Recuerdo ahora que los colegios, de primaria y especialmente el de secundaria, fueron casi prisiones para mí. Oigo decir, también leo, opiniones que se manifiestan en contra de la “excesiva libertad” de ciertas nuevas políticas educativas, incluso hay quien las señala como culpables de formar futuros ciudadanos no solo iletrados, sino que además individuos capaces de infligir daño a la sociedad y a sus familias por haber sido formados o “deformados” por esa educación demasiado permisiva. Los defensores del “cachetón a tiempo” también se apuntan a esa ideología retrógrada, autoritaria y resabio de otros tiempos en que se propalaba la consigna “la letra con sangre entra”.
Hay algún colegio público que conozco que se precia de seguir los conceptos educativos del llamado “Método Montessori”, de la médica y educadora de ese nombre que revolucionó la docencia a finales del XIX y principios del XX. Pero, como familiar de una niña asistente a ese centro, me asombra lo lejano que es su espíritu a la esencia de ese concepto pedagógico. Cualquiera que pase por el exterior podrá oír los gritos destemplados de las auxiliares y algunos padres ven como los mismos docentes se ven desbordados, especialmente en la educación infantil, por la falta de medios. Pero también de vocación, habilidad y paciencia.

NACEMOS BUENOS
Lectura obligada para todo pedagogo, especialmente los  que desarrollan su labor con los más pequeños, debería ser el libro “Summerhill”, donde el educador escocés Alexander Sutherland Neill (1873-1973) relata las experiencias en la escuela del mismo nombre, considerada pionera dentro de las que han existido bajo el rubro de  “educación libre”.
Neill, hijo él mismo de maestros, comenzó su carrera como docente en la escuela de su padre, en la cual había sido escolarizado. Tras desempeñarse como maestro en diversas escuelas en Escocia  y haber incursionado en el periodismo, Neill viajó a Alemania, donde puso en práctica sus teorías innovadoras que básicamente consistían en una educación radicalmente distinta a la imperante, en el sentido de que consideraba a los educandos en el mismo nivel jerárquico y humano que los educadores.  Para el maestro escocés, influido por Rousseau, “el niño nace bueno, pero la educación y la sociedad lo corrompe”, con la complicidad de la familia.
La concepción pedagógica de Neill chocaba abiertamente con las normas y estructuras que rodeaban a la educación en Europa, especialmente en el Reino Unido. Pero Neill, tozudo como buen escocés, consiguió finalmente independizarse fundando la primera escuela libre en la localidad de Summerhill, en una finca rural.
El psicoanalista y filósofo alemán Erich Fromm, prologuista de esta obra  publicada por primera vez en 1960, destaca lo que según él ya no es una simple teoría sino “una experiencia” que demuestra que “la libertad funciona”. Los principios subyacentes en el sistema de Neill, que se exponen en el libro se pueden resumir, dice el pensador alemán en este decálogo:
-Neill tiene una fe ciega en la bondad del niño. No es un inválido nato, ni un cobarde, ni un autómata inconsciente, sino que tiene potencialidades plenas para amar la vida e interesarse por ella.
-El fin de la educación es la felicidad.
-En la educación no basta el desarrollo intelectual.
-La educación debe engranarse con las necesidad psíquicas y las capacidades del niño.
-La disciplina, dogmáticamente impuesta, y los castigos producen temor, y el temor produce hostilidad.
-Libertad no significa libertinaje. El respeto entre maestro y niño debe ser mutuo.
-Las relaciones entre el maestro y el niño deben ser sinceras.
-El desarrollo humano sano hace necesario que un niño rompa los lazos que lo unen con sus padres.
-Los sentimientos de culpabilidad son un obstáculo para la independencia. Engendran miedo y éste crea hostilidad, hostilidad y también hipocresía.
-La enseñanza religiosa no forma parte de una escuela libre. Pero sí los valores humanos fundamentales.

ANTI SISTEMA
En la escuela Summerhill no reinaba la anarquía, aunque la asistencia a clases era voluntaria y  los niños -niños y niñas entre seis y catorce años- convivían en régimen interno. Nunca se produjo entre ellos lo que muchos temían, es decir, que se mantuvieran relaciones sexuales entre los mayores, pese a la estrecha relación existente entre compañeros del centro.
Neill profesaba en este sentido una convicción muy firme en contra de la represión al despertar sexual, le daba su bendición a la masturbación, por ejemplo. No era casual que entre sus principales influencias estuviera Freud, W. Reich, y otros que abrieron la puerta de ese armario, señalando la importancia de evitar las represiones , causa de neurosis.
La disciplina en la escuela era la justa y necesaria. Neill y su equipo de docentes, entre los que se encontraba su mujer, creían en la autorregulación. Todas las decisiones acerca de éste y otros aspectos del funcionamiento del centro eran tomadas por una asamblea en la que el mismo director,  profesores y alumnos tenían voz y voto en igualdad de condiciones.
El proyecto educativo libertario de Summerhill parecía utópico, descabellado para muchos. El gobierno británico envió una comisión de inspectores que convivió con el alumnado y docentes para valorar la bondad de esta enseñanza sui generis. El informe, que Neill reproduce y comenta en este libro, es positivo y entre las críticas y sugerencias resaltan la organización de las actividades, la necesidad de formación de los maestros , entre otras. Sin embargo, los inspectores destacaron aspectos muy relevantes de la calidad de la enseñanza en libertad. “Los niños están llenos de vida y entusiasmo”, apuntan, añadiendo además que sus modales son agradables. En ningún caso, afirman, estos niños salidos de Summerhill podrán ser incapaces  para adaptarse a la sociedad ordinaria.
Neill repetía a quien quisiera escucharle que prefería formar en su escuela a un barrendero feliz antes que a un profesional desgraciado. Por eso, ni las matemáticas ni otras asignaturas se les imponían a los alumnos. El maestro escocés tenía claro que el ser humano aprende lo que quiere aprender. Y de su escuela, chicos y chicas que pasaron meses o incluso años sin pisar las aulas, limitándose a jugar o a vagar, terminaron siendo ingenieros o artistas.
El enfoque de A.S. Neill era amplio, iba más allá de las cuestiones pedagógicas. Su concepción del mundo y sus ideas apuntaban a una crítica total del sistema capitalista, aunque él no era comunista ni anarquista. También abarcaba a la familia, como causa de frecuentes neurosis.
Y, sobre todo, era enemigo del castigo infantil. “Supongo que yo aprendería a recitar de memoria el Corán si supiera que me zurrarían si no lo hiciese. Una de las consecuencias sería que odiaría para siempre el Corán, al vapuleador y a mí mismo”, decía.
No se equivocaba el filósofo alemán Fromm, cuando en la última frase del prólogo afirma que las teorías de este educador pionero acabarían por ser admitidas en “una sociedad nueva”. De hecho, algunas de sus ideas, como la necesidad de cultivar más las habilidades afectivas antes que las intelectuales o la odiosa memorización inútil de las materias que no sirven para nada, las “tareas para casa”, etc., son hoy principios que infiltran el moderno panorama educativo. Al que se oponen todos los opinadores fascistas del garrote y tente tieso.