Como la mayoría de quienes me leéis ya sabéis y no necesitáis que os explique, existe una multitud de enemigos que acechan día a día el apacible discurrir vital de nuestra comunidad trans. En escritos anteriores ya os he hablado y hemos analizado la mayoría de ellos: ideologías atávicas, fanatismos religiosos, “feminismos” desquiciados… sin olvidar, claro, esa cada vez más vociferante rabia de pura impotencia que comienza a crecer en ciertos sectores no tan minoritarios de nuestra ciudadanía cuando, ante tanto desenfreno y libertinaje, ven peligrar con horror su derecho para ellos incuestionable a abrirnos la cabeza a la primera ocasión con su recio y muy español gallato de nudos… ante todo y siempre, que no se pierdan las esencias.

Hoy, a tenor de curiosas circunstancias vitales que más tarde os explicaré, me gustaría recrearme un poco en una extraña tendencia que ha surgido en los últimos tiempos en el seno de nuestra siempre sufrida comunidad trans. Imagino que, en el momento de su génesis, sus inquietas impulsoras pensarían algo así como “Ya que nuestra vida es tan aburrida y no tenemos ningún problema del qué preocuparnos (modo ironía, of course), vamos a darnos (y darles) un poco de vidilla. Creemos diferencias, segreguemos, y de paso nos empoderamos a costa de esa mayoría de gente fea que eclipsa nuestra indudable feminidad y escultural belleza de cánones clásicos. ¿Cómo se llamaban? ¡Ah, sí! Transgénero, vaya palabro más feo!”

Para quienes aún no sepáis de qué va esto, hablamos de esa bizarra ideología bautizada recientemente como transbinarismo. ¿Que qué es el transbinarismo? A ello vamos.

Como antes os comentaba, y como si las personas trans no tuviésemos ya bastantes problemas, el transbinarismo nos aparece como una “nueva” ideología disfrazada de buenismo e integración, aunque no es otra cosa que un intento más de división y laminación, esta vez desde dentro de la propia comunidad trans. Un intento regresivo de crear un sistema de “clases” entre nosotras, en el que sus ingeniosas ideólogas defienden tamaño anacronismo como que las mujeres transexuales, para poder integrarse en sociedad, deben aparecer lo más sexuadas y definidas posible hasta llegar a la máxima mimetización con las mujeres cis. Todo ello justificado en la reivindicación de una pretendida y subjetivamente diseñada “feminidad” para la mujer transexual. Una feminidad que no es otra que la preferida por estas “ideólogas”, las cuales, trabajando como se supone que dicen trabajar para la comunidad trans, parece que han resultado tener unos gustos un poco bastante demodé.

Ah, casi se me olvida… para estas transbinaristas, las únicas mujeres con derecho a llamarse transexuales son aquéllas que han realizado su intervención de reasignación. Las demás, las que esperamos o las que no se la realizarán nunca, somos simplemente transgénero o queer y nos está vedado el ingreso al paraíso de la transexualidad, porque para ellas no reunimos los requisitos necesarios. ¿Porqué? Pues porque lo dicen ellas.

Llegada a este punto, no me resisto a contaros mi reciente experiencia personal con una de estas transbinaristas que me presentaron hace unos meses. A poco de iniciada la conversación, inmediatamente las dos tuvimos un choque dialéctico en cuestiones relativas al tema trans (es que cuando una escucha tonterías del tamaño de las que os estoy contando, pues eso, se enerva, y claro, ya no se puede callar). Después de coincidir un par de veces más y con idénticos resultados, un día me entero que esta señora, muy preocupada ella, les estaba aconsejando a mis espaldas a compañeros de nuestra emisora de radio que no debían dejarme hablar en directo porque mis ideas sobre la transexualidad se salían de la norma… de su norma, claro. Si este personaje que se mueve con cierta soltura en el mundo de la empresa, que no del activismo (el activismo es algo muyy distinto y más serio) ignora lo que es una radio libre, o peor, no lo ignora e intenta coartar la libertad de expresión y opinión de una persona trans como ella (sí, como tú, mal que te pese), pues apaga y vámonos. No sólo eres una totalitaria, sino que eres tan lerda que vas y se lo dices a mis amigos. Metiste el remo, amiguita… pero la cosa no acaba aquí.

Además de trabajar en un programa de radio, soy activista y llevo desde hace un tiempo la portavocía en una asociación pro derechos LGTBl de mi Comunidad. Pues muy poquito después de aquello, esta señora vuelve a la carga diciendo por ahí a quien le quiera escuchar que yo no no debería ser la portavoz porque yo no soy una persona trans. Como leéis. Como mucho soy una queer que me gusta exhibirme. ¿Y cómo había llegado nuestro personaje a esta inteligente conclusión? Muy fácil: porque yo no era femenina (a su gusto) Además era mentira que me estuviese hormonando, porque para ella yo tenía las tetas muy pequeñas… y paro aquí, porque nunca me he rebajado a hablar de estos temas. Ésta es la tolerancia del transbinarismo. Mucha vergüenza pero sobre todo ajena, claro.

Hablando de feminidad, ha de quedar claro que, por mucho que estas señoras se empeñen, nunca podrán revindicar un único y personal concepto de lo femenino, cuando vivimos en una época en la que todos sabemos que masculinidad y feminidad son rasgos humanos en constante cambio y evolución, y en este momento más cuestionados que nunca. Yo soy una mujer trans con todo el orgullo de mi condición, y a mí nadie me va a decir lo que soy o lo que no soy. Sé quién soy, SABEMOS quiénes somos.

Existen infinitos modelos de feminidad, no solo el que estas pretendidas defensoras de los derechos humanos defienden. Pretender imponer su concepto de lo femenino erigiéndose como nuevas “árbitros de la elegancia” es puro delirio, y del peor. Simple y banal etiquetación, con el único objetivo de segregar y discriminar a partir de la creación arbitraria de una élite superior dentro de la comunidad trans. Y esto sólo tiene un nombre: fascismo puro. Una aberración ideológica y extemporánea, cuyo único objetivo visible sería el de coartar y laminar nuestra Diferencia para intentar absorbernos a todas las personas trans dentro de la vieja hegemonía de lo binario, cerrando el círculo hasta coincidir sospechosamente con los principios proclamados por la derecha más rancia y reaccionaria. Se trata de la vieja estratagema de crearse una identidad a su conveniencia, a base de victimismo y en contraposición a otra a la que ellas denominan inferior. En este caso, transexual sobre transgénero.

Por cierto, os habréis dado cuenta de que hasta ahora sólo he hablado de transexualidad femenina. No he mencionado para nada la transexualidad masculina, ni ninguna otra. Precisamente. Porque (agarraos) para estas transbinaristas las otras transexualidades no existen. La única transexualidad que existe es la femenina. En este momento es cuando yo ya pierdo el hilo… se trata de un tema que a la hora de hablar en público ellas evitan cuidadosamente. Quizá también sea porque, llegadas a estas alturas, sus argumentos empiezan ya a desvariar… un extraño pupurrí de argumentaciones biológicas y filosóficas, entre las que esgrimen “pruebas” tan peregrinas como ésa de que los hombres trans (según ellas) no pueden llegar al orgasmo y por lo tanto no son hombres completos, o aquélla que me comentó otra transbinarista de que los hombres trans les estaban invadiendo y robando sus espacios. ¿Os recuerdan a las TERF? Sí, a mí también…

El transbinarismo no es activismo trans, no lucha por nuestros derechos. No es más que una simple política de empresa, una ideología, una religión irracional… En su obsesión por una pretendida “normalidad” dicen abominar de algo que ellas llaman subversión, que en realidad es un rasgo indesligable del hecho trans y que para ellas no tiene nada que ver con la sensibilidad femenina (?). Esa subversión (más exactamente reivindicación y visibilidad) de la que ellas prefieren renegar, la ejercemos las mujeres trans cada vez que salimos a la calle y somos blanco de todas las miradas. Nuestra sola existencia es esa misma reivindicación, esa misma visibilidad. Eso que ellas llaman subversión no es un concepto discutible, forma parte de nosotras. No somos personas cis ni tenemos porqué serlo. No se trata de un rancio concurso de misses, ni de una absurda competición por la feminidad o la mimetización… se trata de vivir nuestra vida, y punto.

Como nunca dejaré de repetir, en las manos de las personas trans, intersexuales y queer está cambiar la sociedad y hacerla más diversa, proclamando la individualidad y dignidad de cada ser humano y la exaltación e integración de nuestra Diferencia.