A estas alturas del s.XXI resulta del todo triste y desesperante darte cuenta de que vives en una sociedad en proceso de regresión cultural, en la cual son las ideologías las que fabrican nuestra realidad y no al revés, y en la que la tónica dominante consiste en intentar retorcer y someter las realidades científicas a estas ideologías y creencias.
En los últimos tiempos y en nuestro caso particular, las personas trans estamos asistiendo a una deslumbrantemente mediática pero inútil lucha entre un feminismo llamado «histórico», según el cual las teorías queer borrarían la frontera entre sexos haciendo todo su corpus ideológico inservible, y estas mil veces sobadas teorías queer, para las cuales el sexo no es un factor a tener en cuenta a nivel identitario. Dos fantasías cansinas sin ninguna base científica que se pelean y luchan encarnizadamente en su afán de conseguir la nada más absoluta e interfiriendo además de forma negativa en la consecución de nuestros derechos. Lo cierto es que, mirándolo todo desde arriba, me importa un cuerno tanto el que las feministas consigan esa buscada «claridad» en su particular campo de batalla como que las teorías queer acaben predominando y los géneros se diluyan en un magma informe que nunca va a salir de su nivel teórico. Ni lo uno ni lo otro nos va a beneficiar a las personas trans o al resto de la ciudadanía.
El problema que enmaraña todo esto es que el activismo trans, en lugar de mandar estas dos teorías a tomar viento, dejar acontecer al devenir histórico (éste sí está de nuestra parte) y contemplar con toda su displicencia cómo se arrean estas dos tendencias contrapuestas e inútiles que en nada nos incumben frente a un bol de palomitas, ha tomado partido por la segunda opción y constituido un débil sujeto político sobre una base tan fantásticamente endeble, en lugar de esforzarse en construir un sujeto racional y con los pies en el suelo basado en nuestra realidad biológica, un activismo pragmático en el que por delante de todo estuviésemos los seres humanos y no las entelequias. Al igual que esas feministas de salón que se desgañitan proclamando esa teoría marciana que es la «abolición» del género, las personas trans hemos acabado sustituyendo la defensa de la realidad humana por la defensa de una teoría abstracta que nunca logrará su consecución.
Por lo pronto vivimos una actualidad en la que la realidad es silenciada, y los descubrimientos y hallazgos de los Galileos y Copérnicos de esta época, que para nosotros serían los biólogos, genetistas y psicobiólogos, son borrados y sus autores sistemáticamente condenados a la hoguera del silencio y el ostracismo. Sus conclusiones no son «convenientes» e incomodan a los artífices y defensores de esos constructos ideológicos sobre los cuales se erige toda política pretendidamente a nuestro favor, y también toda política a nuestra contra. Estupideces ideológicas aparte, éste es el borrado que verdaderamente debería preocuparnos, a nosotras y a nuestra sociedad avanzada: el bochornoso borrado de la verdad que se da no sólo en el caso particular de las personas trans, sino actualmente en todos los niveles. Al final, la llustración y su defensa de la racionalidad no han servido para nada, ya que la superstición y el pensamiento mágico han sobrevivido a base simplemente de sustituir sus objetos de culto y creencia y machacar toda opinión discordante, aunque esta opinión sea real y racionalmente la que está en posición de la verdad.
«La verdad os hará libres», nos grita alguien desde el más recóndito pasado. ¿Es esto lo que temen?
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