“GLOSA: /Ocupado lector: / No temas / si no llegamos / a entendernos, / por ahora. / Y por estas / palabras tuyas, / nuestras, / aún menos. / Ni cotizan ni venden: / palabra.”
Antonio García Soler (El Real de Antas, Almería, 1961), profesor de Literatura y de Latín, ha venido publicando a través de diversos medios literarios desde finales de los años ochenta del pasado siglo. Incluido en libros o cuadernos colectivos, como Poesía Almeriense Actual (Almería, 1992) , Octubre (Murcia, 1997), El Laberinto de Ariadna, Diez años de poesía (Barcelona, 2008), 40+ 4 años de Tigres en el jardín (Sevilla, 2012) o en las antologías poéticas Donde no habite el olvido (Madrid, 2011) y Por un puñado de poemas (Ed. Playa de Ákaba, 2016).Colaboró especialmente en los Encuentros de Poetas Almerienses de Oria, desde 1993 a 1999, y últimamente lo ha hecho en actividades literarias de la Asociación Cultural Argaria (Antas, Almería). Ha sido miembro de la revista literaria Ágora, Papeles de Arte Gramático (Murcia) durante varios años. A partir del curso 2006-07 dirige en la Universidad Popular de Almansa (Albacete) un taller de escritura creativa, desde el que ha formado parte en la coordinación de las Jornadas literarias y del libro-disco colectivo Una canción un labio, que integra música, fotografía y poemas, publicado en 2014. Ha participado como autor en las Tertulias literarias dialógicas, organizadas por la Asesoría de Formación del Centro del Profesorado de Cuevas-Olula (Almería). El poemario Los demás días recoge una parte de lo que ha escrito en las dos últimas décadas. Fue publicado, en su primera edición, por el Instituto de Estudios Almerienses en 2013 y obtuvo ese mismo año el Premio Libro de Almería, en la modalidad de poesía, otorgado por el Gremio de Libreros de esta provincia.
Antonio García Soler es un escritor que huye del concepto de poeta. Como en esta vida no se puede vivir de escribir poemas, él prefiere que sean los demás los que decidan y así evitar el uso de etiquetas para definirse. Siempre se ha sentido fundamentalmente lector, pero lo cierto es que en él existe esa necesidad de escribir, que cuando surge ya no se puede evitar de por vida. Decía Borges que lo fundamental es enorgullecerse, no tanto de lo que escribe uno, sino de todo aquello que ha leído. Y eso es lo que marca a nuestro autor.
Cuando era niño, escuchó a un maestro suyo recitar a Federico García Lorca, a Juan Ramón Jiménez, a Antonio Machado, entre muchos otros, y sintió que esas palabras eran el germen para empezar a interesarse por la poesía. Al principio todos somos lectores, pero en la adolescencia, o incluso en la pre-adolescencia, siempre surgen oportunidades para escribir. Aunque no lo recuerda con exactitud, habla con cariño de un certamen literario donde hizo una “especie de novela”. De ahí surgió un “intento de poema”, procurando imitar a los autores que tanto le gustaban. Después, más conscientemente en la primera juventud, empezó a buscar su propia voz.
Empieza poemas que nunca acaba, escribe muchas versiones posibles hasta que da con la clave que pretende. Los trabaja durante meses, incluso años, y a partir de un concepto básico, surgen los versos que va recortando hasta la mínima expresión. En sus palabras, “todo se extingue, hasta el poema”. Como decía Juan Ramón Jiménez, ni cuando está publicado está acabado.
En “Los demás días”, los poemas son muy cortos, sintéticos, a veces son incluso una consecución de vocablos donde el lector pueda buscar un asidero lleno de significado y contenido. Una concentración de ideas a través de un vocabulario cotidiano para despertar la emoción que el propio poeta vive cuando escribe: “Soy tan hablador que cuando escribo intento tender a lo esencial. A cada lector le sugiere cosas distintas y eso es lo que persigo”.
“TANTO / a mi alrededor, / tantas cosas, / sus días, / tanto espacio. / Y al final / estos errores: / los recientes, / ya vestigio. / Su destiempo / no prescribe. / A veces acierta”.
Esta brevedad nos lleva a la exactitud de la palabra, a encontrarnos con el poema desnudo, despojado de todo lo que se supone accesorio. La verdad salta sobre los versos y juega con el mito, la memoria, la filosofía y el encuentro. Antonio hace presente cada recuerdo, cada instante vivido; utiliza el pasado como un gran tesoro para trasladarlo al aquí y al ahora y despertar la emocionalidad de quien lee.
“LA ACEQUIA DE LA HIGUERA / Mi madre lavando / con su madre / en la acequia / de la higuera. / Lleno de ropa / azulada, / volvían las dos, muy juntas, / con el lebrillo en la cabeza. / Un niño corría detrás. / Se asustaba / de los perros / y de la tarde”.
Como en una fuente, las palabras salpican para expresar una idea. García Soler se desnuda para mostrarse en su estado más puro y luchar con esa nada, que lo es todo. Distancia, ironía y profundidad que se alían en este ejercicio dicotómico entre lo cercano y lo metafísico.
“CALLE DEL AIRE / Me da su mano / envejecida, / trabajada, / pero aún firme; / me mira contento, / me reconoce / y me llama / con el nombre / de mi padre. / No se equivoca: / me acerco / y lo abrazo fuerte, / porque estamos / con los pies / en esta tierra, / tan cerca aún / de este aire.”
La conciencia del tiempo, de este mundo en tránsito y de la propia eternidad, dibuja un círculo vital donde la carne nos limita. La duda es la clave y el lenguaje la herramienta para expresar la incertidumbre que nos envuelve.
“SUELO / Esta vida, / cualquier vida: / tampoco / otra apuesta, / esta mañana. / Parece mentira, / pero alguien / habló de mirar / un poco mejor / las nuestras, ahora. / Tal vez / más despacio, / en este suelo / de todos. / Este que nos queda”.
Antonio García Soler afirma que “la poesía tiene algo de hoguera antigua”, de reencuentro con nuestra parte más primigenia, con la tradición oral de contar historias. Por eso él y sus ancestros son la misma cosa, la raíz y el virtuosismo que hace equilibrios en el presente, una luz que parpadea en su forma de ver el mundo, entre lo que es y lo que no es.
“PADRE / Padre / tus amigos vivos me hablan a mí / pero se equivocan.”
“Los demás días” es un libro lleno de silencios, de encuentros con nuestro interior, de juegos de luces y sombras, irónico y lleno de fuerza, donde el poeta nos muestra su filosofía personal y esa visión vitalista que tanto le caracteriza.
“DIGO YO / No se admiten / devoluciones / en vida: / eso tampoco estaba / en los pronombres / invisibles de las horas. “
Afines al carácter de nuestro autor, solo nos queda dar las gracias a todo lo que nos rodea. Porque las palabras curan, elevan. Desde este instante, haremos caso a su recomendación y repetiremos como un mantra el mensaje de Jorge Guillén: Vida regala vida. Decía Virgilio, en la Eneida, frente al desfallecimiento que “pueden porque parece que pueden”. La poesía es una medicina. La poesía puede. Nosotros también.
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