“No supe rodearte de violines, / ni cántaros de luz, lluvias o besos. / Acepté que el amor a estas alturas / se hubiera ya olvidado de mi nombre. / ¿Qué difícil es, verdad, que dos sombras / se anuden como un lazo a las estrellas? / No sé, tal vez dentro de mí advertiste, / un vuelo extraño, sucumbir sin alas, / rotas de fe, bajo el azul desierto”.

Heriberto Morales Vindel (Madrid, 1976) trabaja como funerario desde hace 12 años. En torno al año 2000 comenzó a leer y estudiar la poesía de los clásicos y a asistir a talleres literarios. Ha colaborado en cortometrajes y obras teatrales como actor, ayudante y director. Durante los últimos veinte años ha realizado y participado en diversos recitales poéticos donde la música en vivo, el uso de las nuevas tecnologías audiovisuales y el cuidado trabajo escénico acompañan la lectura de los versos. Ha creado el cuadro flamenco poético-musical Generación Perdida y el grupo de RAP Samurai Poesía Urbana, llegando a ser grupo telonero de Mucho muchacho & Cookin´ soul en Benidorm. Realizó el trabajo de restauración de la sepultura del poeta oriolano Miguel Hernández en el año del centenario de su nacimiento.

Vive en Finestrat (Alicante), donde coedita Escritores Independientes Marina Baixa junto a la psicóloga y poeta María Meilán Castro, y realiza la gestión cultural del ciclo de poesía de la misma. En el año 2015 publicó su primer libro de poemas titulado Bajo la piel del mundo (Amargord) y en 2021, Viento y latido (Ars Poética).

Adentrarnos en la poesía de Heriberto Morales es entender que el arte no tiene fronteras. La música y la teatralidad que ofrecen sus versos nos abren un camino sin retorno, en el que bucear hacia las profundidades y reconocer en las incertidumbres la propia razón de ser de la poesía. Cada libro configura un universo independiente, un escenario sustentado por un hilo argumental que va más allá de la palabra escrita para convertirse en una vivencia multidisciplinar.

Su primer libro publicado, Bajo la piel del mundo, nos muestra que todo es relativo. El lenguaje se escapa de las manos del poeta, parece que se esfuma entre sueños y dudas. Su viaje comienza en la plataforma continental y desciende hacia las fosas marinas en un trayecto cada vez más intenso y comprometido; en una travesía de conocimiento y reafirmación que pone de relieve el aspecto salvífico de la escritura.

“Para el orden no hay sitio en el mundo. / Cada dios propone sus reglas / cuando el deseo llama, tienta la codicia / y el hambre condiciona… // Por eso, al tiempo damos tiempo. / Nuestra esencia: un escudo hecho pedazos; / sueños que avanzan / cargados de incertidumbre / en trance ineludible / vemos los colmillos de la derrota”.

Desde el realismo descarnado que se destila en un ambiente nocturno, urbano e inhóspito, el dolor, el engaño, la soledad e incluso la muerte se funden con el amor. Es, desde esta controversia, desde donde se ponen en tela de juicio las normas, las reglas que nos atan, las injusticias sociales… Un entramado de valores y espacios de gran contenido social.

“Viene de lejos, / no existe mapa exacto que la cerque / ni lugar que la ampare, porque pasa. / Vino despacio, cargada de profanidad… / Bajo una sombra se detuvo a veces / en la autovía a ver parar a nadie. / ¡Venid a oler el falo de Cupido! // El último peldaño por decreto, / el haz de la esperanza resignada, / la agudeza silábica del horror / oíd / cómo la luz se desvanece, oculta / en el camión de la basura”.

Los poemas, enraizados al suelo, emprenden un vuelo incandescente sobre una ciudad llena de fuego y crudeza. Una cotidianidad en la que extinguirse mientras el “yo” alcanza distintas formas y direcciones y crea una galaxia donde conviven lo real y todos sus contornos. Es en este punto donde nos encontramos con el concepto lírico de “poesía cuántica”: física y universo dibujan distintos planos y dimensiones desde los que conocerse a uno mismo y transformarse.

“Qué monos que somos, / qué demonios. / ¿Partículas de célula, el tiempo de la luz / que no está escrito o un ánfora de barro entumecida / repleta de neutrinos delirantes, varada en la expansión / del universo? ¿O solo enérgicas capturas / atrapadas en este vasto imán llamado auxilio? / Qué lío, Dios, / no hay quien te entienda”.

La sonoridad y la fuerza escénica, siempre en la poética de Heriberto, hacen que su último poemario, Viento y latido, se presente con una estética fundamentalmente teatral. El instante y la eternidad se enfrentan desde un abanico de métricas clásicas, como las octavas reales o las décimas (entre otras), y avanzan para retratar el amor perdido y el poder de superación. El tono gamberro y tragicómico se respira desde el primer verso.

“No debió suceder, lo sé. Pero me fui tras la porción letal / de hilos y espuma que en la boca / yace, tu sexo / de salón. // Con exceso de sentido deambulo / y contestan los teléfonos – ¿Lucía? – / Sin tu nombre / caducan en otoño los yogures y el amanecer trae al espejo / los ojos vecinos, la mano de un miembro, espesas aves”.

El concepto lúdico permite al poeta introducir al lector en otros mensajes subterráneos, ya presentes en su anterior libro, tales como el tiempo, la transformación o el complejo destino.  La herida siempre cicatriza y evoluciona hacia otros horizontes más cálidos y, a pesar de la imposibilidad del olvido, las leyes del caos reorganizan el pulso vital.

“¿Ya comprendes de qué se ríe un loco? / De este mundo de presente difícil / inseguro vuelo de ave, se ríe / de la curva invisible del destino”.

Dice Carlos Segarra en el prólogo de Viento y latido que “Heri es un actor que interpreta y vive su propio repertorio. Un poeta que se atreve a llevar sus versos a un escenario fuera de los recitales al uso. Un rapero y un Samurái que no teme a nada, porque nada tiene que perder”. Su voz resuena en el espacio, atrapa a las almas libres y las hace volar por un cielo plagado de música y caricias sonoras. Entremos en una nueva dimensión. Leamos.