Con lo que sobra de tanta inflada celebración navideña podría una persona construirse un sólido armazón de ilusiones, y con él, revestida de reluciente y prometedor blindaje, afrontar el nuevo año, que se despliega hoy como alfombra de inmaculado terciopelo. Con lo que sobra de un cálido y cordial apretón de manos podría una persona embarcarse, por ejemplo, en la aventura de erigir una empresa, aterrador propósito que se despliega hoy como embarrado sendero preñado de minas. Existen pocas hazañas más arriesgadas y descorazonadoras que la de ceñirse el atuendo de emprendedor. Se requeriría un litro de tinta y demasiada porción de reloj para enumerar las trabas, zancadillas y visitas de frío mostrador con que una persona emprendedora ha de lidiar para levantar un pequeño negocio. “Vuelva usted mañana, que algo se me ocurrirá para seguir menoscabando su entusiasmo”.
Con lo que resta de tanto exceso navideño, de tanta exagerada profusión, podría uno labrar en bronce una excelente máscara de permanente sonrisa, y recorrer orgulloso tras ella, sin temor y con paso firme, las diminutas casillas del flamante calendario. Con lo que resta de un fuerte abrazo, con lo que sobró de una caricia fugaz, tan inesperada, podría uno embarcarse, por ejemplo, en la aventura de formar una familia, espeluznante propósito que se antoja hoy como vertiginoso y zigzagueante sendero, festoneado de terrores nocturnos. Existen muy pocos heroísmos más inciertos y desalentadores que el de ceñirse el atuendo de futuro papá, con su equipaje tierno y descabalado; que el de ceñirse el atuendo de futura mamá, con la estremecida maleta a cuestas todavía, entre las manos trémulas, de la propia infancia. Se requeriría una montaña de hojas de papel y demasiada porción del día para enumerar las inevitables ceremonias de la Administración, las numerosas noches en vela y las reiteradas visitas a urgencias con que una familia de nuevo cuño ha de pelear, sin extraviar la cordura, para poner en pie la crianza de una criatura. Para referir únicamente lo concerniente a pañales y guarderías sería preciso ocupar un suplemento dominical. “Vuelva usted mañana, que algo se me ocurrirá para extender aún más esas ojeras”.
Con lo que sobra de tanto fervor navideño, de tantos inocentes y vociferados augurios, podría una persona empuñar el más hermoso pincel, y teñir el horizonte desnudo del atardecer con los más bellos y sonrosados arreboles, y encarar el incipiente año con ánimo radiante. Con lo que sobra de una risa espontánea podría una persona, sin esfuerzo, construir un luciente futuro. Cuán necesaria es una palabra amable. Cuán necesaria, para mantener los pies en el camino, tan estrecho, no solo aquella tercera dosis vacunal, sino esa otra cuota de esperanza y de cariño. Cuán imprescindible y de obligado abastecimiento, por pequeño que sea, por redundante que pueda parecer, es el beso de refuerzo.