Dices que en aquel piso de estudiantes empieza todo. Lo has dicho muchas veces. En el número 14 de la calle Caravaca de Valencia empieza todo. No en la ciudad, no en sus calles, a las que volviste veinte años después para reconciliarte con un escenario que te provocaba rechazo y temor, sino en aquellos noventa metros cuadrados que fueron testigos de tantas cosas, pero, sobre todo, de vuestro despertar. Después de ese viaje reparador, en el que tomaste el Carme como una conquista personal, se restauró un sentimiento que creías no tener y que, sin embargo, permanecía latente, igual que uno de esos peces del desierto que son capaces de vivir fuera del agua como si estuviesen muertos y que reviven, o resucitan, con las primeras gotas de lluvia. Algo así te sucede cuando relees los poemas de Estellés o esos versos de Joan Fuster que dicen: A l’hora del record seràs, València/ un ardent mida d’obres i raó. O cuando escuchas la canción El Día Internacional de los Amantes y Jorge Martí canta a una Valencia que ahora añoras desde la distancia.
Dices que en aquel piso de estudiantes empieza todo porque no empieza sólo la vida, la de verdad, no la biológica, sino la que te enfrenta por primera vez al mundo y a ti mismo y a tus miedos. No empieza sólo la vida, sino todo lo demás: la música, la lectura, el sexo, la cultura. De vez en cuando volvéis, no a aquella calle, pero sí a todo lo que os une, a esas conversaciones que afloran cuando te reúnes con V, con P, con A, y que están llenas de peces dorados, de esos que sólo nadan en las profundidades. Vuelves a tantos versos y tantas canciones. Vuelves a esa sensación irrepetible que os pertenece únicamente a vosotros y que tanto añoras desde la distancia. Vuelves a aquel cine al que te gustaba ir en las horas en las que la gente no suele ir al cine. Vuelves a ese día en el que V te llevó a ver Tierra y libertad de Ken Loach. No lo recuerdas, pero seguramente acabasteis de comer y te dijo si querías ir al cine. Eso es algo que también añoras: la ausencia de premeditación.
Lo que sí recuerdas es que no habría más de dos o tres espectadores en la sala, a parte de vosotros, y que os sentasteis y V se quitó los zapatos y se desabrochó la hebilla del cinturón. Cuando empezó la película te explicó que parte del guión se había improvisado durante el rodaje, y que el personaje del británico que se alista voluntario para luchar contra el fascismo en la Guerra Civil estaba inspirado en el libro Homenaje a Cataluña. Todavía no lo habías leído. Todavía no sabías nada de ese autor. Apenas te sonaba el nombre de una lectura que leísteis en inglés, durante el instituto, y que era una adaptación de una de sus obras más conocidas: Animal farm. Todavía no sabías que se convertiría, sobre todo después de leer 1984, en uno de tus autores favoritos.
Rebelión en la granja parece una fábula, una historia divertida representada alegóricamente por animales, pero es mucho más. Es una suerte de Llibre de les bèsties de Ramon Llull contra los totalitarismos. Contra un totalitarismo concreto, dices. La revolución, los cerdos, el devenir de los hechos, son fácilmente reconocibles en acontecimientos y personajes históricos. Ese fue uno de los principales atractivos de la novela para ti. Siempre te han gustado esos libros llenos de referentes que debes descubrir. Aun conservas la versión en inglés, aquella adaptación para estudiantes, y aquella otra novela que salió a tu encuentro inesperadamente, como un gato en un callejón, y que fantasea con el proceso de creación de Rebelión en la granja. La encontraste por casualidad en una tienda de productos de segunda mano. Llamó tu atención por el montaje de la portada en el que reconociste al escritor, entonces ya habías leído casi toda su obra, y el título: El doctor Orwell y míster Blair. Pocos saben que ese es su verdadero apellido, dices.
Su novela 1984 también es una crítica al estalinismo, desencadenada por esa decepción que el padre de los pueblos provocó en gran parte de los intelectuales de izquierdas de la Europa de posguerra. Una crítica mucho más sutil, dices. Ni siquiera el capitalismo la superaría. De hecho, estamos mucho más cerca de esa distopía de lo que lo estaba el mundo, los dos bloques que dividían el mundo, cuando se publicó. Porque ya no es una distopía, dices, sino una profecía. Bukowski escribió: El capitalismo ha sobrevivido al comunismo. Ahora se devora a sí mismo.
En la novela 1984 aparece por primera vez el Gran Hermano, esa idea de alguien que controla nuestras vidas, que nos vigila, que ordena el mundo a su antojo. Incluso borrando el pasado y reescribiendo la historia, como hacía en la novela el Ministerio de la Verdad. Esa idea siempre te recordó al inicio de El libro de la risa y el olvido de Milan Kundera, en el que se cuenta cómo se eliminó a un personaje histórico de una fotografía en la Praga soviética.
Es necesario releer esta novela, dices. De alguna manera nos dirigimos a una realidad similar. Cada vez es más difícil distinguir qué es la verdad. No tenemos en nuestras casas una pantalla gigante a través de la cual nos observa el Gran Hermano. Nuestro Gran Hermano es otro, nuestra pantalla cabe en el bolsillo, per igualmente le concedemos todo el poder sobre nuestra intimidad.
El libro se cierra con un apéndice titulado Los principios de neolengua. Hasta en eso nos vamos pareciendo cada vez más a la pesadilla de 1984, dices. Se está creando un nuevo lenguaje que tiene como único objetivo imponer una visión concreta de la realidad. Un nuevo totalitarismo, si no sabemos resolverlo.
A veces querrías volver a aquel cine, a aquel tiempo en el que no había móviles, en el que no habías leído ninguno de sus libros y no podías tener miedo del horizonte al que se dirige la Humanidad, en el que podías quitarte los zapatos y desabrocharte la hebilla del cinturón y sentirte ignorante. Afortunadamente ignorante. Ignorante y feliz, dices.
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