Nos hemos acostumbrado a las palabras, como si se tratase de algo natural, producto de la tierra, parte del paisaje, a veces se confunden con la patria. Conocemos algunos de sus significados, mientras otros permanecen ocultos, como extranjeros, desconocemos ese país que habitamos.
HABLE LA LUZ, editado en su colección ITES, Olé Libros, 2024. Cubierta: noche estrellada, por Alberto Zerón Huguet, hermano del autor y, un espléndido prólogo, de Natalia Carbajosa, poeta, traductora y profesora.
Su título coloca al lector ante una sinestesia equivalente a: sea la luz quien tome la palabra. Lo que, aparentemente, daría lugar a la claridad, pues cuando interrogamos, encendemos otra luz, ponemos en duda nuestra relación y dependencia. Convertimos así la palabra en una lámpara, abrimos camino. El yo acosado, expuesto a todos los peligros, resuelve así su existencia.
Antes he dicho aparentemente. Quizá debamos preguntarnos, no por la palabra, sino por esa luminosidad, ¿a qué luz se refiere? La fricción que produce un cuerpo en su caída. Quizá, corresponda a la vela de la fe. Podríamos proponer diversos orígenes, aunque probablemente seguiríamos sin respuesta. Lo cierto es que “Hable la luz”, aparece como el último recurso que se nos ha concedido.
No se trata de un regalo, sino algo que se busca, fruto del trabajo, sin embargo, nadie garantiza que consigamos resultado alguno. Tampoco que estemos sometidos a un azar, más o menos caprichoso.
El hombre es un ser expuesto, José Luis Zerón ya indicó esa característica fundamental cuando lo trató, 2022, en su libro: “Intemperie”. Como diría Juan Ramón Jiménez, Zerón es un intelectual de intemperie, definitivamente, un poeta.
El poeta tiene por meta un imposible: hablar sobre algo inestable, que a veces muestra una cara, a veces otra, siendo las dos verdaderas. Pone en palabras esa inestabilidad, incoherencia, para obtener una luz que nos guíe. Podría pensarse que el poeta quisiera ser al mismo tiempo búho y paloma.
Este libro ha sido compuesto en dos secciones: Apolión y Xenía. La primera se refiere al ángel del abismo, ángel destructor, aquel que quiso ser o saber tanto como Dios. La segunda remite a la hospitalidad, los regalos que se ofrecen a los invitados, ajenos a la casa.
Puesto que se trata de celebrar la aparición de este nuevo libro de José Luis Zerón, mostraré algunos poemas, algunos fragmentos, porque, es el lector quien lentamente recorrerá estas páginas. Estamos ante un libro cuya lectura importa.
De Apolión me voy a referir a “Introito”, poema prólogo. Sus primeros versos nos sitúan directamente en el protagonista:
Con tus ojos en mis ojos buceo
en el oleaje de la luz y la sombra
antes de la calcinación.
Se define al poeta como buceador, esto es, alguien que pretende llegar al fondo, descubrir causas, responder. Sorprende que lo haga con otros ojos que no los suyos. ¿Qué significa? Todo lo que vemos, cuadro, texto, otros, tierras y mares, damos cuenta de ello, cuando lo componemos a través de la lengua que nos ha correspondido, de modo que conocemos y revelamos mediante unos signos que hemos heredado. Para conformar el mundo, dependemos de ese saber en el que hemos sido educados. Un conocimiento condicionado, de ahí la necesidad, tanto de explicar como de traducir.
El poeta piensa que la lengua que utiliza, aunque, refiere y denomina, advierte que no se corresponde del todo con lo que ha pretendido comunicar. El ojo, el sentido más agudo, es consciente de que no ve sino a través de otro ojo, cuyo ser trata de definir. Entonces, ¿miramos desde la palabra?
Las razones que pueden perturbar a la conciencia, se resumen en ese oleaje de “la luz y la sombra”. Lo que vemos y lo que no vemos, aquello que percibimos de modo borroso, confuso, se encierra en la sombra.
El poeta, en algún momento, toma conciencia de que la lengua en la que ha sido educado, no le pertenece, sino que corresponde a los ojos de otro. Intuye que se ve obligado a explorar, investigar desde esa visión que no es la suya. Descubrimiento que consigue antes del final, esto es de “la calcinación”.
Los versos que siguen forman parte de esta misma estrofa, aluden al proceso que va a seguir para resolver el punto de partida. El hombre está cercado por odios, le ha sido robada su inocencia, y el autor de todos estos males es el ángel roto, ángel del abismo:
Compongo una plegaria bravía contra tu abrazo
De odios antiguos, saqueador de la inocencia,
Ángel roto, ángel del abismo.
Esta es la plegaria:
¿Por qué concediste sabores de fiebre a mi boca?
¿Por qué sembraste nuestra
memoria de temores ciegos?
¿Por qué tantos cementerios y fosas comunes?
¿Por qué tu éxtasis ante la indefensión humana?
¿Por qué tanta belleza
en el légamo de la ferocidad?
¿Por qué tantas matrices profanadas?
Jaculatoria que enumera sus dudas, que clama. Está cerca de un Job en desacuerdo con los amigos que han ido a consolarlo. Comienzan esas interrogaciones que nacen de la disconformidad con el mundo en el que hemos sido educados, de su inestabilidad, de su confusión. El centro de este desacuerdo reside en la contradicción.
El hombre es un ser contradictorio, capaz de decir sí y simultáneamente decir no. Es tiempo y aspira a la eternidad. Es carne y es espíritu. Es memoria y es olvido.
Estos porqués puede que no sean sólo preguntas, sino maneras de enfatizar la soledad, el desconocimiento, la orfandad. Trata de averiguar en qué consiste la palabra, que define como “sabor de fiebre”.
De los poemas que siguen, elijo algunos versos. Sobre “Tiempo oscuro”, su primer verso: “El mundo huele a miedo”. Continúa el desengaño en la palabra:
¿Cómo entonar un canto de frontera
entre voces corrompidas
por la desconfianza?
En “Vita flumen”, expone con toda claridad nuestra desorientación, como resultado de la ambivalencia de la palabra, aquí se advierte una visión irónica, quizá sarcástica, del lenguaje de la prensa, a menudo marcado por una ideología de partido. Habitamos un mundo propicio al bulo:
Decimos aquí y estamos allí,
decimos grato
y es amargo.
llamamos deleite a la sed
de conocimientos y hacemos
del ansia una virtud
y de la ignorancia, una
ilusión.
Decimos adentro y estamos afuera.
Nosotros, engreídos sísifos,…
Del “Canto a la vida breve”, poema extenso, elijo sus tres últimos versos que definen al poeta:
Sólo soy alguien como vosotros
expuesto a la codicia
de tanta belleza sin motivo.
La segunda parte: Xenia, refiere un mundo de intercambio. El poeta se relaciona con el visitante. La intemperie se vuelve más soportable. Casi desaparece el texto interrogativo, se hace más narrativo. La existencia de los otros completa nuestra vida.
Hay un poema que quiero destacar “Hablo con mi padre”, narra el encuentro entre el hijo y el padre muerto. El poema muestra ahora la parte positiva de la palabra, si antes era confusión, mentira, palabra prestada, ahora, utiliza una palabra doméstica, sincera, fresca, tierna, palabra que serena, leo algún fragmento:
Mi padre está muerto, pero a veces nos reunimos
para hablar de todo aquello
que no supimos decirnos […]
Nos fundimos en un abrazo de palabras,
pero yo no oigo su voz,
ni él la mía […]
Y yo le hablo
y él me habla,
y nuestro diálogo
suena acompasado,
y nos reconocemos
el uno en el otro. Años
muchos años hace ya
que dejamos de avergonzarnos
de nuestros propios miedos.
Complementario el poema que titula: “Con Ada en la azotea”. Si el padre es el pasado, Ada es el presente, su plenitud. Versos finales:
Mirada y mirada
botando barcas
en el océano,
reforestando
desiertos. Mirada y mirada
como dos niños
con los ojos llenos de sueño,
horadando la playa
y bendiciendo
los poderes del sol.
Lector, cuando visites este libro, deseo que su palabra te sea propicia, que sus versos te den la luz que habla y que su intemperie te anime a descubrir este mundo.
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