“Cada día que pasa va apoderándose de mí / la indiferencia hacia todo cuanto existe. / Lejanamente percibo, tan solo, el plácido / suspiro de la muerte, la débil huella / de quien acaba / derramando sangre de la vida que aún queda. // ¿Adónde ir? / ¿A qué conduce este camino de minadas tierras? / ¿Qué fue de esta materia que también nos compone / y al mismo tiempo nos devora?”.
José Antonio Buil Aína (Zaragoza, 1955), médico de profesión, es doctor en Medicina por la Universidad Miguel Hernández desde 1997 y ha desarrollado la mayor parte de su quehacer profesional en el ámbito de la salud pública. Sus poemarios publicados son: Pudor en Piscis (1992, primer premio IX Certamen Nacional de Poesía Ciudad de Callosa), Tiempo de excava (1994, segundo premio del III Certamen Internacional de Poesía Gerardo Diego), Poemas desde la frontera (1999, Premio Nacional de poesía José Luis Hidalgo de Torrelavega, Cantabria, en 1998), Nada en común (Premio Nacional de Poesía Rodrigo de Cota en 2000, en la XXVI edición de los Premios Ciudad de Toledo; publicado en 2014), Ad infinitum (accésit al VIII Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina Ciudad de Cieza en 2003; publicado en 2005), Extravío, poemas y divagaciones (2008), Poesía científica (2018, en coautoría con Emili Rodríguez-Bernabeu, en edición bilingüe) y Primeras manchas (2021).
Cuando nos acercamos a la poética de José Antonio Buil entramos en un espacio de incertidumbre continua, en un habitáculo donde el pensamiento transforma la materia y la desliza por la fina grieta del entendimiento. Sus libros acuden al misterio de la existencia y buscan en todos los rincones interiores para entablar un diálogo directo con los sentidos y la sensualidad de los cuerpos. De esta manera, sus poemas, sus divagaciones, son parte de su manera de ver el mundo, de acercarse a él y arder con la llama de la realidad.
“Las últimas gaviotas, la bahía, / en medio de este mar de incertidumbre /me acercan hacia el centro / de los círculos que escriben. / Pero avanza la niebla ante mi frente / desclavando la memoria de recuerdos antiguos. // Quedan puñados de polvo enterrado / bajo los secos troncos cortezudos, / no verán la luz, ni la olvidada transparencia / de lluvia para siempre. // Quizá aún no es tiempo de existencia, / todavía no, / pero el sueño de este polvo permanece / agrandando la Edad de la excava”.
En Primeras manchas, el poeta fluye hacia sus orígenes y recopila bajo el mismo título sus dos primeros poemarios: Pudor en Piscis y Tiempo de excava. En este viaje retrospectivo, Buil recupera las semillas que, más tarde, han crecido y han sido el germen de un yo poético que se aleja de las circunstancias vitales y que bucea en el sentido de la vida, en el porqué y el cómo de la existencia. El poder del erotismo y del fervor juvenil calan los versos y nos hacen partícipes de la inmediatez y de la urgencia de la vida, de los sentimientos que afloran cuando se despierta al amor y a la pasión carnal.
“Sobre tu piel, / sobre el vestido, / sobre la arena descalza / y en la orilla / adivino tu aroma de mambiche, / soplo de sándalo en el aire / que trasciende en la noche, / acaricia mi sombra y la estremece”.
La brevedad de los poemas advierte esa necesidad, casi constante en la obra de José Antonio Buil, de la precisión del lenguaje, de la desnudez de la palabra y su poder semántico. La provocación se vale de la ironía y juega para crear una sensación de caída al vacío, de inestabilidad por lo que está ocurriendo irremediablemente.
“Liba el beso / la médula del fuego / y… / ya llega / el tiritar tímido / de / la / CARNE”.
En Pudor en Piscis la irreverencia de los portales, de los ascensores, de los “lugares dulces / imprecavidos”, se rodean de un ambiente mediterráneo, de una naturaleza que nombra el mar como espejo de un amor (o desamor) que se resiste al olvido. El sexo habita el poema mientras el poeta sucumbe a la hoguera de sus encantos:
“Aquella vez ni siquiera hubo tiempo / para la complacencia, / sus ojos comenzaron a arder / y pronto quedé envuelto / en llamas azules… / intensísimas”.
La memoria se abre camino en Tiempo de excava con un halo de nostalgia. El pasado nos atrapa y responde ante la voz de lo que fue y ya no es. Desde la conciencia de la fugacidad y la finitud de la vida el autor escribe y siente la infancia. Cargas y raíces aparecen unidas a la tierra, a la extrañeza de las experiencias y del pasado.
“Entre infancia apenas y locura / cabía la virtualidad de la esperanza, / de la inocencia, / de palabras como manantial, / de solo un nombre a veces / o de un nombre de nadie / que llevar al arpa de la melancolía. / Y a veces se hizo grande y poderosa / y extendía sus alas / como un pájaro capaz de todo. // De nuevo hoy / cae la lluvia sobre los barracones…”.
El pragmatismo de José Antonio Buil, su mirada intensa y la destreza para expresar sus pensamientos quedan estrechamente relacionados al recorrer el conjunto de sus publicaciones. Su carácter observador, la subjetividad con la que retrata la realidad y el apasionamiento mordiente que emerge directamente de Eva y lo prohibido marcan su escritura y definen su voz poética. Reflexiona en su libro extravío: “cuando escribimos no hacemos sino trazar el perfil de nuestros propios límites, la cartografía de nuestra experiencia, el rastro, en fin, de nuestra huida. Por eso cuido que mis poemas sean breves. Nunca conseguirán de mí una confesión exhaustiva”. Así es desde sus Primeras manchas, desde la intimidad del que escribe sin prisa y que respira salvación y condena en sus letras. Entremos en el paraíso. Pequemos ad infinitum. Leamos.
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