Un amigo, mucho más allá del tópico, es un tesoro. Con un amigo puede usted decorar las perspectivas más rudimentarias de la vida. En compañía de un amigo, usted podrá almibarar de tan extraordinaria manera su visión renovada y personal del entorno, que saldrá diariamente a la calle con una rutilante sonrisa colgada de las mejillas. En estos vertiginosos tiempos en que uno sobrenada en ese mundo virtual que parecemos empecinados en oponer al mundo real, en estos tiempos alocados, frenéticos, de emociones frágiles y caducas, donde se persigue la inmediata satisfacción; en estos tiempos, decíamos, qué diferentes se perciben los problemas cuando la mano de un amigo se tiende incondicionalmente, en los momentos más necesarios, para ayudarnos a sobrellevar los latigazos de la tormenta.
Un amigo vale más que mil pantallas luminosas. Un amigo tiene más valor —y esto es mucho decir— que el mejor de entre los mejores libros. El abrazo ocasional de un amigo es el equivalente a la más hermosa pincelada de tibios colores, trazados con ternura en el vasto lienzo de la vida. Un amigo vale más que mil ruidosas y vacuas promesas de opulencia. Un amigo nos apartará diligentemente del estrépito, de la confusión, del aspaviento infatigable de esta ávida sociedad, del humo denso y enmarañado de la política, tan nocivo, tan hipócrita. Las heridas que causa una inesperada traición o una dolorosa ruptura sentimental, por profundas que fueren, cicatrizarán antes en compañía de un amigo, pues su benévola charla se convertirá en mágico ungüento. Sus palabras de aliento y su sincera comprensión serán para nosotros —en esos terribles trances de la vida, en el duelo— el suave, silencioso y aterciopelado paño que enjugará nuestras lágrimas. Un amigo no conoce todos los secretos ensortijados de la existencia, pero nos ayudará a caminar con más seguridad, evitará que sintamos esa atenazante desolación, el espantoso y cosquilleante horror que provocan la soledad y la incertidumbre, mitigará el temblor de nuestros pasos y nos alejará poco a poco del abismo. Un amigo iluminará siempre para nosotros el sendero, y en cada recodo, tras la vegetación, encontraremos una sonrisa amable. Un amigo prolongará indefinidamente el precioso cielo arrebolado del atardecer, para que el manto de la negra y fría noche jamás se nos derrame encima. Qué sencillo resulta escapar del intrincado laberinto de la vida de la mano de un amigo. Y con cuánta facilidad derribamos, junto a un amigo, los muros insalvables con que nos había cercado ayer un fortuito contratiempo.
Aflora una inmensa dulzura cuando compartimos las buenas noticias con un amigo. Nadie como él multiplica en nosotros el impacto de esos pequeños triunfos cotidianos, tan insignificantes si se festejan en soledad. Si usted tiene un amigo, no podrá imaginar la elevada y sana envidia con que celebramos tan bellísima, tan cara, tan afortunada posesión. Consérvelo, le aconsejamos encarecidamente, y no dude en brindarle atentos cuidados. Es el más valioso, el más delicado y fascinante tesoro que pueda hallarse en la vida.