Nada más lejos de mi intención que caer en la fácil trampa del victimismo, como descubriréis al ir avanzando en estas líneas. Más bien todo lo contrario, aunque, sin de ninguna manera proponérmelo, quizá sea éste uno de los textos más íntimos que haya escrito hasta ahora. Soy consciente de que algunos de los temas que trato aquí los toco por primera vez, y de alguna manera no ha sido fácil. Entre otros temas, hoy me propongo hablar de acoso. Ese acoso que está ahí, en todas partes y acechando en muchas formas. El que durante estos últimos diez años que conforman mi verdadera vida, yo, en mi caso particular, me haya conseguido blindar contra él con un efectivo escudo confeccionado a partir de ese real cinismo que forma parte de mi personalidad añadido a esa facilidad de poder ejercer una natural superioridad moral y ética sobre aquéllos que gustan de perpetrarlo, de ninguna manera elimina la existencia del acoso, no lo hace desaparecer. No elimina el dolor ni tampoco el daño que el ataque, la risa y el insulto suelen ejercer sobre la autoestima y moral de una gran parte, quizá de la inmensa mayoría de quienes se deciden a hacer su transición y traspasar esa gratificante y a la vez dolorosa frontera que significa integrarse y pasar a formar parte de nuestra comunidad de personas trans.

De natural no soy una persona que utilice frecuentemente el Messenger, tengo poca costumbre de ello y muchas veces me encuentro con mensajes y también con oportunidades perdidas de las que me habría debido ocupar hace ya meses. El caso es que, hace unos días, estando en nuestro estudio de radio, se me ocurrió abrirlo y entrar por curiosidad en la sección spam. Ahí, y para mi sorpresa, me encontré con una cantidad ingente de mensajes de odio acumulados quizá desde antes del intervalo de la pandemia. Lindezas tales como «Travelo asqueroso», «Tu p. madre», «no eres mujer ni lo serás nunca», y cosas peores. Lo dicho, en absoluto me afecta que me insulte gente a la que no conozco ni nunca voy a conocer, al igual que tampoco me afectó hace un par de semanas encontrarme exabruptos parecidos en el muro público de mi página de Face que dedico a la información y actualidad trans. 

Con motivo del Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia se me ocurrió publicar un artículo en el que recopilaba una serie de menciones y fotografías de mujeres trans que han contribuido a la divulgación y los avances científicos en distintos países del mundo, entre ellas una mujer mexicana de fama y competencia reconocidas en el campo de las ciencias sociales. Al día siguiente me desperté con más de doscientos comentarios al post del tipo de los que os he reseñado más arriba… así fue durante los siguientes tres días. Yo, naturalmente, me dediqué a borrarlos y a bloquear a todos estos tipos (y también tipas, porque algunos de los mensajes más bestias eran de mujeres).

La mayoría procedían de México y otros países del otro lado del charco, incluído uno muy gracioso de un integrante de no sé que secta evangélica, cabreado porque «borro todos los comentarios que discrepan» y conminaba a una cruzada de denuncia y boicoteo contra mi pagina a todo el mundo que le pudiera leer. Esos comentarios «que discrepaban» nos llamaban en general a mí y a ella de todo, y en su curioso encarnizamiento daban la sensación de pretender vengar su «orgullo y honor», heridos por airear el triunfo de una mujer trans paisana suya tan mexicana como ellos. Mexicanos y también peruanos, ecuatorianos y muchos otros procedentes de países de esas latitudes del Sur Global, los cuales también se unieron a la fiesta… A día de hoy llevo contabilizados y bloqueados 410 emoticonos de risa, ya que tuve que suspender los comentarios a esta noticia por la pereza de tener que borrarlos todos los días, y también para mantener mi página limpia y libre de exóticas indigencias mentales. 

Aparte de la indudable curiosidad antropológica que me provoca cada vez que me encuentro un insulto de éstos o algún típico exabrupto de sus hermanos fachohispanos o de sus hermanas terfitas de la caridad respondiendo compulsivamente a algún comentario mío en redes, lo cierto es que estos bizarros despliegues de creatividad me suelen procurar de natural un curioso e inusitado chute de adrenalina, y es entonces cuando me digo a mí misma que eso es porque lo debo estar haciendo bien. Así lo creo de corazón, por lo cual, en este momento y sin rastro de ironía, estoy segura de que lo debo estar haciendo mejor que nunca, ya que esa onanista perturbación interior que da origen a cada uno de estos eruptos tercermundistas me hace sentir de verdad como si hubiera recibido un premio a mis esfuerzos, una medalla invisible.

Lo cierto es que el verdadero problema para una persona trans (y para cualquiera que sea tomada como objeto de acoso) no son esos desconocidos insultando en redes. Los desconocidos son eso… desconocidos, y punto. Simples letras en tu ordenador. Y si el insulto pasa a amenaza, ahí tienes a la policía.

Pero claro, ¿Y cuando en realidad los autores del acoso no son tan desconocidos? Quizá esa sea simplemente su apariencia, la cual puede enmascarar una fuente o persona más cercana de lo que te imaginas ocultándose cobardemente bajo una identidad falsa… tu vecino que no te soporta, el típico y mediocre rival profesional, tu cuñado Paco el facha, la prima Maritina, feminista del PSOE que lleva a sus hijas a un colegio privado, quizá una de sus hijas, quizá una de las tuyas que se siente «traicionada», quizá ese sobrino con el que jugaste de pequeño y ahora en las comidas familiares te mira con esa sonrisa tan rara, quizá algún amiguito suyo… Da igual, porque en los últimos años has evitado lo que has podido esas reuniones familiares que ya muy poco te aportan y las has espaciado no por malestar, sino simplemente por hastío, ya que pronto has llegado a la conclusión de que no le debes nada a nadie, de que ése no tiene por qué ser tu sitio y simplemente no tienes ninguna obligación de sentirte incómoda… Como persona trans, sabes que todos estos años que han pasado desde que comenzaste tu transición, en los que has ido descubriendo y perfilando poco a poco tu poder y fortaleza cual Bella Baxter recién nacida, conllevan sus peajes y también sus renuncias. Algunas de estas renuncias te han sido muy fáciles, pero otras nunca las superarás, con lo que te implica renunciar a ciertos lazos que un día creíste inamovibles, o aligerar otros hasta convertirlos en un hilo casi invisible… además de que algunos también te lo pondrán muy fácil, saliendo hipócritamente poco a poco de tu vida. Quizá hasta llegues a somatizar alguna de estas renuncias… Incluso aunque tu vida se desarrolle fuera de toda tragedia de exclusión, algún día te encontrarás con ese dolor de cabeza, ese apetito compulsivo, esas inesperadas opresiones en el pecho que dificultan desagradablemente tu respiración, esos inexplicables ataques de ansiedad… En algún momento te entrará el pánico incluso de salir a la calle, pero por tí misma lo deberás y lo podrás superar. Entre las personas trans se dice que para una de nosotras el simple hecho de salir a la calle y mostrarte ante los demás es ya una forma de activismo, ¿Pero, y si no tienes ninguna necesidad o simplemente no te da la gana ser activista? ¿Y si lo único que necesitas es una cotidiana normalidad sin sobresaltos a la hora de relacionarte con los demás? ¿Y si lo único que necesitas es paz? Resulta odioso y enervante saber que, quizá, para poder sobrevivir y, mientras las cosas no mejoren, tengas que cumplir con esa obligación. Y en ese caso, transformar tu rabia en un útil impulso reivindicativo suele ser lo más indicado a la hora de hacerla aflorar…

Recuerda siempre que todo lo que eres ahora lo eres gracias a ti misma, tú eres toda tu fuerza. Aunque quizá tengas además la inmensa suerte de ser bendecida y, como me ocurrió a mí, poder contar con la valiosísima ayuda de tus verdaderos compañeros de camino, ésos que de repente te encuentras, y también ésos que quizás no te lo imaginabas, pero están ahí y a partir de ahora sabes que siempre lo van a estar. Mírate, así es como has llegado a donde estás, así es como has llegado a ser la persona que eres ahora y a la que debes admirar al contemplarte en el espejo, ese momento en el que te reconoces y encuentras tu verdadera fuerza, y también tu cuasi mística invencibilidad. Ésa es otra medalla más, y ésta sí es la más importante.

Con respecto a este proceso de encuentro y real identificación sólo puedo hablar con verdadero conocimiento de causa sobre mí misma, y os diré que este impulso de conocerme y de saber quiénes somos y de dónde procedemos las personas trans que me arrastró desde el principio me ha regalado una inconmovible y plena seguridad. Desde muy temprano encontre mi fuerza en el saber y en las disciplinas científicas que me procuran respuestas sobre mí y además rebaten con sus certezas esa larga sarta de mentiras establecidas sobre nosotras con las que se nos ha engañado durante tanto tiempo, igual por parte de quienes nos odian como también por parte de una sección nefasta de nuestro propio activismo que busca únicamente su propio y egoísta interés. También encontré otra parte de esta fuerza en la situación paradójica de que los acosos a los que fui sometida en mi vida anterior me han regalado una verdadera fortaleza para ésta, mi segunda y real vida. Y también en esas otras personas trans a las que he conocido durante todo este tiempo, con las que he hablado, algunas de las cuales desgraciadamente ya no están con nosotras por los motivos que ya os podéis imaginar, seres humanos con los que me he identificado y junto a los que he vivido, he sentido y sigo sintiendo esa inefable conexión que te invita a penetrar en el misterio de quienes somos. Es de verdad enriquecedor vivir y conocer las transiciones de los demás en su gloriosa individualidad, y también empatizar y poder acompañarles en lo posible en ese proceso apasionante de salir de la crisálida y desplegar sus alas frente al mundo. Nunca fue más cierto que en las personas trans esa unión que hace la verdadera fuerza. No me entendáis mal: también y, como es lógico y normal, entre nosotras existe gente maravillosa y verdaderas hdp, gente muy perniciosa a la que, como otras en otras ocasiones, simplemente he ido alejando y me he sacudido finalmente de encima.

Ésta es la parte mágica de todo ello. Por otro lado, si hay algo que  tengo claro es que nunca adoptaré en mi activismo la fácil identidad de la víctima, ese nauseabundo y acomodaticio concepto que tanto se estila en los últimos tiempos. No lo haré, ni por comodidad ni tampoco por necesidad. No es lo mismo ser víctima y denunciarlo que ir de víctima y buscar las ventajas de la víctima. Quien desde nuestra comunidad ejerce su activismo adjudicándose automáticamente la condición de víctima por el simple hecho de ser una persona trans e implicándonos además a todas en esa alienante mixficación, nos está insultando y perjudicando a todas las personas trans a base de falsear nuestra real identidad, laminándola y sustituyéndola por un débil y manipulable muñeco de paja útil a propósitos que no son los nuestros.

No puedo negar que la condición adquirida de víctima tiene sus atractivos y sus ventajas, entre ellas la de pertenecer a un grupo cuyo discurso nunca es cuestionado y en el que todos tus pecados te son perdonados socialmente, los cometidos y los aun por cometer, aparte de que tu condición de víctima la puedes incluso transformar en hereditaria. Además gozarás de toda la simpatía y atención mediática, pudiendo acceder también a una serie de ayudas y recursos públicos. Pero ésta es una condición que también tiene sus inconvenientes: abrazar la identidad de víctima te lleva a la pasividad, a la inacción, a la autolimitación y a la dependencia, y también a aceptar la triste idea de que esa condición es para siempre, que la arrastrarás, quizá con un insano y ostentoso orgullo, todo el resto de tu vida.

De ninguna manera busco frivolizar, eso ya lo hacen otros por mí y lo vemos a diario en todos los medios de comunicación de la mano de personajes mediáticos, representantes políticos, sociales e ideológicos mutados en demagogos profesionales que devaluan y arrastran abyectamente la condición de víctima hasta el nivel de la pura caricatura. Los ejemplos los tenemos todos en mente, ya que cada día aparece alguno nuevo. Por mi parte prefiero seguir actuando como he actuado hasta ahora. Lo otro, simplemente, no sale de mí. Prefiero dormir tranquila y procurarme esas modestas pero inapreciables medallas que conllevan la acción y no la inacción. Mi fuerza es otra, la que os he intentado describir en estas líneas y que también nos pertenece a todas nosotras.