“Acabamos de nacer y ya somos ancianos. / El tiempo es pedrusco quebrantando nueces / y eso hacemos, partirnos desde el alumbramiento / y crujir el resto de los días, persiguiendo en el oscuro / abrigo / la luz de la lumbre / vivir es / estremecerse como trapo cosido con hojas secas”.

José Iván Suárez (Elche de la Sierra, Albacete, 1980) es licenciado en periodismo, amante de la historia y de la huerta. Ha recitado su poesía en lugares como La Estación Azul de RNE, Poetas en el aire, Ateneo de Madrid, Festival Fractal o Libertad 8. También ha publicado poemas y relatos en distintas revistas y antologías tales como Piedra del Molino, Cuadernos del Matemático, La hamaca de lona o Nayagua. Además, practica el videoarte, el diseño gráfico y la fotografía. En esta última disciplina, en 2019 realizó la exposición solidaria Sueños silvestres. Ha creado para artistas como Polavieja o Toro Tribal y ha colaborado con Vicente Escudero en la redacción del libro biográfico Historia de una memoria. Recientemente ha comisionado la exposición Sierra Neolítica, tras descubrir un yacimiento arqueológico.

Sus libros publicados son: el poemario fotográfico Escondites de la Ausencia (La Poza, 2002), Gnomon (IV Premio Nacional Félix Grande, 2008), Próximamente pan (Centro de Poesía José Hierro, 2010, V Premio Internacional Margarita Hierro), Egoclasta (Amargord Ediciones, 2015) y Protocolo Rebelde (Versátiles Editorial, 2020).

Sentir el vértigo de la existencia, la inquietud por el origen y por el viaje, siempre ha sido una hoguera que aviva el pensamiento. La humanidad y su trasfondo histórico, pre-histórico, ha supuesto un misterio; una fuente de hallazgos y acontecimientos poseedores, en sí mismos, del germen poético de la incertidumbre.

“Atardecemos, ingenuamente nos hacemos noche / y volvemos a ser antediluvianos / laberínticos y hondamente instintivos / nuestro cerebro creciendo como vegetación / la calima de besarnos / pura naturaleza medrando por todas nuestras ramas. / Somos salvajes hacia destinos ocultos / naufragamos en sendero hereje / y ermitañamos / nos alejamos de todo / nos vamos a algún sitio donde no estás tú, muerte / ni tampoco, nuestros pirómanos demonios”.

Protocolo rebelde es una invitación al descubrimiento, a la inercia de la esperanza y la descompostura de la memoria colectiva. Un trayecto que comienza con el “alumbramiento” del mundo y prosigue hacia la “catarsis cuántica” del amor, hacia la certeza de la rebeldía ineludible como último protocolo. El hombre, la mujer, la naturaleza que nos absorbe y nos transforma, están presentes en estos poemas que abren las raíces de la tierra y nos sumergen en una reflexión profunda sobre el tiempo y las sucesivas transformaciones necesarias para la supervivencia.

“Conquistaremos cumbres / donde el aire se da la vuelta. / Colonizaremos los vientos burdos / que desgastan la soledad. / Liberaremos a las plantas / y a las bestias daremos suelta. / Contra la necedad batallaremos / y a la mala sombra mutilaremos con pedernal. / Obraremos siempre en favor de la vida / y si tenemos que morir / que sea de amor bruto y sincero”.

Las pasiones humanas, en el tono surrealista de José Iván Suárez, fluyen como “una fuente de sangre” de la que brota la necesidad de la evolución, de ese progreso que se adhiere a la mente y modifica el pensamiento. Un tránsito desde las cavernas hacia espacios indefinidos, de raciocinio y discernimiento.  La memoria nos identifica, nos vuelve herramienta certera de ese sentir grupal que nos atrae hacia el núcleo terrestre. Y así se percibe la sencillez, el campo, el entorno rural que se significa en cada verso, a través de localismos y palabras emocionantes.

“La cigarra y los cencerros, / los perros que siempre ladran, / las chicharras y los pájaros / sobrevolando tormentosos tejados / y las estrellas tejidas en un enlutado cielo. / La noche ancha de océano a continente, / y de levante a poniente, la muerte estrecha. / La mente sin consistencia / aterrada por la incertidumbre. / Y sin embargo, sabemos / que a la hora de la muerte, / terminaremos queriéndonos”.

La muerte se une al deseo, a la utopía de un universo hecho por y para el ser humano. Cada protocolo, cada proceder, entrelaza el misticismo y la reflexión sobre las deidades que durante siglos han sostenido a la humanidad. Desde ese punto, la esperanza entra en juego directo con la tragedia, con el cansancio de la huida, con la conciencia de la perpetuidad. Grandeza y parquedad entran en conflicto:

“Tan infinitesimales / tan diminutos de nosotros mismos y del universo. / Si al menos, fuésemos una onza del cielo o acaso / algún quintal del mar pesando sobre los abismos, / si fuéramos una fanega de tierra o un árbol / por lo menos una rama, si pudiéramos sanar / imaginaos / solo con posar las manos / si al menos poseyéramos la sabiduría antigua de un incunable”.

José Iván Suárez configura un entramado de imágenes que desemboca en esa ilusión imperecedera que no tiene otra opción que seguir. Con la convulsión que supone estar “contagiados de ilusión / constipados de ternura, / convencidos de que lo bueno es blando / y a veces, duro / nunca derrotados ni compungidos / ni conspicuos ni apocados”. Nos invita a laresistencia y a vivir el “mañana turbulento”, a pesar de la pequeñez que supone lo infinito del cosmos. Porque, como dice el poeta, “no hay mayor hambre / que una conciencia agitada por las ventiscas”.  Sigamos el Protocolo Rebelde: leamos.