Solo por medio de la poesía el hombre resuelve sus desequilibrios, creando un equilibrio mágico, o tal vez, un mayor desequilibrio” (Vicente Huidobro).

La poesía chilena no surgió del vacío, aunque durante mucho tiempo ha estado ausente dentro del concierto literario mundial, a pesar de sus dos premios nobeles y sus tres Cervantes. Durante el siglo XX, en España, fueron escasos los críticos que se ocuparon de los poetas, de los novelistas y ensayistas, a excepción de Enrique Díez-Canedo y también Unamuno, de quien se dice, los juzgaba acremente.

Chile carece de la tradición literaria de siete siglos de España, pero su literatura, sus raíces y orígenes están alimentadas por tradiciones variadas, incluso de otros idiomas, incluyendo los vanguardistas franceses, los textos bíblicos y el Siglo de Oro español, incluyendo a San Juan de la Cruz, Hölderlin, Baudelaire, Rimbaud, Rilke y Whitman, entre muchos otros. Roberto Bolaño comparaba la poesía nacional con un perro de mil leches, a veces convertido en lobo aullador y también en perrillo faldero. Los grandes ejemplares de la camada poética chilena fueron el gran danés Neruda, la dulce pastora Gabriela Mistral, el bull dog Pablo de Rokha, pero también last but not least el lebrel aristocrático que fue Vicente Huidobro en el heterogéneo parnaso patrio.

Vicente García Huidobro Fernández, heredero del marquesado de Casa Real, nació en 1893 en Santiago de Chile en el seno de una familia emparentada con la nobleza española. Su madre, destacada feminista de la época, organizaba veladas literarias y musicales en su palacete de la capital chilena. El niño Vicente tuvo institutrices francesas y nórdicas y a los ocho años viajó por primera vez a París. Su educación fue en un exclusivo colegio religioso jesuita, lo que influyó posteriormente en su rebeldía y su rechazo de la religión. A los 17 años su inquietud intelectual se manifestó en artículos de prensa en los que abordaba “la cuestión social”, y andando el tiempo el joven nacido en cuna de oro se afiliaría al Partido Comunista. Pero antes, entre 1912 y 1916, comenzaría a destacar por su producción poética y editorial, en la que publicaría textos de otros poetas y escritores como Rubén Darío, Amado Nervo, Pio Baroja, Azorín o Juan Ramón Jiménez. El inquieto aristócrata tocaba todos los palos, desde el teatro a los ensayos sobre estética y literatura, entre ellos uno atacando al futurismo. Sus críticas sociales, especialmente a los jesuitas, reunidas en Las pagodas ocultas, hicieron que la edición fuera secuestrada y acabara en la hoguera.

En 1916, abandona el país como un fugitivo en compañía de Teresa Wilms Montt, una escritora chilena perseguida no tanto por sus ideas sino por escaparse de su familia, que la había internado en un convento. Rumbo a Europa, pasa por Buenos Aires, donde pronuncia charlas y esboza su teoría poética revolucionaria: el creacionismo. En El espejo de agua (Poemas 1915-1916) da las claves de su credo poético:

Que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando;

Cuanto miren los ojos creado sea,

Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.

El músculo cuelga,

Como recuerdo, en los museos;

Mas no por eso tenemos menos fuerza:

El rigor verdadero

Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!

Hacedla florecer en el poema;

Sólo para nosotros

Viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.

(Arte poética)

En 1916 desembarca en Cádiz y tras una corta estancia en Madrid, donde conoce a Cansinos-Assens y a Gómez de la Serna, se instala en un París en plena guerra. Allí se codea con la flor y nata del círculo de poetas y pintores, Apollinaire, Juan Gris, Picasso, Jean Cocteau y entra a formar parte del cenáculo poético de la Revista Nord-Sud, junto a figuras como Tristan Tzara, André Breton y Max Jacob. Escribe en francés y en su casa forma un salón literario de la vanguardia, pero el avance de la guerra lo obliga a huir a Tours y más tarde a Madrid, donde continúa muy activo junto a los artistas que como él se han refugiado en España y entabla relación con los jóvenes escritores españoles del momento. Tras un breve paréntesis en Chile, por un asunto familiar, retorna a Europa y en 1920 regresa a París, donde también retoma su incesante labor literaria colaborando con las revistas ultraístas españolas. En 1921, funda y dirige la revista Creación, Revista Internacional de Arte, un proyecto ambicioso en el que cuenta con artistas como Juan Gris, Braque y Picasso. Ese mismo año pronuncia una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre la poesía creacionista y sigue relacionándose con la elite intelectual del momento, entre los que están Gerardo Diego y Juan Larrea. De esa época es Saissons Choisies, donde habla de la creación pura, editado con el retrato que le hizo su amigo Picasso. Son los fundamentos del creacionismo, del que es considerado padre y líder indiscutible, a pesar de las polémicas con Reverdy y otros que se atribuyeron su origen. El Creacionismo es una reivindicación de la autonomía creativa del poeta, y no la imitación de la realidad exterior: “El poema debe ser una realidad en sí”.

GENIO PROTEICO

Huidobro fue un genio proteico, que abarcó casi todo. Su exposición de poemas pintados, que acabó como el rosario de la aurora en París, poemas para ser vestidos y vendidos, convertidos en haute couture (Robes poèmes), guiones cinematográficos, son solo algunas de las muestras de su talento versátil. Sin olvidar sus manifiestos artísticos y políticos, que le causaron más de un disgusto en forma de secuestros, agresiones y enfrentamientos con otros artistas. Conocida es su enemistad con Neruda, pese a que ambos participaron activamente en la defensa de la República durante la Guerra Civil española y compartieron ideales políticos. Eran cara y cruz de una moneda, opuestos por origen social y concepciones artísticas, pero del mismo valor y peso específico. Huidobro llegó a ser propuesto como candidato a la presidencia de la República de Chile -como Neruda, años más tarde- por una asociación de jóvenes izquierdistas, a consecuencia de lo cual sufre un atentado en 1925. En 1937, es agredido en la puerta de su casa por protestar contra el envío de asesores militares de Mussolini a Sudamérica.

Su vida privada no estuvo exenta de escándalos, desde el affaire Wilms Montt hasta sus varias uniones matrimoniales, entre ellas la del poeta con una jovencita de la alta sociedad, lo que le valió amenazas de muerte de su familia y le forzó una vez más al exilio europeo. Huidobro, con sus hechuras de dandi, poseía un indudable encanto para las bellas de la época, como lo demuestra al retratarse en actitud de galán con actrices de cine americanas.

El elegante seductor tenía conciencia social y convicciones democráticas que lo llevaron a participar activamente tanto en la contienda civil de España en 1936, como en los frentes de la segunda guerra mundial como corresponsal de guerra en el lado de los aliados, con los que entra en Berlín llevándose el teléfono de Hitler como recuerdo, pero también algunas heridas de guerra, en 1945, que complicarían su salud en años venideros. Dado de baja médica, regresa a Chile acompañado de otra bella señorita chilena a la que conoce en su embajada. Al año siguiente, se instala en una de las fincas de su heredad familiar, junto al océano Pacífico (“que para mí es de toda paz”, según le dice a su amigo, el poeta español Juan Larrea). Su salud está seriamente deteriorada, sufre un derrame cerebral y el 2 de enero de 1948, días antes de cumplir los 55 años, fallece en su propiedad, donde es enterrado bajo una lápida que dice: “Aquí yace el poeta Vicente Huidobro/Abrid la tumba/ Al fondo de esta tumba se ve el mar”. En la actualidad, al lado de ese cementerio marino se encuentra su casa museo.

En una postrera carta a Larrea, fechada en septiembre de 1947, Huidobro le confiesa sus tribulaciones. “Los hombres aman lo maravilloso, especialmente los poetas, y lo maravilloso ha pasado a manos de la ciencia. Los poetas se sienten tan huérfanos de maravillas que no saben qué inventar. Esto sólo prueba que la poesía murió, es decir, lo que hasta ahora hemos llamado poesía. Seguramente vendrá otra clase de poesía… si es que el hombre necesita de ella. Nosotros somos los últimos representantes irresignados de un sublime cadáver. Esto lo sabe un duendecillo al interior de nuestra conciencia y nos lo dice en voz baja todos los días. De ahí la exasperación de nuestro pecho y nuestra cabeza. Queremos resucitar el cadáver sublime en vez de engendrar un nuevo ser que venga a ocupar su sitio. Todo lo que hacemos es ponerle cascabeles al cadáver, amarrarle cintitas de colores, proyectarle diferentes luces a ver si da apariencias de vida y hace ruidos. Todo es vano. El nuevo ser nacerá, aparecerá la nueva poesía, soplará en un gran huracán y entonces se verá cuan muerto estaba el muerto. El mundo abrirá los ojos y los hombres nacerán por segunda vez, o por tercera y cuarta…”

Palabras proféticas, de un poeta que fue un relámpago en la noche oscura de las guerras mundiales y que detuvo su vuelo como el pájaro, que “anida en el arcoíris”.