Cualquiera puede comprobarlo: sitúese alrededor de un banco de un parque público y verá envoltorios de plástico, latas de refrescos vacías y toda clase de desperdicios. Si revisa el asiento, también notará que está sucio, despintado o destrozado. Si el asiento está ocupado por alguna pareja o grupo de jovenzuelos también notará que se sientan en ellos de manera peculiar: con las nalgas en el borde del respaldo y los pies en el asiento.
Lo mismo ocurre en los asientos del tranvía. Sus pies calzados con caras zapatillas de deporte pero sucias suelas descansan en el asiento contrario. Lo he presenciado muchas veces. Y esa es la razón por la que los asientos del TRAM de Alicante presentan el lamentable aspecto que muestra la imagen que ilustra este texto.
Cansado de ver la mugre y el descuido, me dirigí a la página de atención al cliente del servicio ferroviario y al cabo de los días recibí la contestación que se puede ver, en la que se me piden disculpas y se me asegura que los trenes y tranvías “están sometidos diariamente a exhaustivos protocolos de limpieza para asegurar el máximo confort e higiene”. Pero a continuación se señala el deterioro progresivo por el uso y la falta de cuidado por algunos usuarios que le da un aspecto muy descuidado. La medida que me anuncia el responsable de la misiva es la de cambiar progresivamente “la tapicería de todas las unidades por unos asientos, como los que lleva ahora, pero íntegramente de plástico, sin ningún elemento de tejido textil”. El proceso comenzará por las unidades 4100 que realizan el servicio de la Línea 1 y posteriormente afectará a las restantes, entre las que se encuentra la que presta servicio entre San Vicente del Raspeig y Luceros, muy concurrido debido a la afluencia de trabajadores y universitarios.
No sé francamente si alegrarme o echarme a llorar ante esta solución. Porque que tengamos que poner nuestras cansadas posaderas en un duro asiento en trayectos que en ocasiones podrán durar más de una hora no es plato de gusto. Y mucho menos porque la mala educación, incivismo, o guarrería de unos niñatos malcriados y sinvergüenzas ha provocado que se nos trate como a pasajeros incorregibles y condenados a la incomodidad de la pena de asiento duro, a los demás que sí respetamos las normas y la higiene en los espacios públicos.
Con esta lógica de los responsables del TRAM, los ayuntamientos bien podrían sustituir los bancos públicos (ya lo están haciendo colocando los de hierro) por unos de piedra y provistos de púas en el borde del respaldo. Pero no demos ideas, válgame Dios.
Miren Uds., señores directivos del TRAM de Alicante: lo que Uds. deben disponer es mayor seguridad, para evitar desmanes y sucesos como el acaecido la semana pasada (agresión a una familia en la L4) y sancionar a los sucios que ensucian.
El escritor Fernando Díaz-Plaja reseñó los siete pecados capitales del español en un célebre libro, publicado en 1966. Pero entre la soberbia, la codicia o la pereza, entre estos siete no habló de la falta de cuidado o la falta de limpieza. Pues ya son ocho.
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