Transexualidad: una débil luz al final del túnel

Hace unos días tuve la oportunidad de ser invitada junto a mis compañeros de Artegalia Radio y Alicante Entiende a impartir un taller sobre transexualidad en el Instituto de Educación Secundaria Antonio José Cavanilles, de Alicante. Naturalmente, y más tratándose de un tema como éste, cuando te encuentras en un salón lleno de chicos y chicas de 15 y 16 años nunca dejas de sentir cierta prevención, porque no sabes qué es lo que te vas a encontrar.

Desde que comenzamos la sorpresa fue muy grata, ya que pudimos desarrollar nuestro taller con total normalidad y sin ningún tipo de interferencia. Fue de verdad emocionante encontrarnos con una audiencia tan receptiva y respetuosa, un grupo de chicos y chicas con verdaderas ganas de saber sobre un tema del que se les había hablado muy poco y del que la mayoría tenía sólo unas vagas nociones sacadas probablemente de internet. Incluso hubo alguna pregunta concreta que nos sorprendió y que denotaba por su parte un cierto dominio sobre el tema género, junto a un uso correcto de lenguaje específico que no esperábamos para nada encontrar en alumnos de esa edad.

Quizá, por fin, algo se esté moviendo, algo esté cambiando. Y aunque desgraciadamente el desprecio y el desconocimiento siguen siendo la tónica habitual, creo poder aventurar que se empieza a atisbar una todavía lejana y muy débil luz al final del túnel.

Generalmente, en España y en otros países occidentales y no occidentales, la comunidad transexual y transgénero hemos sido siempre el grupo social sobre el que ha recaído con más fuerza el peso del odio, la discriminación y la ignorancia, a veces incluso dentro de la propia comunidad LGTBI.

Pero si, algo parece estar cambiando, y ese algo es cuanto menos la receptividad. Lo ideal sería pensar que la receptividad de aquellos alumnos con los que pudimos hablar debería responder a la receptividad y apreciación general de la sociedad a nuestros derechos y necesidades, pero, desafortunadamente, las cosas aún no son así.

En este 2018 que ha sido declarado por la FELGTB como año de trabajo prioritario por las Realidades Trans y en el que la Plataforma por los Derechos Trans se prepara ya para reivindicar a nivel nacional su propuesta de Ley Integral de la Transexualidad, la violencia y crímenes de odio contra las personas de nuestra condición se siguen cometiendo a lo largo y ancho del globo.

Entre octubre de 2016 y septiembre de 2017 al menos 325 personas trans han sido asesinadas en distintos países, según la red de organizaciones proderechos trans Transgender Europe. Asesinadas por intentar vivir de acuerdo con su condición, asesinadas por ejercer su derecho a ser ellas mismas. Asesinadas, en definitiva, por su necesidad vital de armonizar su cuerpo y su mente, una condición de equilibrio que a la mayoría de los que me leéis os viene dada de forma natural.

Aunque una pequeña parte de nuestra sociedad se va abriendo gradualmente a nuestra realidad, todavía queda mucho por hacer. En cuanto a las leyes y medidas de protección trans, tímidamente se empiezan a promulgar en algunas comunidades de nuestro país en defensa de nuestros derechos.

Desgraciadamente todavía siguen dependiendo de los vaivenes y cambios del partido político de turno, y la ley que hoy crea una administración puede ser  mañana anulada por la siguiente o, sencillamente, ser dilatada su aplicación con cualquier excusa peregrina. Y eso tratándose simplemente de medidas que intentan asegurar a los integrantes de nuestra comunidad todos aquellos derechos básicos que legítimamente nos pertenecen de acuerdo a nuestra ciudadanía española y legalmente consagrados en nuestra Constitución, tales como el derecho al trabajo, a una vivienda y sanidad dignas, a la no discriminación y al desarrollo armónico de la persona.

Es de vergüenza que todavía tengamos que reclamar y exigir en justicia nuestro derecho a vivir como cualquier otro ciudadano. Por desgracia, nuestra vida sigue hoy dependiendo del ideario y del capricho del político de turno. Por su propia conveniencia se nos intenta anular, relegando nuestro derecho a ser al campo de la ideología, cuando en justicia debería estar incluido (esto es de cajón) en el de los derechos básicos de la ciudadanía, puros y elementales derechos humanos.

Ideas rancias de una ultraderecha rancia, dogmatismos religiosos y la mala voluntad de una gran parte de nuestros políticos son en este momento los principales enemigos de nuestra normalización. ¿Que qué es lo que se puede hacer? Muy a grandes rasgos, me atrevo a aventurar algunas opciones básicas.

La primera, que parece que en estos momentos lleva camino de convertirse en realidad, debe ser promulgar una Ley Específica que garantice a la comunidad trans todo derecho básico, necesidad particular y protección integral de la persona. Esta ley deberá ser blindada y quedar a salvo de cualquier cambio político que pueda sobrevenir.

La segunda será limpiar de una vez por todas todo aquello que huela a religión o ideología de nuestros poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Un laicismo de estado como podría ser el francés, que prime los derechos integrales de la persona sobre cualquier sistema de creencias. Toda doctrina religiosa, filosófica o política que defienda la inferioridad de un sector de la ciudadanía deberá ser declarada nociva y vetársele todo acceso a la vida política y a cualquier tipo de medio y ayuda oficial. De acuerdo con nuestra Ley de Libertad de Expresión, podrán expresar sus ideas, pero les será negado todo derecho a poderlas ejercer. Y éste sin duda es un cambio que nos beneficiaria a todos.

Y la tercera, naturalmente, educación y más educación. Simplemente y nada menos que eso.

Terminado el taller, salimos a dejar las cosas en el coche. Un grupo de alumnos y alumnas entre los que reconozco algunos rostros que nos han acompañado durante nuestra exposición se nos acercan y nos dan las gracias. Nos dicen que les ha encantado y nos preguntan si volveremos. Desde luego que volveremos, porque sabemos que aún nos queda mucho trabajo por hacer.