Hay quien pretende dedicarse a la literatura ignorando las normas o reglas básicas del oficio. A quienes me preguntan cómo hacer más fácil el entuerto de estructurar un relato en capítulos, por ejemplo, siempre les recomiendo que utilicen el género epistolar, por su linealidad y aparente facilidad. Que en realidad no es tanta.
El género epistolar literario tiene una larguísima tradición que algunos sitúan en los albores del Siglo XV en España donde tuvo su mayor exponente en Juan de Segura y en otros países mayormente en el S, XVIII con Samuel Richardson y Jean Jacques Rousseau y Choderlos de Laclos, solo para citar a unos pocos.
“¡SI ES CAPAZ, RIA!”
Hace algunos años (1987) la escritora francesa Françoise Sagan (1935-2004) escribió una novela epistolar titulada en el original “La rire incassable” (“La risa indestructible”) y traducida al español como “Querida Sarah Bernhardt” dedicada a la figura de la famosa actriz decimonónica (1844-1923) que fuera conocida en su época como “la Divina” y que es considerada actualmente como el precedente indiscutido del concepto de “celebridad. La fama y también la fortuna material le fueron fieles, pese a una vida con episodios trágicos y constantes dispendios que hacían que sus lujosas residencias parisinas estuvieran a menudo asediadas por sus numerosos acreedores. La Bernhardt, personaje caleidoscópico, inspiró a la Sagan en más de algún sentido, pues tenían en común una desbordante sensualidad y desprecio hacia las normas sociales. La escritora francesa, procedente de la burguesía capitalina, tenía gustos caros. Automóviles deportivos lujosos (que le causaron más de un disgusto) drogas y viajes. Lo mismo, en cierto modo, hacía la actriz, aunque ella no desdeñaba a los hombres ricos que dilapidaban su dinero con ella. Hija de una “cortesana”, nunca supo quien era su progenitor. De niña fue criada por una nodriza y alimentada con “leche normanda y pasto verde”, como dice la Sarah ficticia que la Sagan recrea en estas páginas. Donde también se insinúa que a la edad de quince años , junto a sus dos hermanas, fue víctima de abusos sexuales por parte de los “protectores” de su madre (“viejos libidinosos que intentaron dejar huella en nuestras jóvenes inocencias”). Antes, había estado recluida en un convento, donde descubrió su carácter al enfrentarse a sus compañeras, a menudo con violencia física. Cuando su madre la recogió para llevarla a su casa, una especie de burdel regentado por una tía suya y su madre, se encontró con una situación peculiar. Un lugar espantoso, al que odiaba por la decoración heteróclita de la madre y por esa atmósfera tóxica, todo lo contrario de una calidez hogareña.. Lo único que la salvó fue el afecto de una vecina, una viuda a la que ella llamó siempre “la Pequeña Dama”.
Afloran en el relato pensamientos y reflexiones de la Bernhardt que apuntan a un feminismo incipiente o avant la lettre, pero no cabe duda de que son las mismas que en su momento se hace la autora del libro epistolar. Que es seguramente producto de una identificación considerable entre ella y la actriz. Ambas comparten un carácter fuerte, una rebeldía contra la moral dominante en sus respectivas épocas, además de una salud frágil, acentuada en el caso de Sagan por sus excesos.
El título original francés se refiere a esa gracia a prueba de infortunios que demostraba la Bernhardt, que sufrió la amputación de una pierna siendo joven, lo que no le impidió triunfar como intérprete. El estilo de Sagan es también gracioso, burlón y directo. Uno se siente a gusto escribiendo cartas a quienes considera iguales o al menos alguien a quien se pueden decir ciertas cosas, comunicar sentimientos que se intuyen compartidos.
En el párrafo final de las epístolas la escritora le expresa su deseo de comunicarse “bajo tierra” de “una tumba a otra”. La que fuera estrella de la escena gala le responde que “la vida es grande, libre y divertida”. Y le da un último consejo:”¡ Si es capaz, ría!”.
Comentarios