“¡A las ricas mandarinas! ¡Dulces, oye, como tú, preciosa!”… El feriante pregona su mercancía a voz en cuello al frente de un puesto. Es un sábado, en el mercadillo de frutas y verduras de San Vicente. Bastante concurrido, pero no tanto como otras veces, da la impresión. Será la inflación, porque los precios distan mucho de ser tan convenientes. El hombre que vocea ofrece una bolsa de mandarinas por un euro, mientras da a probar un gajo a los paseantes. Las bananas no existen, solo el “plátano canario”, que tiene un “precio único” en todo el mercadilo:1,80 el kilo. Precio de supermercado, vamos. Para eso nos vamos a donde Roig.
Pero lo malo no es eso, sino que al llegar a casa con la bolsa de mandarinas comprobamos con disgusto que nos han estafado: no sirve ni una, están completamente secas o agrias, es un vulgar “tocomocho”. O “mandarimocho”.
Me pregunto de dónde vienen estos productos y qué está pasando en el agro. ¿Es la sequía? Nada parece estar en condiciones y si lo está es a precios estratosféricos. Hasta las tiendas de verduras regentadas por ciudadanos de Asia y que proliferan en nuestras calles han subido los precios, solo la melopea de sus móviles reproduciendo cantos religiosos es la misma.
El engaño es la norma en estos tiempos. El propietario que sube los alquileres a su aire o incluye cláusulas abusivas o ilegales en el contrato leonino, el inmobiliario que nos intenta convencer de que compremos una ruina que tiene una docena de herederos ávidos, el profesional que nos asesora y que , oh, no tiene “datafono” (todo en black), etc. Todos son, si pueden, seguidores de los que creen que la fiesta se ha acabado y huyen como ardillas por el bosque defraudando. Y nosotros, mansas ovejas, caemos en el garlito y pagamos en efectivo al estilista, a la modista, al fontanero, al psicólogo, a la academia de extraescolares.
Y qué decir de los políticos. Ese magno periodista que fue Julio Camba (ex anarquista en su juventud y con el tiempo cronista del antiguo régimen) dejó escrito que “el robo es cuestión de tiempo”. Y de nada sirve que de un lado a otro de las bancadas parlamentarias se lancen encendidas acusaciones, denuncias de corrupción. Todos sabemos que en este teatro no se libra nadie. El que lo sabe mejor es ese veterano político que hace la vista gorda ante los escándalos que se van sabiendo del antiguo jefe del estado, que él se negó a descubrir y que más bien encubrió todo lo que pudo.
La vida es un gigantesco tocomocho. Tocomocho los programas políticos, tocomocho el que no los tiene pero anuncia que lo soluciona todo mientras evade impuestos y se financia ilegalmente. Tocomocho, en fin, el que esgrime la Constitución y que no nos cuenta que es solo papel. Papel mojado que promete vivienda a todos, igualdad ante la ley, bienestar social. Pero bajo el oropel no hay más que papel de periódicos, sucios y engañosos.
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