“Puedo ser lo que tú quieres que sea, pero para qué vamos a engañarnos, prefiero ser lo que a mí me dé la gana. Porque me he pasado mucho tiempo con ese estúpido afán de complacer todas tus necesidades, dejando huérfanas a las mías, para entender con los años que no tenías ninguna más allá de distraer mis emociones para que egoístamente te sintieras mejor”.
María Nieto es asturiana. Niña de artes marciales, cambió el tatami por las tablas en la Escuela Superior de Arte Dramático de Asturias (ESAD), donde se licenció en Interpretación Textual. Junto a Carlota Somiedo creó la compañía 4000 bengalas amarillas. Ha escrito las obras de teatro Ocho horas, El amor de mi muerte, El holocausto de las flores y Nora, sin Helmer. Su primer libro es Siemprevivas (Editorial ya lo dijo Casimiro Parker, colección Libros en Escena; 2019).
Acercarse a la poesía desde la concepción teatral es algo que siempre me ha fascinado. Dos géneros que María Nieto siente en las entrañas y fusiona de manera natural, con un propósito que ni siquiera es intencionado, sino fibra propia, necesidad y reivindicación. El lenguaje, la mirada incandescente de la poeta que transita el mundo con cierta obsesión lorquiana y que transmite el drama con la dulzura de unos ojos que ven más allá del humo, más allá de la ciudad y todas sus rutinas.
“No conocía de nada a mi vecina. / Solo compartíamos una pared y un no saber qué pasa al otro lado de ella. / Hemos inventado paredes para nuestra comodidad y se han convertido en muros que no nos permiten echarnos una mano. Otro aplauso para el individualismo”.
Este libro habla de todas las mujeres, de las que siguen (seguimos) a pesar de todo y demuestran coraje ante la injusticia del olvido, del dolor que no se elige, de la dureza de la vida y el golpe de la muerte. A través de los símbolos, la autora nos lleva a la reflexión profunda, a la importancia de todo lo que parece insignificante pero demuestra que cohabitamos con las injusticias cada día.
“Tresdelamañana. / Estoy en el ascensor, sé que hay alguien esperando abajo. / Está en el portal, sabe que hay alguien bajando en el ascensor. / La sonrisa de dos bocas de alivio al descubrir al otro lado de la puerta a una mujer. / No habléis de exageración si no conocéis el miedo”.
A través del lenguaje, respiramos el óxido de carbono de la urbe, el fuego del asfalto y la deshumanización de la gran ciudad. La fragilidad del ser humano se desprende de cada verso con un tono cercano, casi coloquial, para dar forma a unos personajes que se pueden tocar por el realismo que destilan.
“La felicidad no es un ramo de flores, Marcos. / La felicidad no es una hipoteca. / La felicidad no es esa especie de estabilidad superficial que tú haces como que me vendes y yo hago como que te compro. / Tú no puedes vender algo que hay que currarse cada día. / Algo que se te escapa en cualquier momento, / que se nos escapa entre los dedos…”
En El holocausto de las flores, primera parte del libro, el amor, la felicidad, los miedos y la tragedia viajan en un descenso de emociones, en un vaivén de sentimientos y contradicciones que ponen en tela de juicio a la sociedad y sus estereotipos. La mujer reivindica sus ideales, su libertad, su razón de ser y su comprensión del mundo y la intimidad. Marcos y Natalia dialogan, muestran desacuerdos y convicciones con las que identificarnos.
“Yo necesito entender las cosas para luego poder amarlas / desde el entendimiento. / No quiero amarlas por convención. // Soy alérgica al polen y a las convenciones. // No quiero amar porque todos aman. / No quiero amar porque mis padres se han amado. / No quiero amar porque mis amigos se han casado. / No quiero amar para convencerme. / Quiero amar por convicción”.
En Nora, sin Helmer. Cartas de una feminista, el escenario es un escaparate lleno de mujeres e iconos que nos hacen recapacitar sobre la violencia de género, sobre las mujeres muertas. Las violaciones, los abusos, el maltrato, las desigualdades sociales y los asesinatos llenan un espacio crítico y de denuncia conmovedor y escalofriante. Comenzando con un diálogo con Dios, el texto rompe todos los silencios:
“Han pasado veintiún siglos desde tu última jornada de trabajo. / Veintiún siglos matando mujeres / y tú con tu pulserita de todo incluido de vacaciones… ¿dónde? / Porque nos matan en todas partes. / Cómo no pudo llegarte. / Que nos matan en todas partes”.
María Nieto alza la voz por todas las mujeres muertas y vivas, por todo el sufrimiento, por los derechos negados y la realidad punzante a la que todas las mujeres se enfrentan en un sistema que no quiere entender lo que ocurre mientras crece el número de víctimas. Apoyada en el concepto de las mujeres de Lorca y sus ataduras, surcamos el mal y la incomprensión para quitarnos la venda de los ojos y mirar de frente una realidad sin tapujos, cruda y descarnada. Decía Federico García Lorca que “el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro”, y es desde este punto desde donde entendemos la creación de nuestra poeta. Sigamos Siemprevivas. Leamos.
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