Tribuna:  Senderos de Gloria

Todo el mundo ha oído hablar de las batallas de Waterloo, derrota definitiva de Napoleón (1815) o de Gettysburg (1863), triunfo decisivo del Ejército unionista en la Guerra Civil norteamericana. Pues bien, ambos campos de batalla fueron declarados, hace más de un siglo, patrimonio nacional de Bélgica y Estados Unidos, respectivamente. Con ello, los gobiernos de estos países no sólo garantizaron su protección y preservación, sino que pusieron las bases para convertir dichos espacios en centros de interpretación sobre la guerra. Hoy día, y desde hace décadas, Waterloo y Gettysburg reciben miles de visitantes cada año y son activos lugares para la didáctica de la historia y el turismo cultural.

España, lejos de los países de referencia.

La situación en España se encuentra muy lejos de estos ejemplos señeros. Y ello a pesar de que los campos de batalla, como escenario de hechos traumáticos, son un tipo de patrimonio que ha dejado su impronta en los paisajes y las comunidades locales de las que forman parte. Esto les confiere importancia, pero el desconocimiento o la falta de interés de la administración conduce a que no sean reconocidos como bienes patrimoniales. Ello implica, lógicamente, que carezcan de un plan de gestión y que en la práctica sean un patrimonio ignorado.

El caso de la Guerra de la Independencia española (1808-1814) es, en este sentido, paradigmático. La guerra contra Napoleón no sólo fue larga y cruenta sino que permaneció viva en la memoria de generaciones de españoles. De hecho, el espacio urbano de muchas ciudades se fue poblando de monumentos y nombres de calles que recordaban hechos y personajes de la guerra. Y también, en algunos paisajes rurales, se erigieron pequeñas obras conmemorativas. Sin embargo, en 2018 sólo dos campos de batalla tiene la protección como Sitio Histórico: Los Arapiles, cerca de Salamanca, y Somosierra, en la comunidad de Madrid. Y, de estos dos, el único que cuenta con un centro de interpretación es el primero.

El potencial de la provincia de Alicante.

Con estas líneas, querría llamar la atención sobre el potencial que, para la dinamización cultural y económica y el desarrollo local, ofrecen cuatro campos de batalla de la provincia de Alicante: Castalla (1812 y 1813), Mutxamel (1812), Villena (1813) y Biar (1813). En todos ellos, se produjeron acciones de guerra que duraron varias horas. Las dos batallas de Castalla, la primera con victoria y la segunda con derrota francesa, son mejor conocidas, pero todas tienen algo en común: una parte del escenario donde se combatió todavía es una paisaje natural o, al menos, conserva determinados hitos o construcciones con valor patrimonial. Su protección y gestión serviría para ponerlos en valor, primero ante la comunidad local -Castalla, por ejemplo, ya cuenta con una protección parcial del espacio natural-; y, después, para el público en general, que los vería como un atractivo turístico más para visitar la comarca donde se encuentran.

El plan de gestión tendría que ser integral y, por tanto, el resultado de la colaboración de varias áreas municipales y de las administraciones provincial y autonómica. Lo ideal, sin duda, sería que cada campo de batalla contase con un pequeño centro de interpretación, museografía nómada, es decir, basada en recursos digitales accesibles mediante códigos QR, y una ruta histórica. Sin olvidar el desarrollo de un programa de actividades a lo largo del año. El objetivo principal  tendría que ser la didáctica y la divulgación de la Historia. A partir del hecho puntual de la batalla o la acción bélica, habría que mostrar cómo vivía la gente de aquella época y como afectó la guerra a los civiles y los soldados, o como se construyó la memoria de aquellos acontecimientos. Todo debería converger en un discurso que, al final, mostrase el mal que conlleva una guerra y la necesidad de promover una educación para la paz.