El presidente de los Estados Unidos acaba de anunciar una serie de medidas para intentar detener el cambio climático en regiones de su país. Tras la lectura de El cambio climático. La ciencia ante el calentamiento global, de Lawrence M. Krauss, y El murciélago y el capital de Andreas Malm, podemos imaginar que este paquete de medidas, que incluye impulsar la producción de energía eólica, pago de facturas a familias en pobreza energética y una suma importante de dinero a la FEMA (agencia federal para emergencias) para paliar las consecuencias del cambio climático (sequías, inundaciones, olas de calor), servirá para poco. O nada.
Mucho me temo que ésta y otras medidas que hasta ahora se han arbitrado con motivo de esta emergencia planetaria no sean más que cataplasmas o parches. Krauss, en su dilatada trayectoria como científico , autor de más de 300 obras de divulgación y premiado por sus investigaciones en el campo de la física teórica, no había incursionado hasta ahora en el campo de la climatología y su propósito al escribir este libro es proporcionar información verídica, objetiva y contrastable tanto al lector común como a los responsables políticos que deberían actuar frente al problema. Actualmente está al frente del Proyecto Orígenes, una fundación en la que participan otros destacados científicos y personalidades de la cultura como Noam Chomsky y Woody Allen. Esta organización patrocinó un crucero por el río Mekong, desde Camboya Vietnam, en 2020. El motivo era reunir a un grupo de personas interesadas en conocer las causas del calentamiento global en un entorno particularmente amenazado y que sirve como piloto para explicar los complejos fenómenos climáticos. El curso fluvial de este río asiático (el más largo del continente y el duodécimo en extensión del mundo) tiene unos 4.500 kilómetros de longitud, descarga al mar 475.000 millones de metros cúbicos de agua y alimenta a 60 millones de seres humanos. Las fluctuaciones de las mareas de este río mítico son bastante peculiares y responden a un sofisticado mecanismo de relojería astral, con la Luna como protagonista. El Mekong alberga la mayor densidad de peces de agua dulce del planeta y se estima que allí viven miles de especies . Sus inundaciones aportan un beneficio adicional que convierten al territorio adyacente en una de las mayores zonas arroceras mundiales.
Aunque Krauss huye de todo catastrofismo y rehúye hacer de Casandra climática en su condición de científico riguroso, advierte que este río podría ser una de las primeras bajas en el curso del tiempo-no se sabe si en años o en milenios-en la batalla casi perdida por evitar la hecatombe del clima. En sus propias palabras , el Mekong es “como un canario en la mina de carbón del cambio climático”. Su destrucción, causada por el hundimiento del subsuelo y el aumento del nivel de las aguas saladas, sería un desastre que alcanzaría más allá de los límites del continente asiático. Pero son muchos los lugares donde Krauss observa riesgos similares debido a su equilibrio delicado entre fuerzas ecológicas en oposición, que el matemático y astrofísico explica con detalle en numerosos cuadros y gráficos incontestables, ya que provienen de instituciones y organismos científicos de reconocido prestigio y solvencia. La lista de zonas amenazadas se extiende desde las tierras bajas de Bangladés hasta los Everglades de Florida y la desembocadura del Misisipí. La clave es el CO2, el enemigo invisible , que si bien jugó un papel decisivo en la formación del globo terráqueo, en la actualidad se ha convertido en un problema debido a la contribución humana de carbono a la atmósfera como consecuencia de la actividad industrial y la generación de energía de derivados de fósiles.
En 1824, Fourier, experimentando con una caja rudimentaria de cristal y corcho , descubrió lo que se conocería en adelante como “efecto invernadero”, que explica la relación entre el calor del Sol y el terrestre, o sea la absorción de la energía infrarroja saliente. Más tarde, otros físicos siguieron investigando el fenómeno y llegaron a la conclusión que otro elemento, el vapor de agua, responsable del calor infernal de Venus, sería el detonante del calentamiento de la Tierra, de aquí a unos dos mil millones de años. El incremento de la temperatura evaporará los océanos provocando la absorción de la radiación infrarroja y que la temperatura superficial del planeta sea similar a la de Venus, por encima de 450 grados, o sea suficiente para fundir plomo.
CON CARBONO Y A LO LOCO
El sueco Arrhenius, inició sus investigaciones a finales del S XIX para entender el origen de las llamadas “edades del hielo” Así descubrió el papel del CO2 en el calentamiento de la Tierra, y pronosticó que en el plazo de tres mil años ese aumento de temperatura oscilaría entre tres y cuatro grados, algo que no alarmó a un habitante de un país frío como él.
Sin embargo, el CO2 más el vapor de agua son la mecha y la dinamita que hará explotar el planeta. Si los datos de Arrhenius son correctos, con la situación actual-no prevista por el científico en su tiempo- el cambio se acelerará hasta producirse mucho antes, en 2050. “En 200 años los seres humanos habrán logrado emitir como mínimo el doble de CO2 del que ha existido en la atmósfera terrestre durante la mayor parte del registro geológico” (página 127 Op. Cit.).
Krauss es cauto en sus predicciones, pero afirmándose en los datos y hechos seguros, si se dejara de emitir carbono tardaríamos más de mil años en revertir la situación. A no ser que mediante nuevas tecnologías o geoingeniería, algo que de momento es pura ciencia-ficción, se llegara a manipular la atmósfera a escala mundial.
El nivel del mar seguirá subiendo de manera imparable debido al calentamiento y no tanto al deshielo, pero la pérdida completa del casquete de Groenlandia haría ascender siete metros el nivel del mar. Desde comienzos de siglo, el aumento de nivel es de alrededor de 4 cm. Pero, contrariamente a lo que pudiera pensarse, aquí el tamaño importa y mucho. Si no se hace algo ya, antes que nos demos cuenta estarán inundadas enormes extensiones del planeta y casi cualquier área metropolitana estará parcialmente sumergida hacia el año 2.100.
Comprender la ciencia del cambio climático es el primer paso, piensa Krauss. El resto depende de las políticas públicas, y de políticos bien informados. El científico hace su labor, pero otros deben actuar y no caer en la irracionalidad de los negacionistas (como Trump, el consejero de Ayuso, López, y los ultraderechistas), que como los anti vacunas son el paradigma de la imbecilidad humana.
LA SOCIEDAD, NO LA NATURALEZA
Desde otro punto de vista, el sueco Andreas Malm, profesor de ecología en la Universidad de Lund y activista contra el cambio climático, sostiene la tesis de que el verdadero culpable del cambio climático -y también de las pandemias- es el sistema capitalista. En El Murciélago y el Capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, publicado en 2020, dice : “La sociedad, no la naturaleza: ésa es la sentencia de muerte para un sinfín de personas”. “Ante situaciones de crisis climática o sanitaria, los ricos sobreviven, los pobres, no”. La evolución del calentamiento global es directamente proporcional a la evolución de la vulnerabilidad humana provocada por las características de un capitalismo centrado en la utilidad de los beneficios y basado en la desigualdad. En el caso del Covid, la pandemia ha sido letal por la neoliberalización de la asistencia médica y la austeridad recetada por la UE.
Malm, tildado de “extremista del cambio climático”, por la cadena conservadora pro Trump Fox News, llama a la acción, a una concentración de fuerzas de izquierda que ataque a “las raíces económicas de los desastres perpetuos”. El enemigo no está la atmósfera saturada de gases nocivos sino en quienes lo aumentan con su acción: Petrobras en el corazón del Amazonas, el estado peruano que también extrae petróleo en esa masa forestal, y lo mismo ocurre en Ecuador en la región de Yasuni, verdadero santuario de biodiversidad. Desde luego, también con la complicidad de sus socios capitalistas, JP Morgan o Goldman Sachs. “Capital fósil, capital parasitario”, afirma .
La responsabilidad original de la pandemia última es consecuencia de la irresponsabilidad individual de comerciantes sin escrúpulos que traficaban con fauna salvaje (pangolines y otras especies) apreciada como carne gourmet por públicos de gran poder adquisitivo. Culpables de esta transmisión zoonótica sin precedentes son igualmente los que han propiciado la deforestación que ha causado el éxodo de especies hacia zonas urbanas o agrícolas. Debemos prepararnos, pues, para una gran invasión de murciélagos, aves e insectos provenientes de Asia y otras regiones devastadas por la actividad humana depredadora. El ecologista sueco señala asimismo como el principal vector de la transmisión exponencial del SARS COVID al transporte aéreo y el turismo. “A finales de 2020, el virus se había en un polizón imparable en la red de aviación internacional”.
El capital, denuncia el activista sueco, solo sabe relacionarse con la naturaleza “aferrándose a ella”, es un parásito que no se conforma con vivir a sus expensas , sino que acaba destruyéndola. Es la pandemia permanente y el verdadero virus letal. Para el que de momento, agregaría yo, no hay vacuna. A diferencia del coronavirus el cambio climático actúa en todas partes y todo el tiempo, su reloj es imparable. Y puede que no reaccionemos hasta que tengamos el agua al cuello y el mundo sea como el Waterworld de Kevin Costner.
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