Emil Cioran (1911-1995) escribió su famoso Breviario de Podredumbre hace más de siete décadas y al igual que sus primeros escritos, que siguen siendo reeditados, sigue de actualidad. El filósofo apátrida, de origen rumano,  era un escéptico, como debe ser un pensador comme il faut , y su visión amarga y desencantada del mundo cobra vigencia cada vez más.
La “podredumbre” de la que habla Cioran en este libro no se refiere a la corrupción en sí (pues piensa que en el mundo han hecho más mal los “puros”  que los inescrupulosos) ni al asco que le provoca la condición humana, sino a esa certera percepción de un universo en perpetuo caos y la irredimible estupidez de sus semejantes.
Catalogado como pesimista, también como filonazi en su juventud, su obra ha sido ignorada durante mucho tiempo en Francia, donde residió desde los años 50, exiliado voluntario de su Rumanía natal.
Cioran nació en un pequeño villorrio rural de los Cárpatos, donde su progenitor era un pope ortodoxo, casado con una mujer descreída que solo tenía idolatría por Bach, algo que compartía también su hijo Emil. Allí, en medio de la montaña y el verdor de los bosques, fue un niño feliz. El lento descenso a los infiernos que fue su existencia comenzó cuando su padre lo envió a estudiar a otra ciudad y allí empezó a experimentar el paso del tiempo, que se le hacía eterno. Más tarde, la familia se radicó en Sibiu y el joven Emil encontró al menos otros intereses: la lectura de los clásicos franceses y los burdeles.
Establecido en la capital, Bucarest,  a principios de los años 30 del siglo pasado, se integró dentro de la elite intelectual de la ciudad que en aquel entonces era considerada “el pequeño París” de la Europa del Este, con una vida mercantil y cultural que no hacía presagiar su futura decadencia tras la guerra. Eran tiempos de ideologías ultranacionalistas, también en Rumanía, y Cioran se sintió atraído por ellas. Se dice que formó parte de la llamada Guardia de Hierro rumana, un grupo fascista, pero en realidad no fue así ya que el filósofo, ante ésas acusaciones,  aclararía que compartía con ellos su nacionalismo pero no su violencia. Durante su estancia en Alemania en la época de la ascensión al poder de Hitler, Cioran había declarado su admiración por Adolf Hitler, lo cual no es extraño considerando que , como  expresaría en una sentida autocritica, eran tiempos en los que la obsesión por la ruptura con los poderes establecidos y el deseo de implantar imposibles utopías sociales hacía perder el juicio a generaciones de jóvenes europeos armados con la más peligrosa de las armas, sus “verdades políticas”.

INSOMNIO Y AMARGURA
Cuando se radicó definitivamente en Francia, Cioran era un hombre maduro y de vuelta de todo, de sus delirios nacionalistas y de toda ilusión, incluso la literaria. Vivía al día, deliberadamente ocioso, con su carné de estudiante universitario  que le permitía comer barato, hasta que lo llamaron al orden para decirle que a sus cuarenta años no podía seguir viviendo del cuento. Se hizo con una bicicleta para recorrer el país y en cada pueblo disfrutaba de uno de sus placeres extraños, que era visitar cementerios y pasar allí largas horas. Hay que decir que Emil nunca había sido una persona normal. Desde muy joven padecía un incurable insomnio que lo sumía en una terrible inquietud, para la cual buscaba alivio en largas caminatas nocturnas, sin las que, como confesaría en una entrevista, se habría suicidado. De hecho, la idea del suicidio lo acompañó toda su vida. Aunque no fuese más que pensarlo como una ilusoria puerta de escape a su angustia vital.
La metamorfosis de este joven atormentado proveniente de un país pequeño y olvidado por la Historia, ocurrió a través de un trabajoso cambio de idioma y una denodada lucha por expresar en lenguaje filosófico su angustia existencial y su desprecio hacia el género humano, en los siguientes cuarenta años. Su obra empezó a llamar la atención de la crítica, pero fracasó en las librerías. Algunas no llegaron a alcanzar siquiera a vender unos centenares de ejemplares. Sin embargo, hoy son bastante conocidas y algunas de ellas se siguen vendiendo bien. A Cioran nunca le importó demasiado el anonimato, más bien le parecía correcto y acorde a su estilo de vida, casi monacal, en buhardillas miserables del viejo París, a expensas de su mujer.
De sus obras más célebres se pueden extraer pasajes que expresan su desencanto y pesimismo tales como éstos:
-La exhortación criminal del Génesis: Creced y multiplicaos , no ha podido salir de la boca del dios bueno. Sed escasos, hubiese debido sugerir más bien”.
(El aciago demiurgo)
-“La vida es un milagro que la amargura destruye”.

(Breviario de podredumbre”)
Sin duda, ésta última,  traducida al español como tantas otras por Fernando Savater, es, tal como dice en el prólogo de una edición de 1997, “un libro que nunca se acaba de leer”. Cioran es inclasificable, ni pesimista ni nihilista ni moralista y su discurso es de una lacerante lucidez. Leerlo puede ser penoso pero deja el saludable sabor de su  lenguaje puro, poético y sin concesiones a cualquier autoengaño. Como cuando , al final de uno de sus cuadernos (1957-1972) nos dice que ”la ventaja de envejecer es la de poder observar de cerca la lenta y metódica degeneración de los órganos; comienzan todos a fallar, unos de forma visible; los otros, de forma discreta. Se separan del cuerpo, como el cuerpo se separa de nosotros: escapa, huye, de nosotros, deja de pertenecernos. Es un desertor al que ni siquiera podemos denunciar, ya que no se detiene en ninguna parte y no se pone al servicio de nadie”.

La nobel polaca Olga Tokarczuk escribió que en los hoteles , donde a menudo colocan una Biblia a disposición de los huéspedes, deberían poner un libro de Cioran en la mesita de noche.
Para el filósofo que denunciaba la podredumbre espiritual la historia no es sino una sucesión de falsos Absolutos. La capacidad de adorar dioses es la responsable de todos su crímenes: “El que ama indebidamente a un dios obliga a los otros a amarlo, en espera de exterminarlos si rehúsan”. Y advierte: ”No es difícil imaginar un momento en el que los hombres se degollarán los unos a los otros, por asco de sí mismos”.