“Las batallas pequeñas / me han dejado / pequeñas victorias, / pero todas las grandes campañas / se han resuelto en derrotas excepcionales. // Así he sido yo, / afortunado en lo pequeño, / en lo cotidiano, / en lo que nunca / me ha importado / un bledo… // desafortunado en lo demás”.

Joaquín Juan Penalva (Novelda, 1976) es doctor en Filología Española por la Universidad de Alicante y máster en Edición por la Universidad de Salamanca; trabaja como profesor en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Fue codirector de la revista de poesía Ex Libris y colaborador en el suplemento Arte y Letras del diario Información. También colabora en la revista de cine online El espectador imaginario. Ha escrito, junto a Luis Bagué, el libro de poemas cinéfilos Babilonia, mon amour (accésit del V Premio Dionisia García/ Universidad de Murcia, 2005) y la plaquette Día del espectador (2009). Además, ha publicado otros cinco poemarios: La tristeza de los sabios (accésit del Premio de Poesía 2006 para Jóvenes Creadores de la Academia Castellano-Leonesa, 2007); hiberna, hibernorum (2013); Anfitriones de una derrota infinita (Premio de la Crítica Literaria Valenciana, 2015); Cronología de Tarkovski (2018) y Todas las batallas perdidas (2019, finalista del Premio de la Crítica Literaria Valenciana, 2020).

 Todas las batallas perdidas fue escrito inmediatamente después de La tristeza de los sabios, pero las vicisitudes editoriales han provocado que aparezca como cierre de un ciclo creativo que abarca desde 2008 hasta 2010. A partir del carácter más autobiográfico de hiberna, hibernorum, el título que hoy nos ocupa ha sido la piedra angular sobre la que se ha construido Anfitriones de una derrota infinita y Cronología de Tarkovski, publicados con anterioridad. Es por eso que, si se lee de conjunto, además de una cronología inversa, apreciamos nexos de unión entre los títulos, composiciones que dialogan entre ellas o incluso algún poema compartido, como es el caso de, por ejemplo, El libro blanco, de este poemario:

“Hay un libro blanco / que me regaló Yolanda / en el que escribo poco, / pero que recoge / todas las empresas / en las que algún día / habré de naufragar”.

Y El libro lleno, que aparece en Anfitriones…:

“Tengo un libro lleno / que me regaló Yolanda / hace ya algunos años, / cuando todavía no tenía treinta”.

Joaquín Juan Penalva es un poeta que desde el principio de su obra ha elegido como signo de identidad su pasión por el cine. Bajo una pátina esteticista o culturalista construye una poesía que se podría enmarcar en la experiencia, aunque no siempre la propia. Las lecturas, la música, los viajes y las películas son el caldo de cultivo de esa creación artística que define su forma de estar en el mundo. Personaliza, a través de un lenguaje claro y directo, las emociones y los sentimientos. De esta manera, consigue atraparnos en un mundo fantástico y familiar donde la cercanía y la complicidad permiten una inevitable reflexión personal.

“El día en que Peter Pan / abandonó para siempre / el País de Nunca Jamás, / el capitán James Hook / se convirtió en un pirata / triste, viejo y solo. / No tardó demasiado / en morir de pena / en su camarote / de Jolly Roger… // Solo Campanilla / -¡quién lo iba a decir!- / estuvo a su lado”.

La poética de Joaquín Juan destila un tono amargo en el que la teoría de la derrota aparece siempre como telón de fondo. El paso de los años, la fugacidad del tiempo y la rapidez de la propia vida nos inundan y crean un ambiente de soledad y desencuentro.

“En este invierno / aciago, / portador de nuestra / desdicha, / las hienas acechan / al león / en su guarida. // ¿Será hoy el día / en que los cuervos / sucedan a las águilas? “.

Desde este punto de vista, el autor toma conciencia de la propia caída, de esa acumulación de fracasos que nos da la madurez y que, en ningún caso, juega en contra de la realidad que se construye a nuestro alrededor de manera cotidiana.

“Hoy ha pasado mala noche, / ha tenido fiebre alta / y busca en mí refugio, / alivio a su dolor. // Es mi hijo, / se llama Joaquín José / y ahora duerme / a mi lado. // A veces me pregunto / cómo hubiera sido mi vida / (o nuestra vida, quién sabe) / sin él, / pero de sobra conozco la respuesta: / No hay vida sin él”.

El amor, la felicidad y el deseo se nutren de los propios sueños como parte del viaje para llegar a la certeza de que las ilusiones se difuminan durante el camino. Un discurso que conmueve y nos conduce a un escenario subjetivo donde especular sobre el presente y el propio recorrido.

“A veces no me resigno / a haber perdido / ya / todo / cuanto ansié entonces… / y sueño, / y lucho, / pero lo único / que me queda / es el sueño / ajeno, / el trabajo de otros, / el consuelo tardío, / la ilusión dormida, / la esperanza ausente / y mis mejores / deseos / en bandeja de plata”.

Desde la idea inicial, su escritura es un ejercicio de despojamiento, de eliminar todo lo anecdótico y superfluo para quedarse con la esencia, con la brevedad. Así, a pesar del carácter narrativo, llega a una estructura lírica propiamente poética. Desde un punto de vista absolutamente ecléctico, busca un correlato objetivo donde reflejar su mundo interior, sus ideas y su concepción de la vida. El poema no es subsidiario de la referencia, sino que de manera independiente busca su razón de ser.

“Durante aquellos últimos tiempos / fueron real, auténticamente / felices, / y la muerte de Karenin, / compañero de una década, / no solo no perturbó / su felicidad, / sino que la consolidó. // Cuando el camión de Tomás / se salió de la carretera, / hacía ya rato / que él y Teresa / habían llegado al Paraíso”.

Joaquín Juan Penalva es un poeta cuya filosofía, a pesar de la derrota infinita que supone vivir, pasa por un inmenso amor al cine y a la cultura en general. Tal y como él mismo explica, en Todas las batallas perdidas nos ofrece una versión fiel de lo que ya cerró prácticamente hace diez años. Un segundo libro en solitario que, después del descreimiento de premios y otras suertes del mercado, sale de la mano de Huerga & Fierro para dar fe de que “uno no puede huir nunca de sí mismo”. En esta continua lucha, escribir y leer poesía es el lenguaje común que nos sustenta y nos llena de entusiasmo antes de la derrota final. Leamos pues.