Fernando Sánchez García nació en el Barrio del Rabal de Villena en los años 50. Desde joven sintió la necesidad de expresar sus sensaciones y sus sentimientos a través del dibujo, la escritura, la pintura, la cerámica y la escultura. A lo largo de su vida ha ido deshojando y experimentando estas formas de expresión hasta quedarse con la escritura, con la poesía. Ha escrito artículos de arte y textos para catálogos de exposiciones de escultores y pintores como Pedro Marco, Pablo Rodríguez Guy, Rafael Hernández y, en Portugal, Joao Guerra Prates. De la mano de este último publica, en 2008, Biblioteca interior. Sus poemarios publicados son: Tributo de vida (2011), Del negro al verde nacido (2016) y Amistad, Amor y pétalos de Sexo (2022).
Decía Fernando Sánchez en el epílogo de su segundo poemario: “POESÍA y ARTE, ARTE y POESÍA, dos pilares donde reposa mi libertad, dándome a veces seguridad y sosiego para seguir avanzando en la vida. Dos grandes fuentes inagotables de sensaciones, de compartida soledad y a veces de dolor.” Es posible que esta sea la clave para acercarnos a él, a su inquietud y a su desazón existencial, a esa humildad que caracterizan sus textos y que nos hace tener conciencia de las emociones infinitas con las que el ser humano se siente vivo.
En Amistad, Amor y pétalos de Sexo, el autor nos acerca a las diferentes formas de amar y a todo el desconcierto y el misterio que provoca el amor, en todas sus formas. El alma y el espíritu se unen y las palabras se quedan cortas para describir la conmoción que causa, la incertidumbre y la búsqueda de la pureza que desprende. Desde la amistad y los sueños, desde el propio anhelo, el concepto se va perfilando a través de los poemas en un recorrido que se intensifica a lo largo del libro. El amor es objeto y sujeto, interlocutor que dialoga con el poeta y lo empuja hacia la acción, hacia la vivencia.
“Poco llegué a conocer el amor, / apenas nos presentaron, ¿verdad? / Fue volátil, evanescente, frágil aliento. // Sin compañía, en recogida soledad / avanzó por carriles del alma y eterno sufrir; / con ardores quería pernoctar en mi espíritu. // Siempre me murmuraba: / ‘¿Por qué albergas miedos?’. / Siempre decía con sus preguntas: / ‘No seas cobarde, / adéntrate en mis púrpuras, / con tu pasional intimidad, recógeme”.
La naturaleza, siempre presente en la poética de Fernando Sánchez, lo inunda y lo convierte en parte de ella, mimetizándose con los elementos y convirtiendo al hombre en parte de la Tierra. Con esta fuerza, las certezas que el amor quiere transmitir son insuficientes y se quedan en deseo, en idealización que no alcanza la acción. Entra en juego la espiritualidad y la luz:
“Confieso ser mendigo en descifrar silencios, / pálido transeúnte con manos de insomnios llenas, / pordiosero por rancias calles en febril abandono / y aunque no me acostumbro a pedir cariño junto a limosnas / continuaré huérfano con semillas de esperanzadora luz. / En brazos de felicidad etérea y sensible amor hay que resistir”.
El erotismo y la belleza le sirven como herramienta para ser consciente de la fragilidad del ser humano y la fugacidad de la vida. El tiempo que se va nos hace reflexionar sobre la importancia del instante y, desde ese punto, la soledad se une al gozo, a la alegría de la existencia. El poeta hace un canto dual, tristeza y amor se unen a situaciones de desasosiego y encanto que se alternan.
“Sé la transparencia de tus labios, / son de nácar sumergido en deseo, fértil, / tus caderas relucen luz hechizada, / vibran en muslos con exquisito placer. / Amante llama justifica el vivir apasionado, / arderán brillos en silencioso anochecer. // En tu pelo descansarán mis manos, / así lo pienso, / y tranquilo te preguntaré: / ¿cuántas manzanas por morderte me quedan?”.
El ser amado se desvanece, se evapora como una musa que viene a dejar sus versos, a inspirar al autor. Las circunstancias y las situaciones se reparten entre la realidad y el ensueño, entre la memoria y la fantasía que recorren los cuerpos y abrasan el corazón. La gratitud cierra un circulo para dejar constancia de los recuerdos, de todo lo que nos hace crecer y ser nosotros mismos.
“Aquellas tiernas y agradables semillas del ímpetu / que con ardor en mí plantaste rebosaban nobleza. // Fueron regadas con besos, saliva, hechizos, lágrimas; / deslumbrado ya podía escribir en los abismos del amor, / acariciándolo sentir sus ritmos y llamas; / el calor de la vida volvió a relucir. // Quisiera expresar mejor mis sentimientos / pero soy un remolino de ignorancias”.
En Amistad, Amor y pétalos de Sexo, Fernando Sánchez García construye espacios íntimos que se complementan con ilustraciones de diferentes artistas, tales como Pedro Grifol, Pepe Azorín, Pedro Marco, Pablo Rodríguez Guy o Vicente Arnás, siendo la portada de su propia autoría. Como al comienzo de este artículo, quiero acabar con otro de los párrafos de ese epílogo, “a modo de confesional”, que cierra Del negro al verde nacido, su segundo libro: “El arte, la palabra, la vida hace que a diario trate de escribir. Para mí es vital su alimento, pero no siempre me visitan las musas de la añorada inspiración. // Confieso que al escribir o pintar intento comprenderme, entender qué ocurre dentro de mí. Pocas veces lo consigo”. Sigamos presos de la incertidumbre. Leamos.
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