Atrás quedaron aquellos hermosos días en que había que comprar claveles, un ramo de rosas rojas o una caja de bombones, y aventurarse calle abajo embalsamado con colonia varonil, con el cuello tieso y el pecho inflado. Muy atrás quedaron los cortejos con guitarra bajo el balcón atestado de macetas, esas dulces serenatas que acababan siempre con el músico enamorado recibiendo un barreño de agua fría de la vecina del segundo piso, solterona de pedigrí, disconforme con las argucias musicales e intempestivas del trovador. Lejos quedaron las epístolas manuscritas en que se volcaba, con caligrafía temblona, toda la ardiente y bulliciosa pasión contenida en un pobre corazón que latía arrebatado. Muy lejos ha quedado —tanto, que a duras penas puede distinguirse ya— esa época en que lo romántico atesoraba un poquito de valor, en que un buen verso lucía tanto como una libretita de ahorros. Cualquier tiempo pasado —y hortera— fue mejor.
Todo ha cambiado hoy. Son tiempos convulsos de pantallitas. Se ha renovado la estrategia sentimental, se ha modernizado la caza: ya no se usa el sedal y el arpón, sino el like y el retuit. «Quién de todos estos maromos será mi futuro marido», se pregunta la Vane entre profundos suspiros de emoción, mientras arrastra muy despacio el dedito sobre la pantalla y va examinando a los postulantes de uno en uno, con ilusión y sincera esperanza. En las aplicaciones de alegre ligoteo, los aspirantes se muestran como en un mercadillo turco de carne. En la foto solo faltan las moscas. Sonrisas, muecas y tamaños de nariz para todos los gustos y apetitos. Escotes al por menor. Cada pieza de carne con su correspondiente etiquetado, y algunas pinceladas descriptivas sobre el carácter y la idiosincrasia, que indudablemente ayudan a vender el producto: «Me gusta el cine, la música y salir con los amigos». Se marea uno al toparse con semejante alarde de originalidad. Oro en paño. Quien no se empareja es porque no quiere. El amor de tu vida a un solo clic.
Requebrar in situ a una moza en campo abierto, en plaza llana, es hoy cosa de parias. De parias y de delincuentes. Primero lo multan a uno por anacrónico y después por imbécil. Del guantazo feminista le saltan tres dientes de golpe. No se molesta uno ni en buscarlos. Pero la cosa no termina en la mella: seis latigazos en la espalda por piropo, catorce si el elogio es grosero. Vaciado del globo ocular si hubiere palmada en el trasero. Y no se aprueba el fusilamiento al infractor porque seguro que en Europa nos lo echarían para atrás, y bastante se ha forzado ya la máquina con la amnistía. El cortejo cara a cara, en la actualidad, comporta más riesgo que esperar al toro de rodillas en la arena frente al chiquero, sin capote. Bien mirado, y teniendo en cuenta que la expectativa razonable de vida de una relación sentimental, con suerte, son aproximadamente cuatro años, la certeza de una monumental cornada no compensa en absoluto.
Limitémonos, pues, a celebrar nuestros entusiasmos amorosos a golpe de sonriente emoticono. Y no permitamos que la angustia o la desesperación nos embarguen: cualquier día de estos, querida, hará usted match con su príncipe azul.
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