Algo bueno había de tener ser ciudadano ibérico, algo excelente lleva aparejado que el Mediterráneo nos bañe el tobillo y los juanetes, y es, admírese sin prejuicios, el optimismo desmesurado. Que podría aplicarse, verbigracia, de la siguiente manera: en el impensable caso de que salgamos de ésta, y es tamaña suposición un ejercicio de espléndido optimismo peninsular, extraordinario; en el más que improbable caso de que un bombazo no nos haga volar en cachitos por los aires —resulta penoso admitir que la rutina de alzar cada mañana la persiana y no encontrar la ojiva gorda volando hacia nosotros, se ha convertido ya en el dulce y esponjoso pan de cada día—, en el inconcebible caso, decíamos, de que mañana retornemos a un fementido y frágil mundo de paz —paz, quién sabe, en la mortificada región ucraniana, pero cuántas guerras sangrientas no se están entablando todavía en otras regiones incómodas del mapa abigarrado—, en ese absurdo caso, insistimos con tozudez, se juzgará y condenará no al insigne dirigente ruso, cuya dignidad futura dependerá únicamente de él o, en todo caso, de sus cercanos correligionarios, sino a los dirigentes de los países que trataron de defender a Ucrania. Es decir, a todos los que razonablemente se opusieron a la invasión.
Del lumbrera de la operación especial no se puede afirmar que sea un loco, pero sí un cobarde acomplejado. Es el niño abusón que patalea y lloriquea porque no le permiten golpear tranquilamente al compañero más débil, porque le impiden el capricho de someter impunemente a los demás. A nadie impresiona ya que este espantajo camine con un brazo tieso y que ahuyente las moscas con el otro, o que organice apresurados desfiles con unos carros de combate remendados con cinta americana. Qué lejos quedan ya esos vídeos en que podía contemplárselo haciendo el ridículo sin camiseta, como en uno de aquellos anuncios publicitarios rancios de los 90, los de agua de colonia masculina, sonrojantes, en que se irradiaba esencia macha testosterónica con los sobacos abiertos de par en par.
Nos aferramos a nuestra tesis: los tribunales no juzgarán al iluminado imperialista de tebeo, sino a las personas que apoyaron la defensa del país invadido, a quienes se castigará contundentemente por el envío de armas o por suscribir las sanciones económicas. Las condenarán por apología del fascismo, y milagro será que no acaben tras unos barrotes, y milagro será que los integrantes del pensamiento único liberador —nutrida familia de imbéciles— no se paseen por las calles arrojando gardenias y celebrando la sentencia con lágrimas en los ojos. Huelga señalar que los libros de texto se reescribirán, o, por mejor decir, que se construirá una nueva y magnífica narrativa sobre los episodios de la desnazificación ucraniana, que se demostrará la desinteresada y humana intervención rusa y que se ensalzará hasta el paroxismo, qué duda cabe, el valor y la justificada empresa del paria descamisado, bandera y símbolo de la más transparente y enternecedora democracia.
Habría que buscar con mucho tino, entre la extensa filmografía pornográfica, para encontrar una erección similar a la que experimenta el entregado camarada que ya ha comenzado a trazar, con rizada caligrafía, estas benévolas y adoctrinadoras líneas de la nueva Historia.
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