Escribió Flaubert, con su habitual refinamiento, que cuando se es joven se suele estar triste. Y a esa premisa nos vamos a agarrar como al clavo ardiendo para desarrollar, con nuestra habitual torpeza, estas lánguidas líneas. Incapaces ya de recordar con detalle aquellos fugaces años de juventud, que permanecen hoy naufragando en los pliegues de una bruma dulce y temblona, nos preguntamos con asombro y gran interés qué será esa cosa horrible que cruza por la mente de un muchacho para someterlo continuamente a una intolerable tristeza. Qué terribles penurias, qué espantosos presagios se arremolinan en la cabeza de esa chiquilla, que camina permanentemente enfurruñada contemplando el mundo a su alrededor con una mueca de hastío, con el aire revuelto en la mirada de quien ha recibido una gravísima ofensa. Incapaces ya de rememorar con detalle aquellos fugitivos años de juventud —que jamás regresarán, ay, por más que nos zambullamos tercamente en la ensoñación—, arracimados hoy en los estantes polvorientos de nuestra nostalgia, nos preguntamos con extrañeza y gran interés cuáles serán las razones de tan empecinada pesadumbre.
Cuánto falta, maldita sea, para que llegue el día en que recorra las calles del pueblo en un descapotable de alta gama, cavila con desazón aquel mozo. ¿Quizá son deseos como este los motivos de tan visible tormento en los jóvenes? ¿Es la aspiración de ver convertida en realidad, cuanto antes, un anhelo insufrible? Cuánto falta para que pueda caminar, contoneándome, por la alfombra de una pasarela, en Nueva York, está rumiando aquella otra muchacha. Cuándo podré compartir con todo el mundo, para envidia y exasperación de mis amigas, esas treinta mil fotografías de mi viaje al Caribe. Cuándo seré jugador de fútbol y deslumbraré a las masas —y a la Jenni— luciendo mis ochenta y tres tatuajes, acaparando titulares de la prensa deportiva. Cuándo triunfaré como youtuber. Cuándo me transformaré en princesa. O en influencer. O, en el peor de los casos, en coach. Cuándo derretiré los corazones femeninos con mi rap. ¿Son estas ansias, acaso, las que dibujan esos mohínes enojados en el rostro de la tierna juventud? ¿Lo son?
Se tiene salud, se dispone de un inmenso futuro desplegado a los pies, se desborda la energía en cada fibra, se ignora la mayor parte de las inquietudes, de los quebraderos adultos de cabeza, se exhibe una anatomía fresca y radiante, un corazón que late con los atropellos de la primavera, el universo se prosterna ante ellos con majestuosas reverencias…, pero, no obstante, los jóvenes se muestran desdichados, taciturnos, compungidos, se abrazan incesantemente al drama, a la rencilla, a la contrariedad, descubren voluntariamente un obstáculo a cada paso, deploran su suerte por encontrarla aborrecible y nefasta, se afligen con el sonido de la lluvia y detestan los reflejos caprichosos del sol. Y se empeñan, como obedeciendo a un sagrado mandamiento, en culpar a los demás de su amargura. En especial, a sus seres más queridos. Y nosotros, con desconcierto y gran interés, nos preguntamos por qué.
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