No resulta difícil entender por qué los que lanzan sus dictámenes en Internet, ya sea para que dejemos de respirar, nos incendiemos el cabello o la piel, o que engañemos al prójimo provocando peligros como el tal Ojeda, han escogido el fruto éste. En lengua inglesa piña es “pineapple”, que literalmente vendría a ser como “manzana del pino”. La semejanza con el fruto prohibido que ató a nuestro padre Adán a los cabellos de nuestra madre Eva es lejana. Pero la piña es un fruto apetecible, medio agrio, medio dulce, refrescante y evocador de paraísos exóticos que tal vez recuerden al Edén en nuestro inconsciente colectivo. La invitación o “reto” corrió como la pólvora y las avalanchas de hombres y mujeres en busca del solaz erótico se dejaron sentir en las rutinarias instalaciones de cierto supermercado, provocando asombro y desconcierto por los pasillos, aparte de un desabastecimiento repentino de piñas en la sección correspondiente. Escenas de desbordamiento de clientes se vivieron en algunos supermercados de España y supongo que encargados y propietarios se habrán frotado las manos (no así los sufridos reponedores y empleados).
En mi tiempo, tan arcaico ya en la lontananza, se “ligaba” en los bares de copas. También en las discotecas, donde el bullicio humano y el estruendo electrónico hacían imposible el diálogo pero al menos permitían el lenguaje visual y corporal en una penumbra cómplice. Luego llegaron los anuncios clasificados en algunos periódicos, a los que había que acceder con claves y finalmente una vez aceptado el envite se llegaba a obtener el teléfono y las coordenadas del encuentro, que era una cita a ciegas. Un “amigo” cedió a la tentación de esa citas y lo que vio le decepcionó sobremanera. Personas que venían de vuelta de todo, o con serios problemas de comunicación o incluso psiquiátricos. Había una bella joven canaria que había sufrido ataques de pánico, una operación de mastectomía y además estaba al cuidado de su anciana madre con Alzheimer. No tenía mucho tiempo para el amor, desde luego, y aparte de eso las citas , que debían ser en hoteles, tenían que ser necesariamente en una primera planta (cosa improbable) debido a su fobia a las alturas.
Llegados a este punto, muchos aspirantes tiran por la calle de en medio, y se lanzan en una huida hacia el abismo, cual Thelma & Louise y que sea lo que Dios quiera,
Existe un programa televisivo en prime time que orquesta citas medio a ciegas, ignoro con qué criterios. Unos pajaritos en fuga o en amoroso revolcón de plumas en un nido escenifican el resultado al final. Ancianos y ancianas, más allá de toda barrera o límite de edad y aspiraciones, jovencitos y jovencitas frikis de todo sexo y categoría, se arrojan al plató comedor con ansias de devorar al contrario, porque las preguntas sobre hábitos y deseos sexuales acaparan el primer encuentro entre espaguetis y entremeses. No creo que de aquí pueda salir algo mínimamente aceptable , como me muestro escéptico a causa de las experiencias de conocidos más jóvenes que uno, de las redes sociales estilo Tinder.
El sistema capitalista ha conseguido extirpar la corporalidad del sentimiento. La pandemia fue el toque final, la puntilla de esta escisión con la paulatina e imparable sustitución de la presencia en centros de trabajo y otros donde se activa el “ocio proletarizado” del que habla Santiago Alba Rico citando a otros filósofos y sociólogos. Habría que desplazarse , como hizo él, a otros territorios exóticos donde crecen las piñas y los dátiles, para reencontrar el sabor original de la fruta prohibida, el placer de bailar bajo las palmeras a la luz de la luna. Y beber piña colada, no la piña que nos intentan colar tantos influencers descerebrados.
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