“Hoy solo quiero que acabe el día, / dejar la pantomima de cumplir. / Acomodarme en la noche / y agarrar la almohada rellena de ensueños / para construir un mañana a mi medida. / Y me asusta pasar de puntillas por la vida / corriendo de esquina en esquina, / jugando al escondite sin contar hasta… / sin nadie detrás a punto de tocar la pared / celebrando su pequeña victoria”.

Julia Navas Moreno (Avilés, 1966) es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo. En novela, ha publicado Esperando a Darian (2014) y ¿Qué hay en una habitación vacía? (2018). Ha participado con sus relatos en diversos libros colectivos como Habitación 2019, De vinos, Cocina en su tinta, Fuera de guion, Miedos, Palabra fiera… Compartiendo historias recoge el texto ganador del concurso convocado por la concejalía contra la Violencia de Género del ayuntamiento de Tarrassa.

En poesía, ha sido incluida en numerosas antologías tales como Histeria I y II, Antología de poesía Viejoven. También ha publicado en diversas revistas y blogs: Resaca/Hankover, Absenta, Cronocopios o Susurros a pleno pulmón. Sus poemarios publicados son Confieso que he perdido el miedo, Ombligos y universos, Simulacro y Zapatos sin cordones.

Reflexionar sobre los misterios de la mente, sobre los laberintos del pensamiento y la percepción es un ejercicio que nos arrastra a lo desconocido. Un laberinto de inquietudes que nos hace sentir la fragilidad del ser humano y asumir que somos como una estructura de cristal que se sustenta en la cuerda floja de lo impredecible. En Zapatos sin cordones (Chaman Ediciones, 2021), Julia Navas Moreno nos invita a caminar por una senda sin retorno en la que luces y sombras chocan con las paredes de la realidad.

“Mirando el fuego el tiempo se detiene. / Robamos la luz y el calor / para domesticar la oscuridad. / Robamos horas al sueño y a la soledad. / Aprendimos a ser sabios / y la carne perdió su textura correosa. // Alrededor de la hoguera / perpetuamos la existencia / y el olvido se desvaneció / con la virtud de la palabra. / El miedo fue menos miedo / y las bestias se rindieron / a la supremacía de las llamas”.

Los significados buscan encuadres de libertad, lugares distintos para un mundo de hallazgos dentro de la vulnerabilidad; un lugar en el que las reglas del sistema acepten otras miradas, otras normas que dejen espacio a lo diferente. El dolor y la fortaleza conviven en cada verso para acercarnos al día a día, al precipicio del temor, de la incertidumbre y el concepto. El símbolo, la imagen, se adhiere al corazón para atraparnos en la herida:

“Amar el miedo. // La enfermedad, la locura, el peor diagnóstico, / la metástasis, las agujas hipodérmicas, / las úlceras de decúbito para descubrir / quien ama por encima del deterioro, / de la luz blanca del hospital, / de las noches de guardia y del dolor / en la ausencia que se avecina. // Amar el miedo”.

El amor lo cubre todo y se convierte en la fuerza necesaria para resistir las ausencias. Los lazos afectivos y la conmoción de los sentimientos nos acercan a las lágrimas ocultas en el poema. La tristeza traspasa el papel para arañarnos el corazón y dejarnos ante un precipicio inexplicable. De esta manera, la poeta nos acerca al enigma y a la intimidad de la salud mental.

“Se pregunta de quién es ahora ese cuerpo / que se acurruca en la cama / postrada como un árbol caído, / que dónde están las ramas / en las que brotaban tallos verdes / y se posaban los pájaros carpinteros / que repiquetean nuestros nombres. // Se queja de que ya no pronuncia palabras de amor: / solo las escribe en poemas olvidados. / Busca en los armarios / sus zapatos de baile para resucitar a la eterna danzante, / pero sabe que sus pies están rotos / de subir y bajar tortuosas escaleras sin rellanos ni barandillas”.

La comprensión del mundo, la soledad y la desolación acompañada, nos llevan a la necesidad del rescate. Y es, en el poema, donde se descubren todas las espinas que acechan al ser humano. La vida parece desmoronarse, pero siempre existe un refugio en el que sobrevivir, al que aferrarse fuera de cualquier espacio temporal.

“Nada me sorprende de este viejo mundo / que se desmorona como una casa de barro anegada en tiempo de monzones. / Y quizá porque en mi reducto seguimos ilesos, / no dejo de preguntarme / a qué viene tanta estupefacción / si ya nos tocaba. / Es difícil delimitar el hemisferio de la cordura / y los miedos entran sin llamar a la puerta. // Y, aun así, siempre hay un refugio / que nos salva de la intemperie”.

Julia Navas Moreno escribe desde el abismo, con la esperanza cosida al pecho y la emoción que enciende luces entre las tormentas. Su poemario es un espacio de belleza e ímpetu que llena de poesía todos los vacíos. Bajo la transparencia de Zapatos sin cordones existe la contundencia de un testimonio repleto de verdad y crudeza. Un recorrido del que no se puede salir indemne y que nos descubre el valor sanador de la palabra. Tal y como nos dice en el prólogo Ana Vega, asistimos al “amor más allá del amor no como algo pequeño o cotidiano, sino como ese amor que trasciende, pues comprende que tan solo desde él y esa unión puede vencer todo sistema capital, político, institucional o mental incluso cuando nuestra cabeza ya no aguanta más y se rompe en pedazos de pura herida, de pura luz, de pura sensibilidad extrema”. Sigamos explorando nuevos mundos. Leamos.