“El mundo se desprende / de la noche / como el fruto maduro / de su cáscara. / Entrega su recién nacida luz / al oído y al tacto, / su carnal mansedumbre / a los sentidos. / Día tras día, hueso y pulpa, / su retraída esencia, / su amanecido aroma”.
Juan Ramón Torregrosa Torregrosa (Guardamar del Segura, 1955) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada.
Ha publicado ediciones críticas de obras de Benjamín Jarnés, Alejandro Casona, Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró y Miguel Hernández. También ha escrito obras de teatro como Sanchica y Aldonza, mozas andantes, estrenada por la compañía Yorick Teatre en febrero de 2017. Es autor de varias antologías poéticas para niños y jóvenes como Arroyo claro, fuente serena, La rosa de los vientos, Antología de la lírica amorosa, o Las cuatro estaciones. Invitación a la poesía. Sus libros de poesía son Sol de siesta (Granada, 1996), Sombras del olvido (Alicante, 2003), La soledad siguiendo (Sevilla, 2008), Cancela insomne (Alicante, 2013), Concierto de contrarios (Granada, 2017), finalista de los Premios de la Crítica Literaria de la Comunidad Valenciana y Consonante Materia (Cartagena, 2019).
Lejos del mundo de las ideas y las abstracciones, en Consonante Materia Juan Ramón Torregrosa llega a lo concreto, a todo lo que percibe a través de los sentidos, a la profundidad de la emoción que siente ante la sencillez que emana de la naturaleza. Su asombro por todo lo que le rodea es el asombro de cualquier ser humano que está presente. Huye del “yo” para situarse en un nosotros referencial que indaga en el propio milagro de la vida, en la personalidad del que observa y se siente agradecido.
“¿Para qué nuestro anhelo / de ascender a la luna / si ya su luz / desciende hasta nosotros, / ilumina la noche?”.
Así, nace en su poesía la responsabilidad del que sabe de la belleza y no quiere romper el flujo de su propia sorpresa. Siente y participa de lo real, desde esa devoción individual que no se explica pero que debe ser compartida.
“De flor en flor / la abeja escancia el polen / del romero / del tomillo, / del naranjo. / Calla y contempla, / no quiebres su labor. / Miel sobre hojuelas”.
La sensibilidad que se desprende en sus versos, en ocasiones con cierto aroma orientalista, nos descubre un paisaje absolutamente mediterráneo lleno de mar, dunas, viento, pájaros y la certeza de que todos los espacios abiertos son material privilegiado para el sentir poético.
“Ciegan los ojos / infinita blancura. / Y sabe a sal / cuando se ve y escucha: / islas y montes que levitan, / el viento que cruje y ulula”.
Juan Ramón Torregrosa se pasea por cada estación del año y construye con delicadeza un símil vital que va desde la propia alegría y nacimiento de la primavera hasta la madurez concluyente del invierno. La vida y la muerte crean un círculo que, dentro del eterno baile de contrarios, da forma a esa existencia de la que somos conscientes a través de la contemplación. Incluso la memoria se torna presente.
“Los muertos siguen vivos / donde un día sus pasos contemplamos. / Silenciosa, su voz / suena en nuestros oídos, / sus dedos en las cosas que tocaron. / Nunca se van del todo. / No es preciso pensar en lo que fueron / para que su presencia / sea más que un aroma, / que un susurro callado su lamento”.
Dentro de su obra poética podríamos hablar de dos etapas bien diferenciadas. La primera, que llega a su fin con la publicación de Cancela insomne, y tiene como elementos fundamentales el existencialismo, la palabra en el tiempo, el paisaje, el mundo de la infancia y la protesta. La segunda, comenzada con Concierto de contrarios, donde la propia madurez desvía el interés del autor hacia la serenidad, la reflexión y el goce de la luz. De este modo, a pesar de que el tiempo y su fugacidad aparecen en algunos de los poemas, los versos de Consonante Materia reivindican el aquí y el ahora. El silencio se respira en cada página y contribuye a la transformación.
“Tan lento / el caracol. / Su andar / tan leve. / Y siempre llega”.
La búsqueda de la palabra exacta y la obsesión por la corrección que marcan desde el inicio a Juan Ramón Torregrosa ayudan, en estos poemas, a atrapar el instante. De esta manera, a través de la precisión del lenguaje y la brevedad, el lector queda invitado a liberarse de sí mismo y conocer algo infinitamente maravilloso: el mundo, la existencia, la vida tal cual es.
“No hace falta que llueva / para que el arco iris / adorne un jardín. / Aspergea hacia el cielo. / El sol y el agua, / en su caída, / juguetearán contigo / a los siete colores”.
El impacto de la realidad provoca una vibración que se transmite de forma inmediata. De ahí el encanto del poeta que prepara su corazón para entrar en el seno del mundo y, con la inocencia del que solo mira, captar este proyecto que se significa en el estar, como meta final y no como principio. Torregrosa no es un simple receptor de estéticas perfectas, sino que late con la fuerza del momento mediante la palabra.
“El laurel, el granado, la palmera, / juntos en tu jardín / crecen lentos, seguros, / mudos crecen y te hablan, / te acompañan. / Los tres por igual riegas, podas, / y dan vida a tus días, / y dan sosiego. / Los tres creciendo / mientras tú decreces”.
Consonante materia es la prueba de que, con la evolución de la sensibilidad, el poeta se implica en todo lo que le rodea. Presencia, asombro y sustancia trascienden en cada verso y nos invitan a percibir el aquí y el ahora, a detenernos ante lo minúsculo y a sentir la emoción de la naturaleza que siempre es retorno, volatilidad y luz que todos llevamos dentro. Como diría Juan Ramón Torregrosa, “la materia no tiene voz / pero en silencio nos responde / si atentos escuchamos su latido. / La materia que somos, / la que antes fue, / la que un día seremos”. Descubrámoslo.
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