A lo largo de estos meses de pandemia, se ha producido un cambio notable que se venía intuyendo desde el comienzo de la era digital hace ya dos décadas: el de la digitalización de la cultura. Sobre este tema ya se ha trabajado en gran cantidad de artículos, lo cual también es un reflejo del cambio de paradigma que se está produciendo en este sector. Estos análisis enfocados desde diversas perspectivas, económica, sociológica, tecnológica, etc., atienden también a uno de los factores clave que han propiciado este cambio: el potencial de las audiencias digitales en el sector cultural.
El desarrollo de los medios digitales en los últimos años ha hecho que gran parte de la sociedad dedique cada vez más tiempo a permanecer ante una pantalla. No es extraño si nos planteamos las infinitas posibilidades que estos medios traen consigo. Entre ellas encontramos el hecho de poder trabajar sin necesidad de desplazarnos, acceder a todo el conocimiento humano a través de un único dispositivo y, por supuesto, crear nuevas formas de ocio que nos permitan entretenernos o nutrirnos culturalmente a través de un medio digital.
El aumento del tiempo de uso de las pantallas y la necesidad de evasión durante esta pandemia han hecho que necesariamente aumente la audiencia digital que demanda contenidos culturales. Según datos del periódico ABC, se ha estimado que un español adulto pasa de media hasta un total de 11 horas delante de las pantallas durante un día laborable. A pesar de que esta cifra es algo preocupante por motivos de salud, ha constituido un salvavidas para el sector cultural durante la pandemia, sobre todo en ciertos ámbitos que se han visto especialmente beneficiados por el aumento de espectadores u oyentes.
Dentro de esos ámbitos cabe destacar algunos como el teatro, que ha tenido que reinventarse para poder solventar esta crisis, ofreciendo representaciones que podían seguirse vía streaming a través de internet. Es el caso por ejemplo del Reino Unido, que ha creado la plataforma National Theatre en la que no solo ofrecen grabaciones de alta calidad de sus obras, sino que también se ocupan de analizar la repercusión de la pandemia en el consumo de teatro.
Las cifras que se han recogido en sus estudios pueden ser extrapoladas a otros países, y gracias a ellas podemos forjarnos una visión global de cómo han cambiado estos meses el mundo de la escena. Cualquiera intuiría que este fenómeno ha afectado negativamente, pero no solo no ha reducido las cifras de audiencia, sino que la ampliación de la oferta teatral ha permitido mantener dichas cifras e incluso aumentarlas a lo largo de estos meses.
Quizá sea por ello que algunos de nuestros teatros nacionales se han lanzado a este mundo digital a la vista del éxito que lograban estos medios en otros países. Sin embargo, algunos ya ofrecían este tipo de contenidos mucho antes de la pandemia, como es el caso del Teatro Real o del portal Teatroteca, que depende directamente del Ministerio de Cultura.
Sea cual sea la producción artística que se ha visto empujada al ámbito digital, está claro que el potencial de las audiencias digitales depende de un elemento clave: las plataformas de streaming. Estos medios de reproducción audiovisual son los que han permitido crear todo tipo de contenidos y ampliarlos más allá del publico que originalmente eran capaces de abarcar.
Entre estas plataformas está claro que las principales protagonistas han sido aquellas que ofrecen series y películas, ya que el séptimo arte sigue siendo el recurso cultural preferido por los usuarios de los medios digitales. Para comprobarlo, basta con una simple comparación cuantitativa: mientras que la plataforma de teatro y ópera Medici.tv cuenta con 350.000 suscriptores mundiales, según fuentes de El País, Netflix cuenta con una total de 203,7 millones de usuarios en todo el mundo. Asimismo, podríamos citar el caso de HBO, con 140 millones de suscriptores o Amazon Prime Video, con 150 millones.
A raíz de estas cifras desorbitadas, podemos deducir fácilmente que la audiencia digital en el cine se encuentra en un periodo de auge que parece dispuesto a prolongarse en el tiempo. No hemos considerado cómo afecta esto a los medios más tradicionales, ya que la televisión lleva entre nosotros tanto tiempo que no puede ser considerada como un elemento específico de la era digital.
No obstante, las plataformas de streaming no se limitan al séptimo arte, ya que ofrecen muchas más posibilidades a otros sectores culturales que tradicionalmente no las habían utilizado, pero que ahora dependen de ellas casi totalmente. Pongamos el ejemplo de las ponencias y seminarios universitarios, en los que la retransmisión a través de internet no solo ha servido para seguir llegando a los asistentes habituales, sino también para ampliar el rango de audiencia al permitir que puedan ser visualizadas desde cualquier parte del mundo. En nuestro ámbito cercano, podríamos hacer mención a la Sede Universitaria Ciudad de Alicante, cuyo amplísimo programa de actividades ha podido desarrollarse casi íntegramente con unas cifras de asistencia más altas que cuando se limitaban a realizar las actividades presenciales.
En el ámbito de la música, el potencial de las audiencias digitales también ha sido recibido por ciertas agrupaciones y artistas como una oportunidad de ampliar la audiencia. Uno de los casos más significativos de estos meses ha sido el de la cantante pop Dua Lipa, cuyo concierto digital ʻStudio 2054ʼ del pasado mes de noviembre alcanzó la sorprendente cifra de 5 millones de espectadores. He aquí un ejemplo claro del potencial de las audiencias digitales, pues el concierto online de una sola cantante ha conseguido reunir a más espectadores de los que jamás han asistido ni podrán asistir juntos a un evento.
En otros géneros ajenos al pop comercial también han tenido éxito este tipo de iniciativas, como es el caso de la Orquesta Filarmónica de Berlín, la Berliner Philharmoniker, que en su página digitalconcerthall.com permite a todo aquel que lo desee acceder a grabaciones de conciertos y presenciarlos en directo desde casa. Se trata de una iniciativa que también ha tenido muy buena repercusión entre el público internacional.
Asimismo, dentro de las plataformas orientadas específicamente a la música, Spotify registró este año un ligero aumento de horas de reproducción entre sus usuarios, que ya alcanzan un total de 155 millones según fuentes de statista.com. Además, dichos usuarios no solo han escuchado más música, sino que se ha podido comprobar un aumento exponencial en el uso de la plataforma a través de ordenadores en lugar de dispositivos móviles, lo que nos hace pensar que la población también tuvo muy en cuenta este medio digital durante el confinamiento.
En lo que respecta a la literatura, el sector digital también se encuentra en alza, ya que según el medio Bibliogtecarios, casi el 80% de los españoles que leen habitualmente lo hacen ya en formato digital. En el caso de la literatura, en este tipo de formato nos encontramos ante el mismo inconveniente que en el cine: existe un considerable número de personas que recurren a páginas ilegales para obtener el contenido gratis.
Sin embargo, esto no parece perjudicar significativamente a los creadores artísticos, por lo que en lugar de enfrentarse en una lucha imposible contra la piratería, las editoriales han lanzado algunas iniciativas para fomentar la honradez de los consumidores. Entre ellas destaca la que tuvo lugar nada más empezar el primer confinamiento del pasado 2020, cuando 28 editoriales distintas ofrecieron gratis todos sus libros electrónicos para hacer más llevadero el periodo de reclusión. La repercusión fue muy positiva, ya que después de esta campaña dichas editoriales notificaron un ligero aumento en las ventas de libros en formato digital, y la multinacional Amazon informó también de un aumento de ventas de ebooks.
El potencial de las audiencias digitales es posiblemente el factor más relevantes en el mercado de la cultura de los últimos años. No obstante, es un tipo de mercantilización que se lo pone muy difícil a los pequeños empresarios del sector cultural. Esto se debe a que los contenidos digitales necesitan llegar a una audiencia excesivamente grande para ser rentables, y por tanto requieren de la creación de medios que necesitan una gran inversión económica. De este modo, todo aquel que no posea una cantidad considerable de dinero está condenado a no poder acceder a la audiencia digital a través de su propia plataforma, debiendo trabajar así para los colosos empresariales del sector.
Por último, hay ciertas manifestaciones culturales que a pesar de su voluntad por acceder a este público no han sido capaces de crecer gracias a estos medios, que en el mejor de los casos han utilizado únicamente para poder mantener las cifras anteriores de consumidores. Pensemos así en los museos o las galerías de arte, que por mucho que intenten exhibir sus pinturas o esculturas a través de internet, al acceder a estos recursos los espectadores nos lamentamos de no poder apreciar las obras en el lugar en el que se encuentran.
Por todo ello, el proceso de digitalización requiere de una estrategia que permita a los creadores relacionarse más directamente con la audiencia, y cambiar los sistemas de monetización para no dejar la cultura en manos de los grandes monopolios empresariales. Si se consigue hacer todo ello, en un proceso constante y trabajoso de innovación continua, la transición digital nos abrirá nuevas puertas que harán que la cultura vuelva a ser lo que siempre ha sido: la identidad del pueblo.
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