“Sí, hay cuerpos que parecen parques de atracciones, / cuerpos que empujan el abdomen / para poner juntos el corazón y el cerebro / en un looping de brazos…”

Matías González Pinos aúna en su trayectoria artística poesía y teatro. Desde 2009 con el Grupo Tardis, más tarde con Melpémone Daclia o Teatro en construcción, Matías siempre busca experimentar y expresarse con toda libertad. La vida es un campo de retos y así lo demuestra en “Solos en la cumbre”, “Camas y mesas” o “Siete gritos en el mar”, entre otros montajes.

En su primer libro, Café Mármol (Siníndice, 2014), volcó sobre el papel sus propios sentimientos, unas emociones que le explotaban dentro y que tomaron forma de poema. Tal y como dice el autor “de una relación siempre hay que quedarse con lo bueno”, y él, se quedó con la poesía.

“Los noes me pesan / en las comisuras de los labios, / como pesos en una balanza / me van aplastando / las carnosidades de la boca / y pintándome garras estrelladas / en uno y otro ojo…”

Matías González es un poeta del amor, o del desamor, como prefiramos llamarlo. La soledad y la pena desgarrada se unen al sexo, al deseo y al placer que rozan sus manos y se deslizan por “toboganes cutáneos”, para que el erotismo se convierta en “traducción carnal” de todo lo que quiere expresar. En sus versos no hay platonismo, sino una necesidad de encontrarse con el otro, dentro del otro, de darse por entero al ser amado.

Pero, “¿qué pasa cuando todo son huecos”, cuando la sangre no llega a las extremidades y se queda a medio camino? De esta idea nació “Aorta” (Letrame, 2019), de un amor que brota con fuerza y cuando te inunda se va. En sus propias palabras, “un amor tierno como el abrazo de dos camisas que se conocen”, que después de un tiempo “se rinden para perder la guerra”. Desde una concepción vitalista muestra el reencuentro, la unión, la desesperación y el asombro.

“No hay ojos ávidos de sexo / en el éxito, / ni balcones de consuelo / en el fracaso; / muero frío porque no ocupas / la parte de la cama / que te corresponde…”

Aorta deja entrever el arraigo del autor a las tierras andaluzas a la vez que nos manifiesta su lado más cosmopolita. Crea, de este modo, un entorno que nos transporta a una lírica claramente dividida en dos vertientes bien diferenciadas en la forma, aunque manteniendo la coherencia de la dialéctica de un corazón que parece no llegar a puerto. Por un lado, aparecen sus influencias más contemporáneas con un vocabulario directo y sencillo, y por el otro, la fuente lorquiana de donde bebe sin prejuicios, recordándonos sus raíces. Una visión amplia del amor aderezado con la libertad que caracteriza a Matías.

“Como una telaraña perlada, / Granada vibra sin tocarla, / hiela la piel a cuchilladas / y abre la noche en abanico, / jalonando de brisas las torres / y rompiendo el verde del rocío…”

Caramelos de menta, sándwiches de nata, una pinta de paulaner, palomitas, algodón de azúcar, brownies de chocolate o parques de atracciones se unen al verde rocío, a las peñas bermejas, a los naranjos o al ajonjolí para enamorarnos en claustros de cal blanca y estremecernos con caricias de ciprés y albahaca o con el cincel hiriente de los labios.

“…Voy a dibujar un mapa de chinchetas verdes, / cada sábado compraré / margaritas y caramelos, / comeré sardinas en Playa Lisa / y me refrescaré de cerveza / en mitad de un polígono industrial… / mientras de nuevo te digo, / que aunque todavía no tengas nombre, / tienes sitio.”

En los poemas, la decepción y el dolor, unidos al concepto de viaje, bombean sin conciencia, espontáneamente, intrínsecos a la existencia. Así, se suman al ardor desmedido para ser la piedra angular en la que apoyar su obra.

“Mis músculos de barro se retuercen / solos / a expensas de unas manos / que den forma, / que den fuerza, / invisibles en su tejido de cañamazo con mi piel; / nudillos rugosos… / y yemas sensibles, / de costado a costado apretando, / de gemidos mudos, de abrazos barrocos sin fronteras.”

Con este poemario, puede que Matías González Pinos cierre un ciclo. Su manera de escribir, más densa, más desnuda, más intimista si cabe, no se conforma con plasmar en el papel lo que le sale del alma, sino que está en la búsqueda de un camino nuevo donde desarrollar sus propias reflexiones y experimentar.