“Podéis desordenar estas palabras si queréis, pero aquí, aquí y ahora, están el cielo y la mano y la turbia oquedad de la boca. // Están el gris, el puño, la hogaza, el sapo, la hueste, la puerta. Están el perro y la semilla y el barro y lo verde y la siembra y lo oscuro y lo antiguo y la tibia dulzura del hueso”.
Ana Martínez Castillo (Albacete,1978) reparte su obra entre cuatro pasiones: la literatura infantil y juvenil, la poesía, la narración de relatos de género y la crítica literaria. También ha coqueteado con alguna adaptación teatral, el artículo periodístico, la narración de viajes, el ensayo y el guion de videojuegos. Es coordinadora editorial en InLimbo Ediciones. Sus poemas, relatos y críticas aparecen en diversas antologías, revistas literarias y páginas webs.
En el terreno de la narrativa ha publicado la colección de relatos Reliquias (Eolas Ediciones, 2019). Dentro de su producción infantil y juvenil destaca el álbum ilustrado Cómo cocinar princesas (NubeOcho Ediciones, 2017), traducido al inglés, italiano y coreano.
Sus poemarios son Bajo la sombra del árbol en llamas (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2016), La danza de la vieja (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2017), Me vestirán con cenizas (Versátiles Editorial, 2019) y De lo terrible (Chamán Ediciones, 2020).
Hablar de la obra de Ana Martínez es penetrar en la noche y todos sus contornos, caminar por humedales, por laberintos y huecos de escalera; ser penumbra y, a la vez, belleza sublime que descansa en cada palabra, en cada frase. La melancolía, la espesura del pensamiento humano y esa serenidad intuitiva que traspasa las fronteras del lenguaje, nos envuelven y nos arrastran hacía un paisaje lleno de matices. Su viaje provoca un torbellino mental y nos hace revivir la oscuridad sin contemplaciones.
“Al caer del abismo al abismo, al tener en los ojos lumbres o crisálidas, al ser el pájaro inhóspito, la herida, la plata, tú –necesariamente tú- has de ser la niña triste muerta, has de ser la finitud que cae, que brinda, que gotea, la joven adicta que se colma de huéspedes las venas”.
De lo terrible es una cuenta atrás, una cuarentena que nos impulsa desde el alumbramiento hasta la inevitable muerte a través de los símbolos. Las metáforas bailan en un juego que pacta con lo intangible, con la irrealidad que parece tocarse y se difumina dejando un halo de certeza entre los dedos. La luz pertenece a las sombras, a la hermosura de la muerte.
“Morir por cosas así. // Por la locura imberbe, la noche en las enaguas, la mano que sostiene el aire. // Morir por el capricho del invierno, por las rabiosas flores, por la fiebre que inflama hogueras en las tiernas madrugadas. // Por cosas así. Así de tenues. // Para convivir con lobos y animales de misterio, para estar al margen de los idiotas y los bárbaros”.
A través del negro llega la vida y todos sus sentidos. Un punto en el que confluir con la delicadeza del alma pura. No hay castigo, sino sentido. Amor y paz tras la tragedia que incendia todo. El sueño y la realidad se confunden para despertar en cada elemento de la naturaleza, en cada ruido que emite el silencio. De esta manera, la intuición nos lleva de la mano, nos marca ante la imagen del más allá.
“Y así se agrandó muy dentro la semilla redonda, amoroso parásito de forma turbia, la difícil arquitectura del fruto. // Y era complicado abrir los ojos. / Y era absurdo arrepentirse de la luz, no amar la piña ni el cereal ni el haba azul líquida y suave. Era sencillo dejarse llevar por la redondez, por la saliva, por la mano que recoge el trigo. / Y así nació. / Y así, sin más, empequeñecidos, rectilíneos y cercanos, dedicamos nuestras vidas a quererla”.
La poeta crea un misterio cambiante y esotérico que otorga al poema la opacidad necesaria para disfrutar de gran libertad de significados. Sus letras nos conmueven y se escurren en un entorno de nocturnidad lleno de pureza, de componentes para avivar el entendimiento. El elemento psicológico nos acerca a lo visionario, a la confrontación de lo real y el traspaso de cualquier límite.
“Aquí estuvo la tos y la pregunta, detenida epidemia de las bocas, el grito y todos sus regalos, taxonomía histérica del aire. Aquí hubo silencio a veces, la posibilidad de no creer, de ser intocable niña preferida, evitar el contagio, el vómito, el pus, evitar la torpeza de ser sincera en el poema”.
Desde la fascinación y lo insólito, el espacio se torna siniestro y bello. El alma es contenedora del mundo y trasciende cualquier creencia, cualquier finitud terrenal. Desde esta perspectiva, Martínez Castillo nos empuja en su poética a un universo que no conoce las fronteras de la materia, donde lo natural se encarna en imágenes surrealistas y herméticas que nos mueven hacia la reflexión del origen, del fin.
“Cuando muera, dile a mi hija que tuve una vez cabeza de insecto, que fui toda alas, que tuve en las manos la posibilidad del trino, que me deshice como la luz del mediodía, pero que lo intenté, intenté la trascendencia cada hora. Dile que quise ser racimo y fruta, vivir única y libre, insecto añejo en la madera, que quise ser carcoma, respirar agujeros, hacer de la verdad algo ficticio, de la ficción semilla”.
De lo terrible es una trayectoria inversa que nace de la gran música y desciende, con la voluntad de Átropos, hacia el refugio mortal. La suavidad de las palabras frente al impacto visual que recrea Ana Martínez Castillo hace que sus poemas nos abracen en “un remanso tibio donde morir soñando pájaros y escaleras” y nos muestren que la escritura, a veces, nos hace “ver de cerca la claridad de las tinajas”. Cumplamos la voluntad. Leamos.
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