“Sí, poemas que habláis / como un grito podrido de ciudad / un pasamanos aterido de miel / una leve / y ampulosa / fragilidad de clases oprimidas. / La poesía se ha vuelto solemne, / pecado corpóreo, / herida de sí misma, / utensilio amargo / que cada madrugada / disculpa o redime estos versos roncos”.
Manuel Valero Gómez (Alicante, 1986) es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada y licenciado en Ciencias de la Información. Su labor de investigación se centra principalmente en la literatura contemporánea. Ha colaborado en revistas especializadas como Monteagudo, Miríada Hispánica, Revista de crítica literaria marxista o La Rella. Entre sus ensayos publicados destacan Juan Gil-Albert, la posesión del ser sin exigencias (2013), finalista de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana, y Juan Gil-Albert y la poesía española del siglo XX (2017), XVI Premio Gerardo Diego de Investigación Literaria, que supone la culminación de casi una década de estudio. Una de sus líneas de trabajo es la poesía alicantina, y así lo demuestran las obras El tiempo de los héroes. Cuatro poetas alicantinos (2013) y Nueva poesía alicantina 2000-2015(2016).
Además de estar su obra incluida en diversas revistas y antologías, en poesía ha publicado los poemarios: Seis sonetos para Samia (2008), Café Montparnasse (2012), Noche entreabierta (2015; III Premio de Poesía Joven La Manzana Poética) e Hijos del cometa Halley (2017; XV Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos). También, las plaquettes Silvas encontradas (2012) y Dios, la noche y los jazmines (2013).
Abrirse frente al poema y recorrer cada uno de los misterios que esconde el lenguaje no es tarea fácil. Es, en ocasiones, un acto en el que reconocer todas las máscaras que nos subyugan, es construirse frente a aquello que es indefinido, o indefinible. Presente, pasado y futuro se abrazan para crear una historia de verdades y mentiras que traducen al “yo” que apenas conocemos, que fluye con la escritura, para la escritura.
“si no creyera, / por un instante siquiera, / en tus manos abiertas por la soledad / en las cuatro paredes / de tu holgada existencia / en los cientos de ayunos / y trabajos forzados / en el pan la muerte los tranvías / y los descamisados / si no creyera / que una batalla a estos versos nos sujeta / que sigo en pie en lo alto de mi sueño / y que hoy, / más que nunca, / mi oficio es ser poema / y no poeta”.
Manuel Valero es “hijo del cometa Halley”, un poeta que nos asoma a la dualidad que emana entre la poesía y la vida, entre lo místico y lo cotidiano. Por encima del pulido trabajo estético, existe una búsqueda y una preocupación por lo social; una toma de conciencia sobre lo colectivo, sobre las ideologías y sobre aquello que le afecta generacionalmente. Una reflexión sobre la memoria y la imposibilidad del olvido.
“Hoy, / año catorce del milenio nuevo, / julio para más señas, / han bajado los índices bursátiles, / los dividendos y sus plusvalías, / han rugido los pulmones de un niño, / sus cuerpos desmembrados / y sus manos cortadas, / ha cerrado la banca / como de costumbre, al caer la noche. / Y he visto tu rostro nuevamente, / sí, después de tantos años / he visto tu rostro nuevamente / diez años veinte años un siglo, / una guerra, / dos guerras, / una vida / ¡qué carajo sé, diablos!”.
Sus versos destilan profundidad y sus sombras dan fe de los acontecimientos que definen al ser humano y lo hacen descubrirse en la liberalidad del día a día. Un intercambio con el papel en blanco que se traduce en el empeño de vagar por la herida, por la cicatriz que dejan todas las voces que uno lee y escucha. Así, la poesía desciende a los abismos del silencio, de la nocturnidad, para ver la luz donde más duele. El tiempo, la rutina mutante, aguarda el hechizo de los versos. Desencanto y soledad nos sitúan en una realidad de sueños rotos, de incertidumbre y capitalismo feroz.
“Éramos los hijos del cometa Halley, / aquellos nacidos en mitad de los ochenta / con el habla cansada / y la infancia recién desleída. / Nada más bello ardía / que un contenedor / o una oficina de banqueros / los taxímetros las mecanógrafas / y el llanto de dios sobre nuestros hombros. // Aprendimos la vida, / ¡a fuerza de traición!”.
La muerte está presente en cada movimiento, en cada giro inesperado de la vida. Es su certeza la que hace que el poeta indague y reflexione sobre lo transitorio, sobre la no permanencia. El amor y la belleza parecen tener un efecto ilusorio. Los sentimientos se evaporan entre la superficialidad que nos rodea.
“Qué salvaje fragancia / de salones burgueses / de mascaradas y tristes imposturas, / qué inútil superchería / de ganarle tiempo al tiempo. / Impasible avanza / ante nosotros la muerte / y los espejos ríen / mientras en silencio / los bosques arden”.
Manuel Valero Gómez recoge en Hijos del cometa Halley (Editorial Difácil) todos los temas fundamentales de su trayectoria, que ya aparecían en sus anteriores poemarios y que toman aquí forma de cántico generacional. La poesía se convierte en elemento potenciador, en herramienta que alumbra los pensamientos y va más allá de las palabras. Su desasosiego, su inconformismo, navega por los versos y construye una metáfora paisajística que, en ocasiones, revela una sutil ironía sobre el poder y el liberalismo. Dice el poema que cierra este libro: “Palabra es morada / y espejo callado / verdad / penumbra / y mano / donde ayer todavía es mañana / donde la página trescientas / de un libro fatigado / nos recuerda: / Y tú me preguntas, ¿ qué es materialismo? / Materialismo eres tú”. Sigamos la estela. Leamos.
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