Escribir una novela es inventar un mundo, un país, unos seres que lo habitan. También es recrearlos, a veces sobre la base de espacios y personas concretas. Lo inusual es que un escritor salga a la calle en busca de un personaje, invirtiendo la situación creativa de esa famosa ficción de Pirandello en la que éstos buscaban autor.
David Foenkinos, escritor francés que ha tocado casi todos los palos de la creación literaria como novelista, dramaturgo, guionista y también la música, relata en una de sus últimas novelas la odisea de un autor aquejado de un bloqueo que se lanza a la calle en busca de una persona real “novelable” a la que abordar por completo azar. Y el albur quiere que ésta sea una señora mayor que viene con un carro de la compra. Naturalmente, se dice, a las diez de la mañana en el distrito XVII de París no podría haber dado con una gogó. Pero no se lamenta, ya que al poco rato de hablar con ella, una ex modista de Lagerfeld llamada Madeleine Tricot (“tejido de punto”, en francés) descubre posibilidades que le entusiasman. Su gozo cae más tarde en un pozo, cuando una de las dos hijas de la señora pone como onerosa condición que el escritor se convierta en biógrafo de toda la familia, unos tal Martin, el apellido más numeroso y vulgar de ese país. Como asimismo son los adocenados familiares de la vieja dama, un vendedor de seguros que sufre acoso laboral llamado Patrick Martin y su mujer, aquejada de aburrimiento conyugal.
Foenkinos es un escritor de éxito en Francia y ha sido merecedor de muchos premios, también internacionales. Sus novelas se leen fácilmente, de un tirón, y el secreto puede ser que combina ingredientes tales como el humor, el amor y sus reflexiones sobre la peripecia vital que casi siempre dejan una enseñanza pese a su aparente simplicidad.
En La familia Martin, publicada en España por Alfaguara en 2021, Foenkinos sigue sus rasgos estilísticos habituales y nos deja perlas del tipo “la adolescencia es una edad en que a veces el mundo exterior es una naturaleza muerta”, “ a veces basta con unos pocos fracasos para volverse para siempre insensible al éxito”, o como aviso a navegantes de la literatura “seamos sinceros, la felicidad no le interesa a nadie”. Porque “las novelas se venden cada vez menos , y eso, a la fuerza, aumenta la atracción de los editores por las polémicas y las confesiones escabrosas”.
Foenkinos desgrana sus reflexiones sobre el oficio de escribir cada página y media. “Soy de esos para quienes escribir está emparentado con una forma de anexionar un territorio”. “Los escritores tienen con su tema predilecto una relación no muy distante de la cadena perpetua”. Finalmente, contra su voluntad y sus intenciones, el escritor víctima de su bloqueo termina también sometido a sus personajes, tan reales que acaban por escaparse del estrecho marco de la ficción.

OTRA VEZ, EL MALDITO

Si David Foenkinos, a lo largo de su trayectoria literaria ha inventado un país amable, habitado por familias pequeño burguesas apacibles, donde los conflictos puertas adentro y afuera tienen finalmente buenas soluciones, Michel Houellebecq es su antítesis. Escritor maldito, en un sentido que va más allá de lo estrictamente literario debido a las frecuentes polémicas provocadas por sus obras, sus novelas no suelen leerse de un tirón sino más bien a tirones, ya que los lectores saben si son conocedores de su estilo, que lo que les espera es un trago amargo y algunos escalofríos o estremecimientos de asco vital.
Houellebecq, neé como Michel Thomas, en 1956, en uno de los territorios de ultramar de Francia, surgió de la nada con su novela Ampliación del campo de batalla, y confirmó su fama con Plataforma, una lúcida y amarga fábula sobre el turismo sexual y la multiculturalidad , concepto del cual el autor abomina y que lo ha llevado a los tribunales, acusado de xenofobia y de odio a la religión musulmana. Una biografía “no autorizada” vino a sumarse a la imagen de malditismo por los testimonios de antiguas relaciones sentimentales del escritor. Tampoco su propia madre ha escatimado calificativos poco amables con su hijo, con el que convivió poco porque el padre se lo arrebató, aunque finalmente lo dejó al cuidado de los abuelos.
SEXO Y ALCOHOL
En Aniquilación, publicado por Anagrama este año, el autor francés -últimamente candidato al Nobel- teje una trama de intriga política con la amenaza terrorista de fondo. Un mero pretexto para presentarnos, una vez más, a personajes al borde del abismo. Paul Raison, un burócrata de la élite del gobierno francés, es el asistente de un ministro (que según se cree es un calco de otro real, amigo del autor) y debe ayudar a los servicios secretos del estado a descifrar el enigma de unos ciber terroristas cuyos designios permanecen en el misterio y la confusión.
Una segunda trama superpuesta es la complicada situación patrimonial y sentimental de la familia de Paul, que le sirve a Houellebecq para describir una vez más a su país, aquejado de problemas sociales y conflictos políticos que han llevado a Francia a escorarse cada vez más hacia el populismo y los extremos en política. Al interior de la familia Raison no existen problemas menores, como en la familia Martin de Foenkinos. Houellebecq emplea un lenguaje crudo para referirse a ellos: “Seguro que llegarían la tarde del 31 (vísperas de Nochevieja) con su mierda de hijito, era solo un mal trago que pasar, aunque bastante largo, es impensable acostarse antes de la medianoche el día 31, pero en fin, la cosa era manejable, sin duda podría estar borracho desde media tarde y el alcohol permite soportarlo casi todo, de hecho es uno de los principales problemas del alcohol”. El alcohol, bajo todas las diferentes formas que la cultura etílica francesa ofrece (parte de la acción transcurre en la vitivinícola zona de Beaujolais) es omnipresente en la novela y a todas horas los personajes se sirven abundantes copas de licores y caldos afamados de la región.
La “aniquilación” de Houellebecq tiene varios sentidos. Es la de la sociedad francesa, a la que ya visionaba sometida a influencias culturales y religiosas exteriores en Sumisión , y también la de sus personajes. La familia de Paul, su mujer y él mismo, aquejado de una repentina y mortal enfermedad, parecen condenados a la soledad y a no conectarse con “el alma del mundo”, abandonando el ciclo de la existencia samsárica.
“En realidad no estábamos hechos para vivir, ¿no crees?”, le dice Prudence, la pareja del protagonista en el párrafo final.
La escritura de Houellebecq es fría, a ratos delirante y en Aniquilación da rienda suelta a ensoñaciones o fragmentos oníricos que se suceden en las casi más de 600 páginas , casi sin un vínculo lógico con la acción, si se puede decir pues es casi irrelevante, de la novela.
Houellebecq es un anti Sartre, describiendo o trazando futuros posibles, que según él están en la mente o en el inconsciente de sus compatriotas y en algunos europeos. Sus personajes nos recuerdan en cierto sentido a los del filósofo existencialista y escritor francés , son anti héroes pero sin redención posible. Aquí la única posibilidad, agotada la de la evasión alcohólica, es el sexo. O algo parecido al amor.
La Francia de Houellebecq y la de Foenkinos son solo un telón de fondo. Para uno es su tableau de chasse de un mundo carcomido por la lujuria, la ira y la brutalidad. Para el otro, el escenario donde se mueven unos personajes de guiñol que le sirven para contar las viejas fábulas, donde el amor triunfa aunque el maestro titiritero que mueve sus hilos acabe solo y vacío.