurrentes en la escritura de Eduardo es la muerte. La conmoción que provoca la pérdida, el dolor, la ausencia… se mitifican y avivan a lo largo de todos sus libros. La historia que hay detrás de la historia y su impulso por saber dan forma a su narrativa (ya sea en verso o en prosa). Así pasa en Últimos días en el paraíso o en su reciente libro publicado, Columna del miedo, una colección de cuentos que, sin perder la mirada personal e intimista, recoge la crudeza y desolación de la guerra civil, la pesadilla del bombardeo del Mercado Central de Alicante. La reflexión sobre el porqué de la vida, su finitud, sus misterios, son el acicate motivador para construir su relato.

“Temblé / al descubrir el frío / aquella tarde de julio. / Mi padre / era el portador / de las malas noticias. / -El padre, / Está en el cielo / Sonó / el crepitar de un leño, / la caída de un árbol, / la fuga / de mil ratas / en la madrugada. / El padre / era mi abuelo, / así le llamábamos / todos los nietos. / No lloré. / No, / no lloré. / Solo pude sentir / el frío / aquella tarde de julio, / cuando al mirar el cielo / no vi sus alas”.

Eduardo Boix siempre busca la razón del comportamiento, de la maldad o de la alienación de los seres humanos. Su diario sentimental, la cercanía y la sencillez de su lenguaje, se origina en el corazón, en los sentimientos y los recuerdos que almacena y comparte a través de las palabras; en el simbolismo bíblico que aparece de fondo, no como religión, sino como contexto ético y como objeto que facilita la denuncia. Sus “Héroes” son de carne y hueso, gente normal que vive una vida normal: “No soy el héroe de esta historia. / No soy el poeta que escribe estos versos. / Ellos sí. / Lo son Juan Pedro, El Willy, mi padre. / Héroes, poetas, obreros que levantan, / que matan por dar lo mejor / a quienes vienen detrás. / Ni Batman, ni Robin, ni Superman, / Ellos, solo ellos encienden la luz en Gotham City”.

Así es la vida, la nostalgia, su poesía. Leamos.