“Solo me sufro en silencio, agotado y ebrio de anhelos que no comprendo. Y ya con mi carne desprendida de sus delicadas prendas… me hago creer a mí mismo que algo fuera de la razón le debe el azar al cuerpo”.

Raúl Micó Forte, Munin (Villena, 1984) es cantaor de flamenco, músico, compositor, letrista y poeta. Es el menor de cuatro hermanos y crece en el seno de una familia de trabajadores del calzado, trabajo que ejerció él mismo hasta los veintiún años, compaginándolo con los conciertos en 2002. En 2006 gana sus primeros concursos nacionales de cante y se traslada a vivir a Sevilla. Allí cursa estudios de flamenco becado por la prestigiosa escuela de arte flamenco Cristina Heeren. Entre 2006 y 2011 hace giras y espectáculos por toda España y Europa, en solitario. Es ya en 2011 cuando consigue consagrar su carrera al firmar con la prestigiosa discográfica EMI Music Spain su primer disco Flamenco en la piel, con el que hace una gira de más de tres años y cien conciertos. Entre 2011 y 2017 sigue trabajando en infinidad de proyectos musicales, bandas sonoras, letras para otros artistas… En 2017 edita Flamencrow, de autoría total, letra, música y composición, donde fusiona flamenco con folk del norte de Europa, música medieval y electrónica. En 2020 publica su primer libro de poemas: Silencio (Olélibros).

Buscarse en las entrañas para decir la verdad es algo lleno de misterios, un diálogo que se mantiene en silencio y aflora para liberarnos, para demostrarnos que el ser humano transita su existencia entre idas y venidas, entre el amor más sublime y la tristeza más descarnada. De esta manera, el poeta nos muestra la vida como un vaivén en el que hacer equilibrios, irremediablemente.

“Aquí. / Ahora. / Te duele. / Otra vez. / Te suena. / Te desgarra. / Se repite. / Lo aceptas. / Jodido. / Lo piensas. / Lo niegas. / Te rebota. / Te golpea. / Ha vuelto. / Sucede. / Es tarde. / De nuevo. / Con todo. / Sin nada. / Extremo. / Bordes. / Abismos. / La soledad. / El fin. / Comienza. El principio… Tú”.

El arraigo a la tierra y el sentir que florece a través de los versos se entrelazan con la memoria, con esas raíces de la niñez y el apasionante arroyo del destino. Como un ejercicio de autoconocimiento y reflexión, la madurez llega con las experiencias, con la conciencia que nos hace saber quiénes somos, que nos permite comprender que todo es pérdida, pero también reencuentro.

“Madre tierna, tras la nube dulce de tus senos ya nada sé de aquellas horas donde todo olía a hierba, a silencio, a calma tras la tormenta. // Ahora soy distancia, soledad o muchedumbre, un semihombre asustado tras una minúscula proyección de su esencia. // Y desde mí ahora le hablo a mi ayer, pidiéndole explicaciones por estas grietas en la tierra, donde a veces crezco y otras me seco”.

En Silencio, la relación entre el tú y el yo es cíclica. Junto a la inmensa soledad aparece la figura del amor profundo que se queda impreso en el corazón para no irse nunca. El anhelo, la búsqueda, la incertidumbre, se respiran de manera apasionada; surgen en ese baile de contrarios incesante: amor-dolor, interior-exterior, cumbre-suelo, sueños-realidad. Seducido por el duende, la luz de los cuerpos queda proyectada en el alma del autor y lo abrasa por dentro para que escriba y sobreviva.

“Nos suicidamos, batiendo el cóctel de los amores hasta la extenuación mezclados. / Fusionados e inertes, por vocación dolidos, por necesidad siendo la venda y la voz deseada, justo después de herirnos. // Toda expresión es debida, como el chirrido del nylon tras el paso de los dedos, y nos expulsamos y atraemos. / Dos atmósferas entre este mundo y nuestro mundo ajeno. / Y nada debemos a la cumbre. / Y nada nos ata al suelo”.

La muerte, la fugacidad de la vida, pone de manifiesto el ardor del ahora. En esa fogosidad perenne aparece la pasión, la locura, el desconcierto. El enamoramiento trasciende todas las barreras personales y la indagación de uno mismo se ve reflejada en la idealización del otro.  Desde esta perspectiva, el amor se convierte en quimera, en un paisaje de claroscuros que lo da todo y lo quita todo. Una dualidad que hace que en el más intenso dolor también exista la belleza.

“Porque me quieres en tu veloz pensamiento, porque te necesito en mi corto espacio de tiempo, donde en esos breves momentos logro encontrarte, donde notas que te beso con tan solo imaginarte, ahí somos lava, amor mío, que arrasa todo lo que se ponga por delante. // Te quiero en mi breve vida, y que la colmes de instantes. / Te quiero siempre a sorbitos para así, brevemente, saborearte, por la eternidad de las almas, por la brevedad de la carne”.

Raúl Micó nos ofrece en este poemario su alma al desnudo. Una muestra de sus añoranzas, de sus miedos, de sus traumas y de todas las inquietudes que cada día le acompañan.  Una declaración poética íntima y personal que sirve de liberación, pero también de acercamiento a esos espacios comunes que todos los seres humanos compartimos. Silencio está lleno de ausencias que nos llevan al interior de nosotros mismos, a la serenidad de las palabras que se dicen al oído de la persona amada, al descubrimiento de las propias debilidades. Dice Munin que “la vida a veces nos obliga a perder lo que queremos… / para vivir esperando lo que no necesitamos”. Busquemos la esencia, la poesía. Leamos.