“Nada nuevo respira / bajo la calma luna, / lo que debió nacer está en el mundo / y lo que no nació, nunca ha existido. // Amparado en la noche / hay un ser que se sabe, como otros, / herido de metralla por el tiempo, / que ha perdido soldados y batallas / y aguarda en la trinchera, / con las balas mojadas, la rendición final”.

Juan Pablo Zapater (Valencia, 1958). Cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Valencia, al tiempo que realizaba sus primeras incursiones poéticas publicando sus textos en diversas revistas y antologías. En los años ochenta codirigió junto a Vicente Gallego la colección de poesía La pluma del águila y a finales de esa década, becado por el Ministerio de Cultura, terminó de escribir su libro La coleccionista (Visor, 1990; reeditado en Col. Leteradura 2013), reconocido por el Premio Fundación Loewe a la Creación Joven en su II Edición.  Tras un prolongado tiempo de silencio, escribió La velocidad del sueño (Renacimiento, 2012), con el que obtuvo el Premio de la Crítica Literaria Valenciana del año 2013. Actualmente, dirige la revista de poesía contemporánea 21 veintiúnversos, así como sus colecciones de Cuadernos y Plaquettes. Su último poemario publicado es Mis fantasmas (Visor, 2019), con el que recibió el XLV Premio Ciudad de Burgos.

La conciencia del presente surge cuando el pasar del tiempo se convierte en un acto reflexivo, en un cúmulo de acontecimientos que nos da forma y reúne, bajo el manto de la madurez, todas las vivencias que han dejado huella en nuestro corazón. Y es en el presente, donde el “yo”, condensador de experiencias, busca identificarse e identificar a todos los “fantasmas” que le hacen ser quien es.

“La lluvia baila al son roto del viento / y el trueno pone música inquietante / a su danza rabiosa y repentina. // Nada hay más vacío que una playa / con hamacas mojadas y cubierta / por los cimientos de huellas que han huido / de su gris cementerio de verano”.

Juan Pablo Zapater construye en Mis fantasmas un triángulo equilátero, en el que enlaza los recuerdos más tempranos con las experiencias a lo largo de su vida, para encontrar una definición espiritual y profunda del alma y todos sus contornos. Un recorrido que nos reaviva y nos llena de emoción al convertirnos, a través de sus versos, en reflejo de nosotros mismos.

“Modelado en el torno de una madre / por los líquidos dedos del silencio / naciste siendo un cántaro vacío, / un hueco virginal donde alguien puso / el instinto del barro por llenarse. // La fuente del amor vertió en tu seno / el aliento primero, pero el soplo / desecante del tiempo se abrió paso / en tu espacio interior y fue en la sombra / cuarteando tu espíritu baldío”.

Si partimos del origen, de la corta experiencia que hace de la niñez un mundo nuevo, de la sorpresa… las apariciones se acumulan para moldear al hombre, para formar el poso del futuro y dar cuenta de nuestras profundidades. La salida al exterior es siempre enriquecimiento, memoria y símbolo de nuestra identidad. Los iconos familiares moldean el paisaje.

“Ese niño fantasma / tiene tanta memoria que recuerda / una luz especial sobre mi rostro, / con sus dedos delgados me señala / las fotos recogidas en un álbum / que mezclan el blanco y negro con colores / de tonos desvaídos, / las anchas comisuras de las bocas / con la estrecha pasión de los abrazos / y unos ojos tan limpios que empañaban / de pureza el cristal de la inocencia”.

La fuerza, el amor y todo lo que acontece en el viaje retumba en un juego de claroscuros.  Nos identificamos en el otro, en presenciasque dejan huella y escriben en nuestra biografía infinitas páginas imposibles de arrancar. El ser amado, trasciende la carne y busca razones en la evocación. Belleza y fugacidad estrechan un halo luminoso alrededor de los sentimientos, del erotismo sutil y los aromas del deseo. Todo fuego sabe que acabará en ceniza. Lo cotidiano y familiar dan fe de ello:

“Mientras untas el pan suenan en falso / las pequeñas cucharas dando vueltas, / las risas contagiosas, las canciones / de ese grupo británico que triste / y a solas tarareas, inspirado / por su nombre de musa. // Repasas los mensajes / de tu mudo teléfono y te dices / que es pronto y es domingo, que los chicos / no habrán amanecido entre sus sábanas / extrañas y distantes”.

La razón y el discernimiento saben de muerte, de ineludible cercanía. Las visiones componen un trayecto en el que plantearse la verticalidad y buscar explicaciones sin respuesta, en el que defender las incertidumbres y crecer en ellas. La noche se cierne sobre el poeta y la verdad se aleja:

“Dialogando tú y yo / del ayer, bajo el hoy, frente al mañana / somos perros sin amo ladrándole a la muerte. // La muerte que es el hoy, vaso donde la rosa / se pudre irreversible hasta teñir de luto / el agua transparente que la mantuvo viva. // Preguntando los dos, peregrinos perdidos, jinetes de la duda sobre caballos ciegos: / ¿quién conoce el camino que lleva a la verdad? // Seguimos cabalgando, sin alcanzar respuesta”.

Juan Pablo Zapater, en Mis fantasmas, nos acerca a la introversión del crepúsculo, al ineludible tiempo, a la cuenta atrás. Sus poemas tienen cierto poso de amargura con la que abrir el alma hacia el tesoro del hoy, del aquí y del ahora. La inocencia con la que nacemos forma parte de la concluyente noche. Dice el poema “Descontando pájaros”: “cada día que vuela / es un pájaro menos”. Seamos conscientes. Leamos.