“El crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee”. Ricardo Piglia

El 6 de enero de 2017 murió el escritor Ricardo Piglia, en Buenos Aires, después de padecer una dolorosa Esclerosis Lateral Amiotrófica, que no le impidió escribir hasta el final y dar testimonio de ello en los últimos diarios de Renzi (su heterónimo), las últimas delicias que nos legó.

Piglia venía desarrollando sistemáticamente seminarios, cursos y talleres de literatura latinoamericana en Princetown desde el 2001 en que ocupó la cátedra Walter Carpenter Profesor of Language, Literature y Civilization of Spain. Desde el año 1987 estuvo ligado a esa prestigiosa universidad como Senior Fellow Consultor, pero fue nombrado con carácter permanente, como Profesor, cargo que desempeñó hasta su jubilación en 2011.

Piglia fue allí una figura clave, cuyo paso se rememora permanentemente en los departamentos de estudios latinoamericanos.

Conocí a Ricardo Piglia cuando éramos estudiantes en la Facultad de Humanidades en La Plata.  Ricardo era casi tres años mayor que yo, pero ambos formamos parte del Centro de Estudiantes y militábamos en ARI, Agrupación Reformista Independiente, que contenía todo el espectro de la nueva izquierda estudiantil que se desarrolló en América Latina a partir de la revolución cubana.

Ricardo ya era “Renzi”, pero nadie lo sabía entonces, porque había empezado a escribir sus diarios con 16 años, aunque los publicó muchos años después. Él ya eran dos, un doble de sí mismo. Para los que lo conocimos, esos dos eran el intelectual, el escritor incipiente, el lector voraz y el enamoradizo feroz. Su pasión por la literatura era tan intensa como su pasión por el amor. Ya cautivaba con el saber y la lectura. Empezó a escribir en el Escarabajo de Oro y luego en El Grillo de Papel, revistas literarias que dirigió Abelardo Castillo. Ricardo era un estudiante que escribía, pero que se codeaba y visitaba a escritores como Rodolfo Walsh y Borges. Cuando tenía 18 años entrevistó a Borges y le dijo que uno de sus cuentos no estaba bien resuelto. Borges le respondió “¿Ah, usted también escribe?”.

Ricardo tenía el tic de tocarse la mejilla derecha con el índice de la misma mano, acto que no era una pose juvenil, sino una forma de ayudarse a reflexionar. Como conferenciante, perfeccionó esa forma de hablar reflexiva como si no supiera lo que iba a decir, como si lo que decía fuera algo que brotara de rascarse la mejilla. Una vez se lo dije y me respondió que era una exageración del psicoanálisis.

En noviembre del año 2008, como parte de los actos conmemorativos del 15 aniversario de la Casa de las Américas de Alicante y con la indispensable colaboración de la Obra Social de la Cam y de su carismático Director, Joaquín Manresa, gran lector de Piglia, logramos que viniera a Alicante para impartir dos conferencias y un taller de escritura y literatura. Unos meses antes, yo había coincidido con Ricardo en un vuelo de Madrid a Buenos Aires. Aproveché la oportunidad para invitarlo. Ricardo aceptó mi invitación de inmediato y estuvo en Alicante entre el 18 y el 21 de noviembre de ese año.

La primera conferencia fue sobre El Escritor como Lector y la segunda sobre el Futuro de la literatura y tres historias de la infancia. Al final de su taller, fuimos con un pequeño grupo de amigos a una taberna cercana a tomar algo y tuvo la generosidad de invitarnos a recordar cuál había sido el libro que más nos había impactado o el primer libro que habíamos leído. De cada uno de  esos textos que evocábamos y que emergían entre el recuerdo y el vino, Ricardo hacía comentarios que sintetizaba cada libro. Los conocía y habia leído todos.

Piglia era un exhaustivo conocedor de la obra de Kafka, de Borges, de Joyce, de Dickens, de Poe, de Marechal, y de muchos otros autores. Siempre te sorprendía con anécdotas que cercaban la literatura y que le gustaba contar entre amigos, como que Tolstoi fue uno de los primeros que utilizó la bicicleta en 1885 o la maquina de escribir y que su mujer, Sofía, que  transcribió siete veces Guerra y Paz, llegó a  creer que ella era la autora y discutía con Tolstoi sobre las correcciones que se hacían en cada transcripción.  O que Keruac aplicó el rollo de escribir a la máquina para poder producir la escritura continua y no cortar la escritura para quitar la hoja del teclado. Al final, comprendíamos que sus comentarios eran fruto de la pasión por la literatura. Siempre decía algo más.

Piglia no fue sólo un crítico literario de primera línea, cuyos artículos e intervenciones se disputaban los principales foros literarios mundiales, sino también fue un prolífico escritor autor de obras memorables, entre otras, Formas Breves, Respiración Artificial, Nombre Falso o Plata Quemada, llevada al cine. Además fue un defensor insobornable de los derechos humanos, un intelectual ejemplar.

Si quieren homenajear a Ricardo Piglia y darse una satisfacción, lean el Último Lector, y la Teoría del Complot, allí hay una síntesis de su pensamiento y de su pasión.