Pido excusas si tomo el título prestado a una serie televisiva que no habré visto más que en pocas ocasiones. Pero no se me ocurre nada más apropiado para expresar mi descontento ante la situación que estamos padeciendo los que vivimos en San Vicente, de alquiler o en propiedad.
No creo que tener una vivienda en propiedad sea una sinecura, una bicoca, vamos. He sido propietario de un modesto apartamento de protección oficial -de promoción privada- durante más de veinte años, en Canarias, donde residí antes de venir a la millor terreta del món, es decir este territorio que es la Nueva Florida de las Españas, con la consiguiente especulación inmobiliaria, la misma que describe el gran escritor valenciano Rafael Chirbes en Crematorio. No voy a cansarles con los avatares de esa aventura inmobiliaria en Lanzarote, que me costó incontables derramas, papeleos, multas y hasta juicios, para terminar estafado por una agencia -con mi consentimiento, ay- con tal de acabar con ella.
La propiedad, para los que no somos inversores ni fondobuitristas ni prósperos rentistas, es una verdadera maldición. Y si la vivienda adquirida como el sueño del hogar propio es de tipo horizontal, apaga y vámonos. No solo por las agobiantes reuniones de vecinos con las gestoras, sino por todo lo que acarrea cada vez que hay que pasar por la taquilla impositiva y por el pago de seguros, mantenimiento, etc., etc.
Cuando por fin pude vender, tras dos años largos de tramitaciones kafkianas ante la consejería de vivienda canaria y con Hacienda, me sentí liberado por fin. Pero nuevamente como inquilino probé las amargas hieles de tener que pagar yo por los desperfectos constantes en una vivienda edificada en los años del boom, o sea hace más de cuarenta, en los que los promotores echaban una de cemento y tres de arena. Estas viviendas son una nevera en invierno, por la mala construcción, y un horno en el verano.
Debido a situaciones personales que me reservo, me he visto forzado a intentar buscar una vivienda en propiedad y ante la enorme carestía del metro cuadrado en San Vicente y alrededores, centré mi atención en las viviendas de pueblo y rurales.
En el Vinalopó no encontré sino ruinas, acaso con algún terreno cultivable pero agostado por el abandono y la sequía. Y un propietario -por miedo a la plusvalía, dijo- me pedía la mitad del precio en B, a través de la inmobiliaria, a lo que me negué en redondo. Y no por “conciencia tributaria”, sino porque le tengo un miedo cerval a la AEAT que nos atraca sin compasión, especialmente a los pensionistas a los que se nos trata como si nuestros menguados ingresos fueran rentas “del trabajo”. En el Comtat tres cuartas partes de lo mismo. Una vivienda en el casco antiguo de una de sus pueblos resultó ser irregular, no coincidían sus más de 150 metros cuadrados de edificación con los escasos 40 registrados legalmente. Un agente inmobiliario de la zona admitió que el 90 por ciento de ese tipo de viviendas están en esa situación. Y nadie lo remedia.
Todavía sigo esperando que el propietario , que dijo haber iniciado la legalización ante las autoridades respectivas, me de alguna noticia desde hace un año y medio.
Debo decir que en mi largo y fatigoso periplo por localidades como La Romana o Cocentaina , pude observar que estos agrestes y en alguna época hermosos lugares están, sino vaciados en vías de extinción, por el abandono del campo , la mala comunicación viaria y ferroviaria y la desidia de las autoridades locales, autonómicas y nacionales. En un casco antiguo vi pancartas que protestaban por la agonía de barrios históricos con viejas casonas que se caen a cachos con algún heroico vecino que aún habita en ellas.
De nuevo como inquilino y candidato a un alquiler decente me he visto con serias dificultades. Que si seguro de impago, que demuestre Ud. solvencia (menos de 3 o 4 veces el IPREM lo dejan a uno al margen de toda confianza) y póngase en la fila que hay “una avalancha” (tal cual, me decía la APIC de una inmobiliaria local) para optar a un apartamentito de 700 euros de dos habitaciones en los confines del municipio, con vistas a un solar descuidado y a un kilómetro del supermercado más cercano.
Sí señores, estimados vecinos de ese paraíso de la especulación llamado San Vicente. Del que se enorgullecen sus ediles cada vez que aumenta el número de personas que vienen a vivir aquí. No sé cómo se atreven, con el bus 24 en huelga nocturna, con su mala frecuencia diaria, con el TRAM petado de trabajadores y estudiantes a todas horas, con servicios municipales deficientes y escasos. Mientras la población aumenta, la calidad de vida disminuye exponencialmente. Cierran las carnicerías y pequeños comercios (mientras los capitalistas despiadados multiplican sus grandes superficies para esquilmarnos), los dueños de mascotas no tienen donde pasearlos casi, no hay aparcamientos a ninguna hora…
Aquí no hay quien viva. ¡Jesús!…(Me refiero al alcalde, Sr. Villar, no al Mesías).
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