“Estoy sola en la inmensidad, / escribiendo. / En este momento en que nada espero y solo / siento, / siento, / al viento que ha dado la vuelta a la tierra / han comenzado a hablar los muertos. / En el momento de tener cerca a la virgen austera / que llaman muerte… / ¿Chillaré yo también como aquellos cerdos? / Cuando sea esa otra mujer que en mí ya existe / y que es una vieja sentada / en esta misma tierra en que hoy joven también / me siento a cerrar los ojos / y sentirlo todo, / porque no cambiará la tierra, solo guardará / en ella más muerte”.

S. Brenda Mitchelle es actriz, escritora, poeta, dramaturga, comunicóloga. Finalista del III Premio Internacional de Relatos Ciudad de Sevilla, España, y Mención Honorífica del Certamen Estatal de Literatura Laura Méndez de Cuenca 2016, México. Becaria Jóvenes creadores en letras (PECDA 2015-16) y del Instituto Nacional de Bellas Artes. Autora de la novela La niña que amó a un demonio con tacones rojos (Valparaíso Ediciones), el álbum ilustrado El gato que amó, quiso ser perro (Mr. Momo) y el volumen de relatos Memorias de extraños seres que no se acostumbraron a la tierra (FOEM).

Diplomada en Gestión Cultural por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes IMAC-P y en Creación literaria por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, doble magíster en Arts, lettres, langues, Méntión: langues, littératures et civilisations étrangères por l’Université Lumière Lyon 2 (Lyon, Francia) y la Universidad de Sevilla, en la que actualmente es doctoranda y se encuentra trabajando en la generación de una Poética basada en la Dramaturgia mexicana contemporánea e imparte charlas y conferencias. Su dramaturgia también ha sido llevada a escena, la última de ellas Hablé con Dios (dirigida por Luis Santillán) estuvo en temporada en Microteatro, México. También ha dirigido y producido teatro profesional. Como actriz ha participado en una treintena de puestas en escena y numerosas producciones audiovisuales (cortometrajes, cineminutos, comerciales). Fue locutora del programa de Radio de Cultura “Desnudo artístico” (97.3 F.M) al aire durante un año y medio y del programa CautivArte en Integración radio (Sevilla).

Cuando intentamos entender la poesía, saber del cómo y del porqué de la creación poética, nos encontramos con las incertidumbres y el desasosiego de todo lo que no se puede explicar. La conexión con algo que supera lo humano y que, entre abismos, desplaza la razón para conmemorar los sentimientos y todo lo que trasciende a la existencia.

Desde el origen de lo que somos, chocamos con una unión efímera y profunda que nos lleva a las raíces y a una cadena formada por nuestros antepasados que construye la memoria. Así, el dolor, la ausencia, la necesidad y un sinfín de emociones se despiertan en el corazón para reflejarse en la inmensidad, con la imposibilidad de respuestas, indagando en los “Recovecos” de un poema que busca y no encuentra certezas:

“Estoy vagando como tantas veces entre las ruinas / de la cárcel de mi memoria. / Ando a tiempos entre el vacío aparente / de la existencia / entre los recovecos / para / quizá / comprenderme a mí / a mi tiempo / y mi existencia. / Las fechas se revuelven. / El tiempo se pierde entre la incertidumbre del momento / ¿Esto soy yo / soy esto / y todo lo que fui antes de serlo / mi madre y sus padres y quienes los antecedieron / un cuerpo / las memorias de los caídos que se guardan entre las / porosidades de / los huesos. / Soy un monstruo guardado / anidado en la carne de mis ancestros. / Soy / un / monstruo, / estoy hecho de muertos? / No creo”.

El mar, su grandeza y su infinitud, llama a la poeta para celebrar su propia divinidad, para llegar más allá de su cuerpo y lanzarse hacia todos los naufragios que la conforman como mujer. Sus heridas le pertenecen y, junto a sus ancestros, sobrevive a ellas identificándose en el llanto y en la memoria. Dice el poema “Soy mar”:

“Entregué al mar mi anillo de plata / como un pacto en silencio. / Estoy en el mar, / y con las olas entre mi humano cuerpo el mundo / se ve distinto. / Vi al cielo ennegrecido, / y al mar como el cielo negro. / Soy mar, / los ojos del mar están hechos de peces. / En mi cuerpo huellan los pescadores, / porque estoy hecho de arena. / Ya no soy hombre, / soy una sirena. / El mar es mi padre, / en secreto me lo ha dejado saber mi madre. / Soy el mar. / Mar soy. / Entre olas me disuelvo, / porque soy olas. / Llevo al mar entre el cuerpo. / Sudo, lloro mar. / Cierro mis ojos hechos de pececitos rojos, / y entre mi llanto / (agua de sal) / me sumerjo”.

La fuerza de lo terrenal forma un entramado que acoge toda la creación y toma como epicentro emocional espacios de destrucción e indefensiones. De esta manera, el detritus personal y mundano se manifiesta en los versos en forma de moscas, de estiércol y de fluidos corporales que nos llevan a entender la dureza que siente la autora al rememorar y sentirse parte del vacío, del desolado paisaje de “La Ciudad”:

“Llena de moscas que se frotan las manitas con malicia, / y cucarachas que corren con desorientación aparente / sobre unas vigas, / el sonido permanente, molesto / y este cerrar los ojos / a la escucha de un murmullo que resulta tan antinatural / siempre. / Cierro los ojos porque no quiero ver, / y siento el gris, la ausencia de agua, de tierra fértil. / Abro lo ojos por no sentir y ando entre las callejas / entre este suelo que ya he dicho que me ofende / de tan duro, / negro de tantos pasos, / este aire de tantas palabras gastadas que se recogerán / solo para volver a usarse en historias. / Historias que se han / contado una, ochocientas veces, / y que se repetirán hasta la saciedad. / Abro, cierro los ojos, aburrida los abro / Y termino cerrándolos siempre”.

Morir y emerger de las cenizas es una acción cíclica que transmite la desazón y la melancolía intrínseca en los poemas. La distancia y los nuevos paisajes no siempre son agradables y, casi como una ilusión óptica, el anhelo nos amarra al pasado y construye nuevos presentes, nuevas posibilidades, nuevas identidades. Un paisaje donde los contrarios bailan a placer y desaparecen en el mágico mundo de la palabra y el lenguaje.

“Voz mestiza, / hablemos de la única verdad de la vida / que nos conduce / a olvidar / las tantas mentiras de la muerte, / mujer de tierra, / ven y cantemos en poema al silencio de la muerte. / Con rabia, con amor, en tu bicicleta o como quieras, / vamos a comer, a bailar, a leer, al mar… Alimento / del alma. / Hermana de tierra: un doce de enero del 2019 volvieron / a hablar de muerte, / ven para repetirles que una vez más se equivocaron, / que el tema distaba muchísimo de ser ese. / Y riendo, / porque si la muerte fuera cierta, poeta, / sé perfectamente que te reirías de ella”.

Bajo una capa autobiográfica y reflexiva aparece la poesía como diosa que lo supera todo. Que nos eleva a placer y que nos deja caer hasta lo más profundo. Un abismo en el que la artista crea, destruye, recuerda, ama, vive y muere… en definitiva, existe.

Sir Brenda Mitchelle nos invita a vivir su “Memoria desde la humedad de la tierra” como un salto por el precipicio, donde la fe se tambalea por momentos, donde la sangre brota de las entrañas y la remembranza puede al propio tiempo y sus designios. Envuelta por un misticismo personal y libre, nos lleva de la mano por un sentir inexplicable que nos hiere y nos reconforta, que reflexiona sobre el ser y la propia poesía: “Cuando estaba más cerca de decir qué era / verdaderamente la poesía / conocí al poeta / luego caí en penumbra y aquellos ojos azules como faros / orientaron mi barco… / Y amé tanto, / a Sangre, y a tantos… / Y supe que siempre fue Dios tras cada mano / Iba a decirlo cuando llegó un ave a la casa de tierra, / era más importante devolver su libertad a las aves, / ya lo diría / y después fue preciso silenciarme, / porque su libertad y su canto eran milagro”. Digo yo que la poesía es un gran misterio, pero ¿qué sería de nosotros sin ella? Vivamos. Leamos.