“Moriré un día de estos, / amigos, amigas, familiares, madre, / amor mío, os lo anuncio. / A vosotros todos, tan extraños, / seres queridos, a los que nunca comprendí. / Moriré cualquier día inapropiado, y será por decisión unánime / de todos los demonios que me colonizan. / Sí, será por decisión propia. / Moriré limpio y recién mudado / para cumplir con el decoro / de exhibir un cadáver impoluto y presentable”.
Carlos Javier Cebrián (Salies de Bearn, Pau, Francia 1965). Anteriormente desconocido como Carlos Cebrián y muerto como tal el 27 de noviembre de 2008, a las 9 de la noche (La Llotja, Sala Cultural, Ajuntament d’Elx), para pasar a ser Javier Cebrián, con el audiovisual titulado CARLOS CEBRIÁN-UN POETA INTRASCENDENTE. Dirige desde 2011, Ediciones Frutos del Tiempo Asociación Cultural de Elche, y coordina, desde 2016, el ciclo de literatura La Dignidad de la palabra, organizado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Elche. Ha publicado los siguientes poemarios: Poemas de lluvia y alquitrán (1987); Heroína (1991); Humo que se va (1999); Celebración del Milagro (2005); Estragos (2012); Bagatelas (2016); Vida de poeta (2018); y la obra que nos ocupa, Maneras distintas de amar (o des-amar) (2020).
A veces uno busca la manera de ocultarse, de sentirse a salvo de su procedencia, de la identidad poética que no se elige y que un día descubres adherida a la piel. Tanto es así que, tras el propio nombre puede esconderse la raíz del sentimiento, de la motivación, del “yo” que acecha en cada verso. Carlos Javier Cebrián se ha estado reinventando desde sus inicios como poeta. La situación personal, las vivencias y su poesía, lo han llevado a tomar su nombre como un sello personal con el que marcar distintas etapas de su escritura.
Maneras de amar (o des-amar) es un poemario intimista donde la filosofía se entrelaza con lo cotidiano para mostrar a un Cebrián maduro y crítico. La explicación de sí mismo, del propio interior, junto a la necesidad de entenderse y entender el mundo que le rodea, nos acerca a cada poema con la solidez de un hombre que no tiene miedo a decir la verdad y se muestra desnudo ante el lector.
“No busques en mí / a aquel niño inquieto /y descuidado que fui / o al adolescente que intentaba ser feliz / o al adulto doméstico que sufría por amor. / Nada de ellos queda en mí / sino residuos. Cómo magulla la propia vida, / cómo hiere, cómo erosiona. / Nada queda de mí, / apenas un tipo sombrío / que llora con solo rozarle un recuerdo nimio / o el impacto inmediato de la emoción”.
Carlos Javier es un superviviente que se abre en canal sobre estos poemas de sangre y sepultura. La angustia, el dolor, la amargura y el descreimiento acompañan al autor en un influjo de amores y des-amores que hacen que la felicidad y el enamoramiento sean tan fugaces como la propia vida.
“¿Piensas que el amor / es una cura, un refugio, / el consuelo, el designio / del deseo acaso? / Si es así no me escuches / y ama desprovisto de defensa. / Si no, cálate las espuelas / y abrillanta tu armadura. / Desafía. / Ama sin piedad, como si te fuera la vida / en el envite, / como si te fuera la muerte / en ello”.
Este libro nos muestra que el paso del tiempo intensifica las experiencias y nos introduce en un túnel amoroso donde entender que “llorar a veces es una bendición”. El amor, el deseo, la pasión, la escritura se aúnan para remarcar la fragilidad del ser humano y esa necesidad innegable de ser en el otro.
“Ya posees en tu memoria viejas canciones / y nuevas lágrimas. / Te has sorprendido llorando mientras escuchabas esa canción. / Te empieza ya a pesar sobre los hombros, / sobre tus lágrimas, / el paso del tiempo. / Te creías o más bien te suponías / inmune al devenir rastrero / y furioso del tiempo. Así tan crédulo y estúpido / ofrecías tu pecho descubierto al filo cruel del sable / que blande la figura retórica / de cada día que se va”.
Sexo y alma se entrelazan en este recorrido lírico donde, por encima de todo, está la sensibilidad de un hombre que siente el desgarro y la fogosidad desmedida, y que enmudece ante su propio fuego. De esta manera, el deseo tiene muchas caras, como la realidad, como la mirada del poeta que sabe de lo oscuro cuando mira la luz.
“Sí, hemos follado / con esa mágica pasión de antaño / pero sin palabras (las palabras mágicas / y usuales del amor); / prácticamente mudos, sordos / al deseo cumplimentado. / Sí, hemos vuelto a follar / porque lo de hacer el amor /lo hemos obviado”.
Lejos de ser un torrente de sentimientos, la creación literaria de Carlos Javier Cebrián es una meticulosa tarea donde cada detalle importa. La pulcritud y la reflexión son piedras donde apoya la construcción de su discurso y utiliza una aparente espontaneidad para tocar al que lee y llevarlo, de la mano del sarcasmo y la acidez, a su propio territorio.
“Creeré en la ciencia de / las constelaciones familiares, /en el poderoso influjo de la luna, / en la influencia de los 5 elementos / si con ello / te tengo 5 segundos apenas: / mi tacto sobre tus tetas desnudas, / mi tacto febril en tu sexo / y otra eyaculación precoz. / Si, después de todo, / amar es tan sencillo, / te amaré para los restos / porque de amor (precoz) / están llenos mi polla y mi pecho”.
Tal y como afirma, se le ha considerado un “francotirador” de la poesía, por la dureza y la visceralidad con la que escribe. Pero, a pesar de la desgarradora superficie, su escritura se hace cada vez más introspectiva; experimenta para llegar a un análisis de su vida y su entorno, con un gran esmero en las formas, sin renunciar a la severidad de la teoría de la derrota.
“Así es. / Tanto nos desgasta la vida que así es. / ¿Tanto nos desgasta la vida? / Esa mujer que en todo me duele / no responde. / Su respuesta sería una luz, una dirección cierta a seguir. / Y esa dirección sería de ida y vuelta / a esa propia mujer y a mi dolor. / Al dolor. / Tanto duele esa mujer que no existe. / Esa mujer no existe. / No es un poema esa mujer / y ya no es todos los poemas”.
El interés por lo nimio ofrece a su poética un paisaje interior lleno de matices que, lejos de su definición como “poeta intrascendente”, confiere a cada detalle el poder transformador de esos pequeños milagros que llenan nuestro día a día. El autor se descubre en la levedad de la vida, en la síntesis y en la fragmentación para mostrar que “en las pequeñas cosas reside la importancia del ser”.
“La búsqueda infructuosa de la felicidad, / mi existencia, no mi vida, / nuestra vida casi juntos, / los partidos del Madrid, / las buenas películas, / los buenos libros, / la música, / mis sobrinos, / el chocolate con leche, / las cerezas, el tiempo de las cerezas, / y conseguir de vez en cuando / que te rindas en mis brazos, / (el sexo tierno unas veces, otras / el sexo salvaje) / pocas cosas más”.
Su filosofía de lo mínimo, de la desnudez del alma y del ser, toman forma de lenguaje cotidiano que se salpica de ironía para bañarnos de eclecticismo y cruda realidad. Así, con este rasgo característico llegamos a una manera de ser y de estar.
“¡Oh! amigo mío / ama cada día, cada noche, / con ese amor verdadero / desprovisto de acento, sin apego, / ama, / sin saliva, sin fluidos seminales, / sin lágrimas, sin humano y sucio desgaste, / por el simple hecho de amar. / No sufras amigo mío, / deja de sufrir, no llores nunca más. / Sé ingenuo y pueril. / Vive, solo vive, sobrevive, / por el simple hecho de vivir”.
El recorrido vital, en continuo cambio, hace que Carlos Javier Cebrián nos muestre esas muertes (o vidas) sucesivas de las que se compone la existencia humana y que tanto marcan su forma de escribir.
“Renacido de mis cenizas, como Ave Fénix, / pero este vuelo no consiguió alzarse / más allá del límite que antes jamás cruzó. / Otra vez la frontera del desastre. / La aduana donde esquilman mis pertenencias. / El registro de un cadáver carbonizado. / Las cenizas esparcidas en las cunetas / de los caminos. / La vida muerta de otra vida que fue, / y ya no es. / No es”.
Maneras de amar (o des-amar) es un poemario que nos asalta con un regusto de soledad impuesta, de frustración elaborada frente a las incertezas de uno mismo. Juega con el placer que fue, que se metió en el cuerpo y que renuncia a marcharse. El recuerdo es incomodidad irremediable que convierte el tacto en sílabas llenas de encuentro carnal, de olvido imposible.
“Pero, sin duda, también sabemos / que el tiempo no lo cura todo / y que la distancia nada mitiga / sin saqueos, sin despojos, sin desechos. / Y puestos a saquear / yo prefiero apropiarme / de lo que un día fue mío. / Esquilmar este implacable recuerdo / que hinca las uñas / con la pertinencia del absoluto, / con la pertinacia del asesino”.
Nuestro poeta está lleno de misterios. Su luz hace estragos para rasgarse entre sus versos, sin tapujos, con la indecencia y el exhibicionismo que muchos no se atreven a mostrar. Un poeta que construye sobre las ruinas e incendia con la palabra. Un náufrago que, a pesar de todo, sabe que el resplandor de los cuerpos se ve en la oscuridad, que las manos se mueven hasta el centro de la carne para que la piel estalle de alegría. Y es que, cuando Allen Ginsberg dice que “the weight of the world is love”, Carlos Javier Cebrián replica: “que les den / a la poesía, a la elegancia en el decir, / a la contención poética, / al pensamiento / y al amor que debo a los seres humanos. / Que nos den, / así si digo: / te necesito. / Que me traicionen las palabras / si repito: / te necesito, te necesito, te necesito. / Te necesito ahora”.
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