“No hay nada más antipolítico que la consigna “Hechos y no palabras” (Josep
Ramoneda).
Se reniega de la política y de los políticos, y me dirán que con justa razón. A través de mi actividad periodística he conocido a muchos políticos y aunque la política no ha sido mi campo profesional, pude constatar que son capaces de acciones deleznables, tanto en lo personal como en su actuación como representantes públicos. El Ministro de Interior en 1985, procesado más tarde, me negó las torturas y muerte a un preso vasco. Un Vicepresidente del gobierno me negó a pie juntillas que se estuviera vendiendo armas al Chile de Pinochet. Poco crédito pude darle ese día, cuando comparecía ante la prensa, en Menorca, a quien pasando sus vacaciones en una urbanización invadió la propiedad vecina, que disponía de piscina -la suya, no- y además se vio envuelto en una turbia trama familiar de choriceos. Viajaba el beligerante Vice con un hijo exigente, que obligó a un asesor que le acompañaba como lacayo -actualmente ministro- a comprarle una pizza cuando fueron a un restaurante que no tenía comida rápida. Con el tiempo, el niño llegó a ser asesor bien remunerado de un gobierno autonómico gestionado por el partido de su progenitor. ¡Ojú!..
Pero, en fin, miserias aparte, mejor es correr un tupido velo a estos anecdóticos asuntos para entrar en la materia. No sin antes comentar que en la actual situación de mi país de origen hay asuntos que demostrarían que en la política no todo es perfecto ni posible. El pasado 4 de septiembre -fecha cabalística para la política nacional, puesto que siempre fue el día predilecto para elecciones importantes- el presidente Boric recibió un contundente rechazo en la consulta plebiscitaria de la Carta Magna propuesta por su gobierno. El batacazo, según constato por comunicaciones personales de índole familiar que me llegaron, ha causado una profunda decepción en quienes votaron a favor, a tal punto que han decidido “tirar la toalla”, porque no entienden cómo una coalición que llegó al gobierno tras un estallido social, que clamaba por una nueva Constitución que reemplazara la de la dictadura militar de Pinochet, ha podido sufrir tal revés.
LO POSIBLE
A todos los que han quedado perplejos y patidifusos con los resultados de esa consulta les he recomendado el libro de Daniel Innerarity, La política en tiempos de indignación (2015), donde el pensador y catedrático español, considerado uno de los más importantes a nivel mundial en una lista elaborada por una publicación francesa de gran prestigio, traza un análisis de urgencia de los fenómenos acaecidos a partir de los nuevos movimientos sociales, como el 15 M en España. Las motivaciones profundas de la indignación que recorrió calles y plazas y que llegó finalmente hasta los sillones de las instituciones democráticas en un viaje sin precedentes, le llevaron a intentar explicar estos fenómenos y a formular una crítica a la política, pero con criterios sólidos, apoyados en numerosas investigaciones llevadas a cabo por estudiosos de variadas disciplinas.
No resulta fácil ni es adecuado resumir en pocas líneas lo medular de estas reflexiones. En primer lugar, por su extensión -352 páginas plagadas de citas y referencias- y también porque desearía que los lectores hicieran el esfuerzo de acercarse a esta obra, a momentos compleja pero siempre ilustrativa y clarificadora, de la cual se desprende que, como en un título anterior de Innerarity (La filosofía como una de las bellas artes) la política también lo es: el arte de lo posible.
Comienza Innerarity diciendo en el prefacio que los idiotas (idiotés) eran en la antigua Hélade aquellos que por razones de casta (esclavos) y otras se mantenían alejados de los asuntos públicos, es decir, la política. En nuestro tiempo se puede ser idiota de varias maneras. Ocupándose exclusivamente de los asuntos personales y privados, también deseando destruirla o capturarla. Son los partidarios de desmantelar lo público, los que endiosan a los mercados por encima del electorado. Hay “poderosos agentes económicos y embaucadores de los medios de comunicación”, dice el autor, que están apostando porque la política no funcione y aunque parezca extraño, con la complicidad de algunos políticos. Y, afirma, “esta es la amenaza más grosera contra la posibilidad de que los seres humanos vivamos una vida políticamente organizada, es decir, con los criterios que la política trata de introducir en una sociedad que de otro modo estaría en manos de los más poderosos”. Y esos principios son, nada menos que democracia, legitimidad, igualdad y justicia.
De modo, pues, que no podemos vivir sin la política y los políticos. Es inimaginable una sociedad sin ellos. O sí, bien podría ser una distopía similar a muchas que han elaborado ciertos escritores de ficción. Los fascistas y los autócratas de regímenes autoritarios que hemos conocido en la Historia ejercían el poder y actuaban como si no lo tuvieran, aseguraban que no eran políticos. Recuerdo a Pinochet renegando de la política y “los señores políticos”, mientras gobernaba con mano de hierro y echaba millones de dólares “pa la saca”.
La intermediación en una democracia representativa es necesaria. No se puede gobernar en asamblea permanente ni a golpe de referendos, como pretende VOX.
“Aunque suene paradójico, no hay otro sistema que la democracia indirecta y representativa a la hora de proteger la democracia frente a la ciudadanía, contra su inmadurez, debilidad, incertidumbre e impaciencia”, advierte Innerarity.
INDIGNADITOS
Pero, ¿tienen razón los indignados que en este mundo han sido y siguen siendo, los que inundan las calles con las pancartas y atruenan las redes sociales con el descontento por innumerables razones de las que están cargados (diferencia cultural, étnica o racial, social, sexual o de género)? Indudablemente, sí, siempre que no se transforme en desahogo, sino una fuerza que fortalezca la política. Daniel Innerarity advierte que los tiempos de la indignación pueden ser también los de la confusión. Hay que desconfiar siempre de los que lo tienen todo claro, como afirman sin pudor los siniestros fascistas patrios que quieren anular los avances sociales (aborto, eutanasia, matrimonios entre personas del mismo sexo) conseguidos por la izquierda, cuando los entrevistan en la televisión.”Quien diga que lo tiene todo claro podría ser alguien mucho más inteligente que nosotros, pero lo más probable es que sea un peligro público. No es posible que todas las soluciones que se proponen para superar nuestras crisis políticas tengan razón, simplemente porque son diferentes e incluso contrapuestas. Las hay razonables, pero también frívolas y peregrinas. Para agravar un poco las cosas, si somos sinceros, deberíamos reconocer que tampoco es que la gente sepa exactamente lo que la política debería hacer; la incertidumbre se ha apoderado de los gobernantes pero también de los gobernados, que podemos indignarnos e incluso sustituirlos por otros, ya que tenemos la última palabra, pero no siempre tenemos la razón ni disfrutamos de ninguna inmunidad frente a los desconciertos que a todos provoca el mundo” (Página 24, Obra citada). La renombrada escritora y teórica política Hannah Arendt, citada aquí, decía en su tiempo que “quien quiera hoy hablar acerca de la política ha de comenzar con todos los prejuicios que se tienen en contra”. Que son muchos e infundados. A desentrañar éstos y a analizar el proceso creciente de la despolitización dedica los centenares de páginas siguientes el filósofo español, que ve con preocupación la fragilidad de las democracias frente a la también creciente presión populista.
Una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante, un camino que inevitablemente siempre conduce a la realidad, aunque eso no le impide ser políticamente exigente. No se le pueden pedir peras al olmo, como se dice vulgarmente. Los actores de la política poco pueden hacer frente a gigantes de los molinos, como las crisis financieras, la inflación galopante, las sequías y las guerras, porque no tienen varitas mágicas. “Cuando la realidad es tan entreverada y compleja, los efectos prácticos de nuestras decisiones son menos transparentes y todo el debate político gira en torno a la interpretación de la situación. No es extraño que en esos casos reine una confusión por la dificultad de adscribir responsabilidades, la abundancia de disculpas y las maniobras populistas que adjudican alegremente los aciertos y los errores”.
“La política consiste en hacer lo posible en un contexto dado y no en un contexto cualquiera”.
Sí, la política es a veces ficción, representatividad meramente escénica, como delegación y exhibición. ¿Puro teatro? Tal vez, pero sin ella, sus actores y su tinglado, caería el telón y empezaría la pesadilla.
Nuestro principal desafío es desarrollar una política inteligente y reflexiva, aconseja este estudioso. Una política que no esté secuestrada por la prisa de lo inmediato ni por el activismo y su agitación superficial. Ahora, más que nunca, corresponde pensar la política. “Pensar es un ahorro de tiempo, un modo radical de actuar sobre la realidad”, nos dice en sus líneas finales esta obra que merecería estar en toda estantería de los ciudadanos conscientes y también en la de los que no lo están, de la peligrosidad de la política y la anti política, en tiempos de indignación.
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