Julio Camba, (Villanueva de Arosa,1884-1962), un escritor y periodista que ha merecido la admiración y aprecio de Azorín, Pérez de Ayala, Cossío, Juan Manuel de Prada y Muñoz-Molina, es aún insuficientemente conocido. La biografía de Pedro Ignacio López García, El solitario del Palace, y sus escritos reeditados bajo el título Maneras de ser español, arrojan luz sobre este autor para el que, como el cómico latino Terencio, nada humano le era ajeno sino diana para su humor delicioso y exacto. Tan elegante como sus canotiers y sus trajes, con los que deslumbraba al resto de la profesión y a los huéspedes del lujoso hotel de Madrid, donde residió una larga temporada.

Ya no hay periodistas ni cronistas como este gallego con retranca, capaz de burlarse de sus desgracias (fue desterrado por anarquista y murió soltero, o sea, “como un perro”), y de los europeos, sin olvidar por supuesto a sus propios compatriotas a los que satirizó sin piedad: “Cuando una mujer dice que un hombre tiene un tipo muy español está muy lejos de pensar que ese hombre haya nacido en España. Equivale a decir “Ese hombre debe de ser apasionado, violento y celoso”. Una dama teutona, según contaba en sus crónicas desde el extranjero, le aseguraba que “los españoles son los únicos hombres que se recuestan en los faroles”.

La época de Camba era de redacciones misérrimas, oscuras y frías, solo animadas por café, licor, mucho tabaco y ganas de sacarle punta a la realidad con ingenio. Las máquinas paraban de madrugada y el periodista se dormía en un diván mientras Madrid entero celebraba sus ocurrencias.  Eran los tiempos de la bohemia, una manera elegante y romántica de morirse de hambre.

Camba era un rebelde , un enfant terrible, que despreciaba por igual a la burguesía y al proletariado.  “No pienso embarcarme en el ridículo tren del progreso”, escribía ya en 1904. Era extremadamente crítico con los políticos españoles. “A más del ladrón de trabuco, hay otro tipo de ladrón, es el ladrón que se ampara en el Código”. Los títulos de aquel tiempo en que cubría las Cortes son explícitos: “El robo es una cuestión de tiempo”, “El regionalismo catalán fundará el regionalismo castellano”, “El comprador de votos como filántropo”, etc. Ojalá pudieran rescatar su ADN y clonarlo. Nos divertiríamos tanto en este páramo de hastío mediático, donde  gacetilleros, cronistas y  periodistas han sido sustituidos por los infames tuiteros y  demás ralea arrabalera digital.

         LA GRACIA GALAICA

Lamentablemente, Camba es leído y conocido por pocos. Su labor periodística-dispersa, como es ya tradicional en esta profesión, dificulta el trabajo de los estudiosos de su obra. Su única incursión en la narrativa , El matrimonio de Restrepo, permanece descatalogada, inubicable. El gacetillero gallego escribió incesantemente y en alguna ocasión declaró que lo hacía cada vez que necesitaba dinero. También, en 1913, comparó el hecho de escribir sus textos con otros menesteres menos intelectuales, es decir, fisiológicos: “Yo me encierro por las tardes en un cuarto con un poco de papel como, para hacer otra cosa, pudiera encerrarme en otro cuarto, con otro poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido, abundante. Otras veces sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale”. Sin embargo, Camba no escribía con las tripas, sino con la inteligencia lúcida de su gracia galaica. Por ejemplo, comentando la “actualidad” política en Cataluña-¡en 1917!- escribe . “La tan anunciada revolución no se produce nunca. Un publico menos paciente hubiera pedido ya que le devolviesen el dinero, pero el barcelonés tiene un carácter tranquilo, confiado. A falta de emociones revolucionarias, se dedica a tomar baños de sol en la playa o a bailar la sardana en las fiestas populares”. Y más adelante, otra frase que nos demuestra que el agudo cronista es también , a su manera, muy actual: “La asamblea parlamentaria catalana ha venido también a distraer un poco al pueblo en sus anhelos subversivos”. A las lenguas vernáculas de las distintas “nacionalidades” del estado, Camba no se priva de echarles unas gotitas de cáustica ironía: “Pasamos el acento gallego, pasamos la sintaxis vascongada, lo pasamos todo, pero este dejo especial de los catalanes lo tomamos casi como una ofensa”. Y concluye: “Y, si el acento catalán le produce a estos hombres tantos disgustos, ¿qué de particular tiene el que los catalanes renuncien a hablar castellano y se pongan a hablar catalán?”.

En El acento catalán y el acento andaluz (2 de agosto de 1917) escribe, citando a Rusiñol, que decía que “los españoles nunca han sido humoristas más que con las palabras”:  “¡Si, a lo menos, la gracia española fuera una gracia de lenguaje!. No es que los españoles se rían de lo que dicen, sino del acento con que lo dicen, y por esto les es tan difícil a los catalanes hacer gracia en la conversación. La poca gracia que le encontramos al acento catalán solo puede compararse a la mucha gracia que nos produce el acento andaluz”. Reírse de esta manera de los acentos no le salió barato a Camba, que en otro artículo reseñó los insultos que le dirigieron desde Cataluña por medio de cartas y por la prensa : “Reptil, hiena, cuervo, chacal, cocodrilo, y vampiro”. También “lepra, sarna nacional, virus morboso”, etc.

No se libraron los vascos de su terrible causticidad y sus artículos sobre “el secreto del vascuence” habrán escocido a más de un hablante de euskera : “Yo he creído en el vascuence hasta que lo he oído hablar. Ahora tengo la idea de que hay trescientas, cuatrocientas, tal vez quinientas palabras de vascuence, y que todas las otras son una hábil invención. Me he enterado, por ejemplo, de que mientras los vascos españoles le laman al tenedor tenedoroa, los vascos franceses le dicen fourchetoa “.

Tampoco tuvo este gallego mordaz reparos en reírse de su propia gente. “El regionalismo tiene en todas partes un defecto fundamental que ya le señaló Baroja al regionalismo catalán: el de substituír con un problema casero los grandes problemas de nuestro siglo. En el caso concreto del regionalismo gallego, apenas si se trataba de algo más que una tertulia literaria”. Y en cuanto al gallego, en su opinión , toda la cultura y la lengua gallega se ha hecho en castellano: “El gallego se va deshaciendo en el castellano, y ésta es su obra: la de enriquecer el idioma común con buena cantidad de expresiones pintorescas y de giros nuevos.

¿Va Ud. A la playa?

-Sí, señor: le voy. En casa no se le puede estar”.

PESIMISTA ÓPTIMO

La personalidad , tan excéntrica, de este escritor que algunos consideran “tan divertido en su vida como en su obra”, se revela en las pocas entrevistas concedidas a lo largo de su vida. A su editor, Precioso, le confiesa que cree “en el amor, en la amistad y en el arroz a la valenciana”. Y agrega: “pero si es tan difícil lograr un buen arroz, ¿qué no diremos de los otros platos?”.

A la pregunta de si es pesimista, contesta que lo es, a veces. “Otras veces mi optimismo supera al de los más conspicuos profesionales . De todos modos, yo no soy como esos pésimos optimistas que se pasan el día renegando contra las gentes. Soy, más bien, un pesimista óptimo que encuentra muy razonable el pesimismo general  y que está contento con él” .

Anarquista en su juventud, anti republicano y aliado del franquismo más tarde, Camba negaba tener simpatías hacia partidos políticos. Interrogado acerca de sus ideas políticas, contestaba que ya que el hombre es “un animal político”, no podía él cambiar de naturaleza. Una respuesta típicamente gallega, sin duda.

Sus últimos años le afligen con varias dolencias, mareos, una arterioesclerosis avanzada, y apenas puede escribir. Sus artículos aparecen en periódicos como el ABC, con ligeras correcciones. Pero él ya no quiere saber de nada ni de nadie, recluido en una habitación de hotel en la que ni siquiera tiene ánimos para levantar el teléfono.

Ya son los años finales de la década de 1950 y el periodismo ha cambiado, los gacetilleros de antaño no duermen en las redacciones y la paupérrima bohemia madrileña es cosa del pasado o una olvidada leyenda. Se ha creado una Escuela Oficial de Periodismo, y a Camba le sorprende que para este oficio sea preciso estudiar, nada menos que tres años. “Hombre-dice- eso está bien, ya es hora de que se cuiden del periodista”. Pero añade, con sorprendente humildad, que él tiene el carné de periodista, que consiguió al mismo tiempo que Azorín,  “de milagro”.

Julio Camba fue además de un maestro del periodismo, un curioso cronista de todos los aspectos de la vida humana. Dejó escritas páginas brillantes sobre gastronomía, política y sobre todo, de viajes, ya que recorrió el mundo incesantemente con su instinto de zoólogo o explorador de la geografía donde habita el “animal humano”.

Antonio Muñoz Molina, entre tantos otros escritores, admira al “solitario del Palace”, como le llamaban, “por el instinto de su forma, tan cerrada y precisa y a la vez tan abierta”.

Un buen artículo, como los de Camba, ha de ser “un concentrado muy intenso de la vida”, y al mismo tiempo “una breve cápsula de tiempo que será no mucho menos fugaz, en la mayor parte de los casos, que una pompa de jabón”. (Epílogo, El País Semanal, 24 de febrero de 2002).

Clásico casi clandestino o filósofo celta, los calificativos  para este personaje podrían ser interminables. Hay que leerlo y disfrutarlo, sin prisas y sin pausas, con mucho sentidiño. O sea, con sentido común, sin prejuicios.