El escritor Javier Marías, fallecido recientemente en la ya fatídica fecha del 11 de septiembre, era príncipe o monarca de una isla literaria imaginaria llamada Rotonda. Por su carácter retraído, misantrópico, era significativa su idea de vivir, aunque fuera como uno de sus personajes de ficción, en una especie de metaverso o espacio virtual solo habitado por él mismo y algunos de los que consideraba sus pares.
No vamos a entrar en su vida privada, dejaremos esa ardua tarea a los biógrafos del futuro -si los hay- aunque en ella hay aspectos que harían sospechar que se está frente a una personalidad egocéntrica y aquejada de algún trastorno. Nada tan serio como para juzgarlo por mantener una relación marital a distancia o eludir constantemente el contacto o relación con la prensa o sus muchos admiradores. Ni por su hábito inveterado de aislarse totalmente en su vetusto piso de Madrid y por rechazar de plano la tecnología informática -usaba una máquina de escribir al viejo estilo- o la conducción, pues siempre iba a pie o en taxi por la ciudad. En esta época malvada de teletrabajos trabajosos, el taller o laboratorio, el vulgar “tajo” obliga a la vida monacal, y por qué no, también al “telematrimonio”, que dicen que podría ser así más duradero y apacible.
Sí resulta decidora su agresividad hacia todo lo que se moviera y que le causara molestias, como los ciclistas, los automovilistas (también los taxistas cuando se ponían en huelga), los deportistas callejeros, los dueños de mascotas, los perros, los críticos de cine -especialmente los que no apreciaban sus gustos en el séptimo arte- los periodistas de RTVE y La Sexta, los ediles madrileños-de todos los partidos políticos sin excepción, los políticos (de todo el espectro, igualmente), sin olvidar a otros escritores que no menciona pero deja entrever.
Javier Marías, como columnista habitual y decano de importantes periódicos de tirada nacional, no dejaba títere con cabeza. Por las horcas caudinas de sus breves, cáusticos y acerados artículos pasaron desde Pablo Neruda, al que afeó su físico atribuyéndole características negativas como persona, a Trump y Putin, pasando por Sánchez, Pablo Iglesias Turrión -su verdadera “bestia negra”- junto a su mujer (a la que llama “Montero menor”) y especialmente a todas las feministas. La misoginia era evidente en su caso, aunque él lo negaba a pie juntillas argumentando que en una ocasión había colaborado con seudónimo con publicaciones dirigidas por las líderes Falcón y Alcalde, para defender a una conocida del acoso de su marido. No obstante, allí están como prueba de su talante machista sus frases contra el movimiento Me Too: Dar crédito a las víctimas por presentarse como tales es abrir la puerta a las venganzas, las revanchas, las calumnias, las difamaciones y los ajustes de cuentas. Las mujeres mienten tanto como los hombres, es decir unas sí y otras, no. Si se les da crédito a todas, por principio, se está entregando un arma mortífera a las envidiosas, a las despechadas, a las malvadas, a las misándricas, y a las que simplemente se la guardan a alguien. Podrían inventar, retorcer, distorsionar, tergiversas impunemente y con éxito. El resultado de esta “barra libre” es que las acusaciones fundadas y verdaderas- y a fe mía que las hay a millares-serán objeto de sospecha y a lo peor caerán en saco roto, haya o no haya pruebas. Eso sería lo más grave y pernicioso”(En El País, 11 de febrero de 2018, “Ojo con la barra libre”. A esta sarta de despropósitos, el articulista agrega comentarios vejatorios tales como que, frecuentemente muchas mujeres se prostituían ante “un varón viejo, rico y feo, famoso y desagradable, poderoso y seboso, exclusivamente por interés y provecho”. Al que, obviamente, podrían haberse negado.
Naturalmente, Plácido Domingo era exculpado de todo mal por Marías. Sus presuntos abusos por los que aún se encuentra el tenor en tela de juicio eran para él simples pilatunadas de galán un poco verde. Tocar a una mujer, nos dice, es lo más normal del mundo si uno es un ligón. Y también hay personas muy toconas sin malas intenciones y cita a la Milá cuando entrevistaba a sus personajes en la tele.
Kevin Spacey, que se enfrenta a un juicio millonario por abuso sexual contra un menor, tiene también la presunción de inocencia para Marías, lo mismo que Woody Allen o el fotógrafo Mario Testino.
Causa asombro considerar que estos exabruptos se publicaran en un periódico que posa de progresismo y respetabilidad, creo que jamás se lo habrían permitido a otro personaje literario o a algún político de ideas fascistas. Pero allí están, junto a muchas otras, las pruebas de la bula con que su escritor fetiche se despachaba impunemente contra todo y contra todas. Guardo en mis archivos algunas cartas de réplica enviadas por este servidor de Uds., que jamás llegaron a publicarse y me temo que ni siquiera se atrevieron a que llegaran a las manos del energúmeno encerrado como francotirador en su blindada torre de marfil.
¿Era Marías un fascista encubierto? ¿O un anarquista nihilista que no se atrevió nunca a salir de su apolillado armario? Dime con quienes haces amistad y te diré quién eres. En la lista de plañideros en sus funerales figuraban, entre otros, nada menos que el ex Ministro del Interior del Rajoy, Fernández Díaz y el ínclito Arturo Pérez Reverte, otro fiero sicambro al que hay que dar de comer aparte. El príncipe regente de Rotonda no entendía que se manifestaran en Madrid por el Black lives matter ni por ninguna otra iniquidad o injusticia cometida en otras latitudes. Eso le parecían disimulados actos de soberbia o postureo puro y duro. Además le bloqueaban el paso a sus caminatas por esa villa y corte que provocaba en él nostalgia del Siglo de Oro, cuando “sus vecinos de otro tiempo” eran Cervantes , Velázquez, Larra o Goya, gentes a su altura, desde luego, no destripaterrones en bici o patinetes, como los de ahora.
El escritor y cronista de la Villa, apellidado Franco por parte de madre -aunque no había allí lazos de sangre que se sepa- se curaba en salud ante toda sospecha de filo franquismo evocando la figura de su ilustre padre, el filósofo Julián Marías, represaliado del régimen por haber servido en las tropas republicanas. También criticaba mucho a VOX y a su líder Abascal, al que asimilaba a Podemos y a Iglesias por sus tendencias totalitarias, decía. Metía en el mismo saco a los independentistas catalanes, a los vascos abertzales, en fin, no se salvaba nadie excepto la monarquía, Rey Emérito incluido.
¿BUENA PERSONA?
En febrero de 2022 aparece publicado el volumen de sus artículos en la prensa titulado ¿Será buena persona el cocinero?, que junto con su última novela Tomás Nevinson serán sus obras póstumas. El texto que da nombre a esta recopilación de crónicas publicadas en el suplemento dominical del El País Semanal entre el 3 de febrero de 2019 y el 24 de enero de 2021, hace mención a lo que él estima como juicios sumarísimos a personajes de la cultura en virtud de sus errores o supuestos delitos en su vida personal. Cita a artistas y escritores homicidas, como un tal Baretti, Caravaggio, Marlowe y otros de la actualidad, como Woody Allen, Polanski o Michael Jackson, cuyas conductas son sospechosas de haber cruzado la barrera de la legalidad o la moralidad. Y alega que “plantearse, como pasa ahora, si debemos seguir admirando su arte cuando sabemos que algunos fueron todo menos ejemplares, es tan ridículo como preguntarnos si podemos visitar palacios o catedrales ignorando si fueron buenas o malas personas quienes los construyeron. O si nos es lícito contemplar un fresco sin tener ni idea de si quien lo ejecutó fue un rufián o un ciudadano probo”. Y aquí aparece el cocinero, al que Marías considera al mismo nivel o rango que los artistas: “Tampoco averiguamos las virtudes o vicios del artífice de nuestras ropas o nuestro calzado, ni del chef que ha preparado los platos del restaurante. Nos los comemos sin más, sin que nos importe nada si el cocinero trata bien a su mujer o es un buen padre”. El razonamiento anterior a éste de los artesanos de la moda o los fogones, es muy correcto. En estas mismas páginas he defendido yo a Neruda de las infamias que le atribuyen sus perseguidores, entre ellos el mismo Marías. Pero no así con los cocineros de postín, esos mediáticos que están permanentemente expuestos al fuego amigo o enemigo por sus actitudes tiránicas en los realities o por ser sospechosos de practicar la esclavitud con sus aprendices, por poner precios escandalosos a sus menús, etc. Y qué decir de los modistos y estilistas, que también se las traen y que son puestos como chupa de dómine en la prensa y en las redes.
La moral y la decencia en estos casos sí que importan. Puesto que son también comerciantes y deberían estar sometidos a principios de ética o moralidad. Marías puso en la pica a varios de sus editores, como Jorge Herralde, a quienes acusó de ser “unos ignorantes mercachifles” y de compararlos con proxenetas “dedicados a traficar con putas de postín”. Tampoco las tuvo a las buenas con los Querejeta, a los que metió pleito judicial por su adaptación de la novela de Marías Todas las almas, titulada El último viaje de Robert Rylands, porque los que acusó de haber desfigurado su libro. A otro famoso escritor español lo acusó de plagio y en su currículo de agravios también figuran publicaciones diarias que se negaron a publicar algún artículo suyo y la AVT.
Las polémicas de Marías no acaban allí. El escritor, poeta y ensayista sevillano Manuel García Viñó entró al trapo para destripar las entrañas de su obra literaria , a la que consideró sobrevalorada y plagada de errores de estilo y sintaxis. Escritores con buena prosa castiza, como Francisco Umbral, le acusaban de escribir en un inglés mal traducido. He de reconocer que nunca fui un fan de la literatura “mariana” (soy más de la tropa vilamatiana , en narrativa española), a pesar de haber calibrado positivamente sus primeras entregas como Corazón tan blanco o La negra espalda del tiempo. Siempre me pareció que Marías era apreciado mayormente por lectores de escasa formación y gusto literario, y que éstos se sentían atraídos por la carismática influencia del autor que, como apunta con acierto García Viñó, siempre escribió en primera persona “viajando en torno a su propio ombligo”, prueba, según este crítico, de “su impotencia expresiva”. Y agrega todavía más:”…inmiscuyéndose desangelada y pedantescamente en lo que tendría que ser necesariamente un mundo otro, una realidad otra, sin levantar una realidad en la conciencia del lector con la mayor densidad , bulto, consistencia y expresividad, que es la misión del lenguaje novelístico” .La andanada de Garcia Viñó se centra también en que Marías “no sabe puntuar”, “destroza continuamente la sintaxis”, “carece en absoluto de elegancia y estilo” es “sumamente torpe en la adjetivación”, “tiene lenguaje de funcionario”, etc.
Pruebas al canto, según G. Viñó son las siguientes:
“Pensé que pensaría en su hijo”
“una mirada mirando”
“al hacer este recorrido que hizo”
“He sabido cuando supe”
“es la persona a la que voy a preguntar y cuando este sentada le preguntaré”
“Me di cuenta de que era ella , o así creí darme cuenta”
“El olor de las zonas más olorosas”
“las manos no comprenden las medidas que rebosan las manos”
“Así iba yo pensando y pensé “
“Ya ahora no estoy seguro de quererme marchar ahora”
(Todas las almas)
“Un joven tan joven”
“canción bailable que baila”
(Corazón tan blanco)
La lista de despropósitos, frases absurdas y atropellos gramaticales es extensísima. Quien quiera consultarlos puede ir a la página El Tendedero (García Viñó contra Javier Marias) que reproduce casi en forma de facsímil un artículo publicado en Rebelión.
En la recopilación de artículos , en la que aparece en la portada una ilustración retro o camp de un cocinero, responsabilidad del diseñador Enric Satué, dice Marías que “a menudo se dice-una vieja superstición-que los artistas tienen un lado escuro, y se los pinta como seres desagradables o pesadísimos”. Es su caso, sin duda, y sería tal vez injusto juzgar al que se autodenominaba como King Xavier de Rotonda de esa forma. Digamos, en todo caso, que fue un escritor al que le gustaba , a él sí, juzgar de manera sumarísima a políticos, artistas, escritores, y a todo quisque.
Dios lo tenga en su santo reino, a pesar de su manifiesto ateísmo. Porque el Purgatorio, o el Inferno poblado de sus muchas víctimas, no le habría acogido con vítores ni aplausos.
Requiescat in pace, dulce Principe. Y que, como dijo tu amado Shakespeare refiriéndose a ese Hamlet, al que tanto te parecías, te arrullen coros angelicales. Amén.
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