“Quédate así. Asumido en tu propia luz. / No quieras tocar las orillas / que en invisible vaivén de transparencias / consuman tus ojos en un halo puro. / Que en tu pecho herido por la rosa inclinada de la tarde / la palabra no sea sino una hoja suspendida en el claro de la tormenta”.

Javier Lostalé (Madrid, 1942). Es poeta, periodista, crítico literario y antólogo. Incluido en la antología Espejo del amor y de la muerte, con texto introductorio de Vicente Aleixandre. Su poesía escrita entre 1976 y 2001 fue publicada bajo el título La rosa inclinada (2002), y reunida en las antologías Rosa y Tormenta (2011) y Azul relente (2014). Como antólogo es autor de la Antología del mar y La noche. Vicente Aleixandre (1971); Edad presente. Poesía cordobesa para el siglo XXI (2003) y Árbol desnudo. Poesía de José Cereijo (2017). Asimismo, es autor de los libros Quien lee vive más (2013) y Javier Lostalé. Lector de poesía. Ha sido reconocido con los premios Francisco de Quevedo de Poesía y Nacional de Fomento de la Lectura. Sus poemarios publicados son Jimmy, Jimmy (1976; 2000; 2018); Figura en el Paseo Marítimo (1981; 2017); La rosa inclinada (1995); Hondo es el resplandor (1998; 2011); La estación azul (2004; 2016); Tormenta transparente (2010); El pulso de las nubes (2014); Cielo (2018) y Tiempo en lunación. Libro-disco (2019).

La luz de lo perdido. Antología poética 1976-2020 (Chamán Ediciones, 2020), con edición de Esther Peñas, es una amplia aproximación al poeta y a la verdad que se siente en sus versos, a esas posesiones que Javier Lostalé ha dejado en el papel durante todos estos años de trayectoria y de las que se ha despojado hasta llegar al perfil de lo ausente.

Desde su primer poemario publicado, el poeta se descubre ante el deseo incandescente, ante el amor de dos cuerpos que, a través de la carne, se revelan. Mediante las palabras y las imágenes surrealistas llega a la transmutación, a la elevación de la conciencia y a la severidad del recuerdo que se hace luz en la memoria.

“Solo hay ya una trasparente proximidad / que arde sin nadie / sobre la que me tumbo desnudo / y copulo hasta el latido final de un cuerpo de ceniza. / Solo hay ya una tiniebla de miradas / que me acusan con su turbia inclinación / de aurora violada por el tacto de gasa del deseo / y su abierta herida de labios abejas / fecundada en el centro mismo de la inocencia”.

El tiempo es una variable que se detiene ante el erotismo y la sensualidad.  Todo es breve, pero queda dentro de la remembranza que arde frente a la consumación carnal, en la intimidad más pura, con esa soledad nocturna que sirve de refugio contemplativo y da paso a la gratitud, incluso de lo perdido.

“Tus ojos trazan el espacio / de un pulso de imágenes / que difuso te invade / concertando un tiempo sin herida o presencia. / Una rosa respirada / late en el seno del aire / y su perfume son tus sentidos. / Cada pensamiento / es una delgada espina / que cruza tu cuerpo / y lo deja suspenso / en vida solo tuya, / mientras traspasa el paisaje / el alto oscilar del mar”.

La inocencia aparece mantenida en una suspensión de acontecimientos vitales, con la privacidad de aquello que es puro pero que se abre a todo un abanico de experiencias y sentimientos. Los espacios cerrados se iluminan y la desnudez, los besos, el llanto, la belleza, incluso el dolor y la ausencia, son aceptados para tomar un cariz de misticismo.

“Tu desnudo tiene la quietud / de una rosa antes del amanecer. / Abandonado en el límite / de la ausencia más pura / emite una luz / en la que entera leo mi vida / sin alterar el secreto de la tuya, / pues quien así se entrega / es solo ascensión sin tacto, / eternidad de lengua absuelta”.

La rosa, ese símbolo que nos acompaña y nos afecta durante toda la poética de Javier Lostalé, invita a transgredir los poemas y deshojar cada verso en un proceso de mutación que parece culminar en la desaparición de todo lo físico. La serenidad y el silencio nos acompañan para llegar a sentir de manera intuitiva lo que ya no es, pero paradójicamente, siempre será.

“En el hueco que separa dos silencios / algo se clausura con debilidad de rosa, / mientras la tristeza fluye como un astro de luz fija / que besa la memoria con los últimos sonidos. / No existe distancia entre dos silencios / sino solo el espacio transparente de una lágrima, / la sepultada aurora del vacío”.

La mística que se aleja de los credos, que se entiende como un intenso deseo de vivir y que convierte el espíritu en cuerpo, traza una línea ascendente desde Jimmy, Jimmy hasta Cielo, aproximándose a la poesía esencial. Pensamiento y poema son un ejercicio único, apoyado por los sentidos y las sensaciones. Un campo ilimitado en el que construir el amor a través de la ausencia, de la penumbra que recorre la propia metamorfosis.

“Alguien está dentro de ti / a punto de despertar, / empujado por la altitud fija / de un tiempo sin orillas / que sin fecha ni hora te mece; / alguien que no te llama / pero al que siempre respondes, / cuya voz escuchas / como una respiración / solo en ti enterrada. / Crisálida es tu vida, / fuego sin advenimiento, / fecundación sin memoria”.

En la obra de Lostalé, la realidad se desintegra y se convierte en la luz de lo perdido, en un oscurecerse hasta desaparecer tras el aroma del amor que se va de uno mismo. Así, la vida se redondea y se extingue; se transforma para convertirse en lenguaje.

“Antes de que definitivamente / pierdas la voz y la mirada, / asómate a cuanto entraste / y pronúncialo hasta llegar / a su sima más redentora. / Anúdate luego a lo amado, / quemándose en ello tu memoria, / y en soledad de cielo hueco / espera ya solo / que tus párpados se cierren / en la escritura total / de este poema sin nadie”.

En su libro Quien lee vive más, el autor afirma que “no hay verdadera lectura sin punzada, sin que algo no siempre explicable nos mueva interiormente”. Conocer la poesía de Javier Lostalé desvela que, como diría Vicente Aleixandre, “nadie puede ignorar la presencia del que vive, / del que en pie en medio de las flechas gritadas, / muestra su pecho transparente que no impide mirar, / que nunca será cristal a pesar de su claridad, / porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre”. No se podría definir mejor.